Haig: «Malvinas fue mi Waterloo»

Guerra de Malvinas 1982

Haig: «Malvinas fue mi Waterloo»

La Nación Line, Domingo 10 de agosto de 1997, Buenos Aires, Argentina

A 15 AÑOS DE SU MEDIACION FRUSTRADA
Haig: «Malvinas fue mi Waterloo»

Revelaciones: en una entrevista con La Nación, el ex secretario de Estado
cuenta por qué no pudo evitar la guerra.

WASHINGTON.- Hace quince años Alexander Haig se embarcó en una misión que le resultó imposible: mediar en el conflicto entre la Argentina y el Reino Unido por las islas Malvinas.
El ex secretario de Estado no está arrepentido de haber aceptado el encargodel entonces presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan. Pero tiene lamentos.
«Malvinas fue mi Waterloo», dijo a La Nación durante un extenso reportaje, porque perdió el cargo y se frustraron sus ambiciones presidenciales. Haig sostiene que George Bush, entonces vicepresidente y luego sucesor de Reagan, «me veía como una amenaza, se tenía que deshacer de mí». Pero no le echa la culpa de su fracaso a las pujas internas de la Casa Blanca: «El verdadero problema fue el sistema de veto que funcionaba en la junta de los militares argentinos».

-¿Cómo funcionaba?
-Nadie podía decir que sí y todos podían decir que no. El Ejército y la Fuerza Aérea, de alguna manera, eran más razonables. Galtieri hubiera aceptado las propuestas de paz, pero el Ejército no podía avanzar sin el consentimiento de la Armada. El representante de la Armada siempre era el
más rígido. Una vez me dijo: «Vamos a pelear y vamos a ganar». Yo le respondí: «Usted dice eso porque nunca le llegaron las bolsas con los cadáveres». Pero no le causó ninguna impresión.
-¿Y el entonces canciller Nicanor Costa Méndez?
-Creo que era un aliado de la Armada. En dos ocasiones logré el consentimiento de los británicos, él me decía que sí y luego venía con un papelito al aeropuerto. «Lea esto en el avión», me decía. ¡Y el papelito rompía todo el acuerdo! Ya no le guardo resentimiento, pero no le tengo
respeto. Me mintió dos veces.
-El que tomaba las decisiones era Galtieri, no su canciller.
-A Galtieri lo respeto. Creo que fue una víctima de las circunstancias, que estaba sometido a muchas presiones.
-Dicen que bebía…
-No lo sé, pero lo escuché. Una sola vez, después de horas y horas de negociaciones, lo noté con los cachetes enrojecidos.
-¿Thatcher era más flexible?
-Ambos lados estaban atrapados por cierto «emocionalismo». La señora Thatcher analizaba la situación en el contexto de la guerra fría. Pensaba que sería una mala señal hacia Moscú que Occidente retrocediera frente a un ataque. No podía tolerar una agresión, una ruptura de las leyes del orden internacional. ¡Y tenía razón!
-Si creía que Thatcher tenía razón, ¿Por qué intentó mediar?
-Por varios motivos. Uno -no menor- era que América latina podía reaccionar en contra los Estados Unidos si nos poníamos en forma automática del lado británico.

Respaldos

-¿Evaluaron la posibilidad de que Moscú apoyara a la Argentina?
-Esa preocupación siempre, siempre, estaba presente en nuestros cálculos.
Galtieri me dijo que los rusos le habían ofrecido hundir un barco británico con un submarino para que la Argentina se atribuyera el mérito. A mí eso no me preocupaba, porque la junta era visceralmente anticomunista. Si estaban cooperando con los Estados Unidos en Nicaragua. ¡Y eso era contra Castro!
-¿Le consta la cooperación de la dictadura argentina con la CIA?
-No tengo pruebas, pero lo escuché y no tengo dudas al respecto.
-¿Cómo le dice a las islas, Malvinas o Falklands?
-Generalmente, Malvinas o «las islas».
-¿Y delante de Thatcher?
-Seguro que Falklands. Eso fue lo más difícil: demostrarle a las dos partes que éramos imparciales. De todas maneras, le aclaré a los argentinos desde el comienzo que nos pondríamos del lado británico si las negociaciones fracasaban.
-Durante su mediación, ¿Estados Unidos le dio información satelital a los británicos?
-Le aclaré a Galtieri que respetaríamos los acuerdos de cooperación que estaban vigentes. Pero una de las cosas que me perturbaba, porque dañaba mi credibilidad ante la Argentina, eran las relaciones muy íntimas que el Pentágono tenía con los británicos, especialmente la Armada. La verdad es
que yo no estaba al tanto de todo lo que sucedía en la Casa Blanca, donde muchos, con acceso directo a Reagan, se oponían a mi intento mediador.
-¿Qué pensaba Reagan?
-Muchos en la Casa Blanca creían que el problema no tenía nada que ver con el orgullo nacional, que todo estalló por el petróleo. Reagan a veces repetía eso.
-Ahora se firmaron acuerdos de cooperación petrolera.
-Es ironía, pero yo no creía en eso.
-¿Qué creía?
-Que tenía que ver con despertar el orgullo nacional y con otra cosa. La junta -Galtieri me lo dijo- nunca creyó que los británicos darían pelea. Él creía que Occidente se había corrompido. Que los británicos no tenían Dios, que Estados Unidos se había corrompido… Nunca lo pude convencer de que ellos no sólo iban a pelear, que además iban a ganar.
-Galtieri lo subió a un helicóptero para que viera una manifestación en la Plaza de Mayo.
-También quería que saliera a saludar al balcón (risas). Pero sólo acepté el viaje en helicóptero y lo que vi fue una muestra de patriotismo preparada por el Gobierno. El domingo fui a misa y las mujeres, en voz baja, me pedían: «Paz, paz», porque iban a pagar los costos con la vida de sus
propios hijos.
-Usted dice que Thatcher buscó la paz, pero cuando el acuerdo de paz había avanzado con Belaúnde Terry los británicos hundieron el Belgrano.
-Esos son los problemas de acercarse tanto a la guerra, se pierde el control. No creo que los británicos estuvieran intentando boicotear la solución pacífica. En Londres, para mí fue evidente que, salvo el ministro de Defensa, el resto quería la paz.
-Pero fue a una guerra que sabía que ganaría y que le sirvió políticamente.
-La ayudó tremendamente, eso es cierto. Pero eso le da más méritos a sus intentos de paz, que le sirvieron para poner en evidencia que no era ella la que no quería cooperar.
-Al gobierno argentino le gustaría que Estados Unidos vuelva a intentar una mediación.
-Es algo natural, tiene buenas relaciones con ambos países.
-Clinton dijo que sólo lo haría si se lo piden ambos.
-Es una buena respuesta (risas).
-¿Porque Clinton sabe que los británicos no se lo van a pedir?
-Dudo que lo hagan…

La mediación

Reagan: luego del desembarco argentino en las Malvinas, el presidente de los Estados Unidos designó a Haig, entonces secretario de Estado, como mediador entre la Argentina y el Reino Unido.
Encuentro: Haig se reunió por primera vez con el ex canciller Nicanor Costa Méndez en Nueva York, el 4 de abril de 1982.
Viajes: el mediador se entrevistó con Thatcher en Londres y estuvo dos veces en Buenos Aires con Galtieri, a quien puso al teléfono con Reagan.
Fracaso: sobre el final de abril, Haig se retrae y alienta una mediación del entonces presidente del Perú, Belaúnde Terry.
Ruptura: el 30 de abril anuncia que los Estados Unidos impondrán sanciones económicas a la Argentina y que «responderá positivamente a los pedidos de apoyo de los británicos».

Nadie habló de traspaso

«Nunca hablamos de una transferencia de soberanía para 1997», afirmó Haig, para desmentir a un diario inglés que lo citó diciendo que Margaret Thatcher estaba dispuesta a entregar las islas Malvinas junto con Hong Kong.Según Haig, la ex primer ministra británica estaba más interesada en «la autodeterminación de los isleños que en la disputa de soberanía».
En otras palabras, el ex secretario de Estado de los Estados Unidos sostiene que Thatcher estaba dispuesta a transferir las Malvinas, siempre y cuando los isleños aprobaran esa decisión mediante un plebiscito.

-Pero nunca hubiera sucedido, porque los isleños no quieren ser argentinos, quieren ser británicos.
-No lo sé. Con el tiempo, la situación podría haber cambiado de manera dramática, porque el acuerdo hubiera roto con el aislamiento de las islas, las hubiera dejado más expuestas a la influencia argentina, porque contemplaba un gobierno más balanceado.
-¿Qué plazos manejaban?
-Estaba claro que no podíamos lograr el consentimiento argentino para que el plebiscito fuera algo inmediato porque sabían cómo iban a votar los isleños.
-¿La Argentina va a recuperar alguna vez las islas?
-No lo sé. Puede suceder si se mantiene el diálogo y se busca una vía pacífica. De lo contrario, si se cometen errores, si surgen fuerzas nacionalistas, eso va a jugar en contra.
-Los británicos ya no discuten la soberanía porque está dentro del paraguas.
-Eso es un buen signo. En relaciones internacionales, siempre es bueno dejar de lado las diferencias irreconciliables. En el corto plazo, la Argentina debe intentar que las cosas sean como eran antes de la guerra. Antes de la guerra, muchas cosas podrían haber sucedido.
-De no haber sido por la guerra, ¿la Argentina tendría las Malvinas?
-No puedo afirmar eso. Pero sí puedo decir que la guerra hizo mucho más difícil la perspectiva de un cambio. La discusión de soberanía va a demorar mucho más tiempo.

El divorcio

Cuando la entrevista ya había culminado, Haig se levantó para la despedida y con cierto desdén contó lo que considera su mejor anécdota con Galtieri.
En la intimidad, Haig solía decirle a Galtieri que no tenía «ningún sentido derramar sangre por unas islas rocosas y ventosas».
Al ex secretario de Estado, que jamás pisó las Malvinas y que conocía poco de América latina, le costaba entender el conflicto.
«Usted sabe que la Argentina es un país católico en el que está prohibido el divorcio», respondió Galtieri, y en broma le dijo que pretendía convertir a las Malvinas en un lugar al que pudieran ir los argentinos a divorciarse.
Haig, que estaba desconcertado, atinó a decir: «Bueno, yo soy un hombre católico. No creo en el divorcio». Y soltó una carcajada.

«Garganta profunda es un ex FBI»

Cuando se fue de la Casa Blanca, Haig se convirtió en un hombre de negocios.
La oficina de su consultora queda frente al edificio del Washington Post, el
diario del Watergate.
-¿Sigue pensando que Malvinas fue la misión más difícil de su vida?
-Fue difícil, pero también estuve involucrado en el final de la guerra con Vietnam y en Medio Oriente. Tuve muchos momentos difíciles. Ser el jefe de staff de la Casa Blanca durante el Watergate fue una de ellas (risas).
Imagine, Nixon fue el primer y el único presidente que tuvo que renunciar…
-Dicen que usted fue «Garganta profunda», la fuente de los periodistas que descubrieron el Watergate.
-Eso es una estupidez. No tiene sentido. Fue desmentido por los periodistas que crearon Garganta profunda.
-Si usted fuera Garganta profunda, ¿lo admitiría?
-Durante mucho tiempo yo creí que no había tal Garganta profunda, que era algo inventado para vender diarios. Pero luego investigué y llegué a la conclusión de que Garganta profunda fue un alto oficial del FBI.
-¿Quién?
-No lo voy a decir. Pero creo que sé quién es. Si es quien fue quien yo creo, pronto se sabrá, porque es una persona que puede morir en cualquier momento. Cuando eso suceda, los periodistas van a tener que dar su nombre para probar que existió tal Garganta profunda.
-¿Por qué lo acusaron a usted?
-Lo inventaron para poder vender un libro, pero después lo desmintió Ben Bradley, editor del diario.

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