Un contraste, no una catástrofe
La Nación, Lunes 26 de abril de 1982, Buenos Aires, Argentina
Un contraste, no una catástrofe
Lo acontecido ayer en las islas Georgias del Sur constituye una 
noticiaadversa, pero debe ser enjuiciada en proporción a lo que esas 
islassignifican dentro de todo el conflicto con Gran Bretaña.
Las 
acciones bélicas practicadas entrecruzan nuevas alambradas de 
púasalrededor de la mesa donde necesariamente deben mantenerse 
negociaciones. Noha de sorprender ello si se observa que, al apresurarse
 en su ataque, GranBretaña ha consumado también un gesto de desprecio 
hacia la reunión decancilleres americanos, convocada para hoy en 
Washington.
Si esa convocatoria tuvo 
sentido cuando el gobierno de Londres decretó elbloqueo de las islas, su
 urgencia se acentuó cuando las naves británicasviolaron los límites de 
seguridad continental establecidos en el TratadoInteramericano de 
Asistencia Recíproca. La agresión consumada durante el díade ayer suma 
un elemento trágico a los actos sucesivos con respecto a los cuales las 
naciones americanas no permanecerán indiferentes.
Es fácil entender 
el criterio militar con que el gobierno de la Sra.Thatcher encara el 
conflicto, pero es incomprensible que los estadistasexperimentados de su
 contorno dejen tan lejos y tan atrás los mecanismos conlos cuales debe 
trabajar su propia diplomacia.
Por cierto, existían indicios claros 
de que Gran Bretaña se acercaba alpunto en que la agresión concreta era 
pasible de ser practicada, particularmente en las Georgias.
Pero tanto la reunión de cancilleresamericanos como la continuidad de la intervención diplomática del Sr. Haig parecían dos factores dignos de ser tomados en cuenta en una objetivación política de la situación.
La
 Sra. Thatcher se ha desentendido de esos dos factores al ordenar la 
apertura del fuego en las Georgias. Diríase que su disminuida 
estabilidad como primera ministra torna difícil una vigorización de los 
argumentos políticos. Acaso los efectos emocionales de una metrópolis 
imperial en un simulacro de apogeo victoriano sean en el frente interno 
más provechosos que la resignada aceptación del final de un capítulo 
histórico.
Sin embargo, Gran Bretaña no puede atrasar el reloj de la historia para que vuelva a dar la hora del colonialismo.
Los
 barcos que han llegado al Atlántico Sur y han producido los actos de 
guerra conducentes a los desembarcos de ayer salieron de Portsmouth 
-según lo ha recordado una conocida publicación norteamericana- como 
salía la flota en el siglo XIX para silenciar a cañonazos las rebeldías 
de la India o de cualquier otra colonia.
Las acciones cumplidas por 
esas naves en la isla de San Pedro son, ciertamente, un anacronismo 
político. Convendría que lo observaran las naciones europeas afiebradas 
por la común nostalgia de los imperios de otrora.
Pero sobre todo 
conviene que lo recuerden los Estados Unidos, que hicieron de la 
descolonización una bandera principista a fin de darle un constructivo 
mensaje universal a la Segunda Guerra Mundial.
La acción británica ha
 producido ahora un hecho nuevo. Sin duda, es un hecho infortunado para 
la noble causa de la Argentina, empeñada en rescatar tierras que le son 
propias.
Sintamos la amargura de un contraste, no el abatimiento que arrastran las catástrofes definitivas. Aún hay mucho que hacer e incluso no están clausuradas algunas vías por las cuales pueda evolucionar una gestión acorde con los requisitos de la civilización.
Si
 los infantes de marina ingleses permanecen en las Georgias, todavía hay
 tiempo para reanudar las negociaciones porque queda un delgado margen 
sobre el cual echar los cimientos de un comienzo de solución pacifica. 
Las perspectivas serán muy diferentes si en los próximos días se suceden
 operaciones que instalan la guerra en nuevos escenarios insulares.
Retemplemos nuestro espíritu colectivo.
Lo que se halla en juego tiene una dimensión política, geográfica e histórica mucho mayor que la posesión material de las islas invadidas. Miremos a lo verdaderamente grande en este enfrentamiento.
En tanto se consiga en las próximas horas que la voz de la razón resulte más poderosa que el estruendo de los cañonazos, podrá hacerse oír la sensatez de los que advierten la magnitud del riesgo que amenaza a Occidente.