La ofensiva diplomática

Guerra de Malvinas 1982

La ofensiva diplomática

La Nación, Sábado 22 de mayo de 1982, Buenos Aires, Argentina

La ofensiva diplomática

Por Jorge A. Aja Espil

Ha transcurrido un largo mes y medio desde que estalló la crisis de las Malvinas. Los episodios bélicos se repiten con dramática crueldad mientras la diplomacia trabaja febrilmente buceando las posibles soluciones para lograr un final pacifico. Si la lucha en el campo militar muestra el alto profesionalismo y la capacidad de las Fuerzas Armadas argentinas, en el otro frente nuestros diplomáticos hacen gala de iguales virtudes, buscando la paz por la vía de la negociación. Entretanto, la opinión publica mundial sigue sorprendida de este inimaginable foco bélico en el Atlántico Sur y sigue sin entender cómo, hasta el presente, dos gobiernos que sustentan iguales valores filosóficos se enfrentan tan encarnizadamente.

 La peligrosa política del «brinkmanship»

Tradicionalmente se conoce con dicho nombre a la estrategia política de arriesgar una guerra para forzar al país antagónico a ceder en sus pretensiones y sacar partido de esa emergencia. Doblegar al adversario mediante una diplomacia sustentada en la fuerza es el objetivo declarado de tal política. En estas aguas navegó la conducción de la política exterior del secretario de Estado J. Foster Dulles, aunque redefinida con un alcance menos extremo: llegar al limite de la confrontación sin entrar en ella.

Esta particular manera de conducir la política exterior a través de un camino de cornisa, entre la paz y la guerra, conlleva el riesgo del fracaso si se cae en la conflagración o si, temeroso de llegar al límite de la paz, se pierde en la negociación.
Mientras la primera acepción involucra una hipótesis de «efectivo» conflicto armado con la consigna de no ceder un ápice a la presión diplomática, la de Foster Dulles era una diplomacia orientada a convencer al adversario sobre lo «inevitable» de un escalamiento bélico, a menos que se accediera a las exigencias puestas en la mesa de negociación.
Esta estrategia en el manejo de la política exterior, empleada sucesivamente por la Argentina y Gran Bretaña en la actual crisis, recuerda esas arenas movedizas donde quien cae se va sumergiendo inevitablemente a medida que hace esfuerzos por salirse de ellas. Tanto la diplomacia argentina como la británica intentan vanamente salirse de esa ciénaga en la cual se ha caído por haberse puesto en juego aquella riesgosa estrategia política.
¿Cuáles son las reflexiones y los juicios que suscita hoy esta escalada de la fuerza en la conciencia internacional?
América proclama la soberanía argentina sobre las islas y urge una tregua

El 28 de abril último, los países latinoamericanos, salvo alguna inexplicable excepción, dejaron establecidos, en forma explícita, los derechos soberanos de la República Argentina sobre las islas Malvinas, pero también enmarcaron el conflicto como un problema que afecta directamente a toda América. Aquellos países hermanos buscaron, además de mostrar su solidaridad con una nación hermana, preservar la paz y la seguridad del continente a través de la vía diplomática, como único medio de solución del enfrentamiento. Se alinearon sin hesitar en torno de la causa argentina, pero reclamaron una solución pacífica, alejándose de las medidas coercitivas, porque ello era beneficioso no sólo para la gran causa de las naciones de Occidente.

Entre el episodio de la toma por la fuerza de las Malvinas y la vieja sombra del colonialismo, las naciones latinoamericanas no dudaron en repudiar a ésta, pero urgieron, tanto a la Argentina como a Gran Bretaña, a que acordaran una tregua en la lucha armada y volcaran sus esfuerzos a negociar un arreglo pacífico. La resolución del Órgano de Consulta del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, estableció, asimismo, las pautas sobre las cuales debían conducirse las futuras negociaciones: tener en cuenta los derechos de soberanía de la Argentina sobre las islas Malvinas así como los intereses de los pobladores.

Como la solidaridad supone reciprocidad, el gobierno argentino flexibilizó si acción diplomática para contribuir al logro de una tregua en la lucha armada, pero siguió tropezando con la terquedad de Londres, aferrada cada vez más a la política del «brinkmanship» en su versión más cruel.

La equívoca posición del gobierno de los Estados Unidos

Mientras el gobierno de los Estados Unidos, a través del secretario de Estado Alexander Haig, intervino con sus buenos oficios, sus encontrados compromisos como miembro del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca de Río de Janeiro (TIAR) y del Tratado del Atlántico Norte (NATO) quedaban a salvo.

Es precisamente lo que resulta de la explicación del voto de abstención de los Estados Unidos al tiempo de aprobarse la recordada , resolución del 28 de abril, donde el delegado norteamericano señaló que, en virtud de los esfuerzos que el secretario Haig estaba realizando para lograr una solución pacifica, era explicable la prescindencia norteamericana con el fin de no comprometerse, frente a las partes, con las definiciones alcanzadas por la resolución del Órgano de Consulta.

¿Cómo explicar, entonces, el abrupto cambio del secretario de Estado, producido a los dos días, cuando alineándose con Gran Bretaña le ofrece apoyo, violando no sólo el espíritu conciliador de la resolución del Órgano de Consulta y la solidaridad americana sino también la razón ética en que fundó su abstención la delegación norteamericana?
La presencia estadounidense en distintos lugares de la Tierra, respondiendo a consideraciones de política internacional y a exigencias estratégicas, no siempre ha conciliado con sus tratados de seguridad y alianza mutua. Así, obligados los Estados Unidos respecto de la Argentina y de los países latinoamericanos, por el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), e igualmente comprometidos con respecto a Gran Bretaña y Europa occidental, por el Tratado del Atlántico Norte (NATO), la contradicción asoma visiblemente. El acoplamiento entre ambos sólo tenía una salida para el secretario de Estado, que era la neutralidad y la equidistancia respecto de los dos gobiernos en pugna.
Se hacen evidentes las tribulaciones de la política exterior norteamericana frente a dos naciones de las cuales depende: la una, pieza maestra de su gran alianza; la otra, también pieza clave en América latina. El gobierno del presidente Reagan debió prever el pro y el contra de una decisión tan trascendental, imponiéndose a las presiones del Congreso y de Londres, recordando la posición geográfica de su país y la fidelidad a la Doctrina Monroe.

«Gran Bretaña debe renunciar a su pretensión de soberanía»

William P. Rogers, ex subsecretario de Estado, ha llegado a esa conclusión después de analizar las posiciones de ambos contendientes. Vinculado con los círculos académicos y políticos de Washington, su opinión, vertida en el prestigioso diario The Washington Post, con el título arriba mencionado, es realmente importante.
Tras admitir que las posiciones extremas de ambos países se presentan como irreconciliables, encuentra, sin embargo, algunos puntos de aproximación.
Así, dice, Londres no ha reclamado la soberanía de las islas como si fueran territorio británico; sus objetivos se aproximan más a la reivindicación del principio de no acudir a la fuerza para la solución de conflictos internacionales, como también a cuidar los intereses de los isleños.
Partiendo del hecho de que los Estados Unidos prácticamente se han convertido en un aliado de Gran Bretaña contra nuestro país, Rogers sostiene que es de primordial importancia que el mundo conozca cuál es el objetivo perseguido por el gobierno de la señora Thatcher en sus pretensiones sobre las Malvinas. Mientras el secretario de Estado mediaba -dice Rogers los objetivos últimos de Gran Bretaña eran menos importantes, pero, «ahora que somos aliados y que estamos identificados ante los ojos del mundo», éste debe saber que nosotros no apoyamos las pretensiones británicas de soberanía. Hay un peligro real -agrega- y es que América latina comience a creer que Gran Bretaña busca viejos reclamos colonialistas y que los Estados Unidos participan de ese propósito: una alianza imperialista.Concluye el ex subsecretario de Estado diciendo que «una renuncia de Gran Bretaña a la soberanía podría no cuadrar al círculo del conflicto pero puede permitir abrir una puerta a la paz».

Reflexión final

Una negociación no parte de un resultado sino que es el comienzo para alcanzar un logro. Mientras Gran Bretaña se niega a garantizar el destino último de las islas, el gobierno argentino ha flexibilizado su exigencia de un reconocimiento previo de la soberanía. «Negociaciones que conduzcan a la soberanía, aun si no se iniciaran con el reconocimiento», ha clarificado el canciller argentino.
No se es débil porque se sea flexible. Por ahora la intransigencia sigue teniendo faldas.

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