Haig: «Malvinas fue mi Waterloo»
La Nación Line, Domingo 10 de agosto de 1997, Buenos Aires, Argentina
A 15 AÑOS DE SU MEDIACION FRUSTRADA
Haig: «Malvinas fue mi Waterloo»
Revelaciones: en una entrevista con La Nación, el ex secretario de Estado
cuenta por qué no pudo evitar la guerra.
WASHINGTON.- Hace quince años Alexander Haig se embarcó en una misión
que le resultó imposible: mediar en el conflicto entre la Argentina y
el Reino Unido por las islas Malvinas.
El ex secretario de Estado no
está arrepentido de haber aceptado el encargodel entonces presidente de
los Estados Unidos, Ronald Reagan. Pero tiene lamentos.
«Malvinas fue
mi Waterloo», dijo a La Nación durante un extenso reportaje, porque
perdió el cargo y se frustraron sus ambiciones presidenciales. Haig
sostiene que George Bush, entonces vicepresidente y luego sucesor de
Reagan, «me veía como una amenaza, se tenía que deshacer de mí». Pero no
le echa la culpa de su fracaso a las pujas internas de la Casa Blanca:
«El verdadero problema fue el sistema de veto que funcionaba en la junta
de los militares argentinos».
-¿Cómo funcionaba?
-Nadie podía
decir que sí y todos podían decir que no. El Ejército y la Fuerza
Aérea, de alguna manera, eran más razonables. Galtieri hubiera aceptado
las propuestas de paz, pero el Ejército no podía avanzar sin el
consentimiento de la Armada. El representante de la Armada siempre era
el
más rígido. Una vez me dijo: «Vamos a pelear y vamos a ganar». Yo
le respondí: «Usted dice eso porque nunca le llegaron las bolsas con
los cadáveres». Pero no le causó ninguna impresión.
-¿Y el entonces canciller Nicanor Costa Méndez?
-Creo
que era un aliado de la Armada. En dos ocasiones logré el
consentimiento de los británicos, él me decía que sí y luego venía con
un papelito al aeropuerto. «Lea esto en el avión», me decía. ¡Y el
papelito rompía todo el acuerdo! Ya no le guardo resentimiento, pero no
le tengo
respeto. Me mintió dos veces.
-El que tomaba las decisiones era Galtieri, no su canciller.
-A Galtieri lo respeto. Creo que fue una víctima de las circunstancias, que estaba sometido a muchas presiones.
-Dicen que bebía…
-No lo sé, pero lo escuché. Una sola vez, después de horas y horas de negociaciones, lo noté con los cachetes enrojecidos.
-¿Thatcher era más flexible?
-Ambos
lados estaban atrapados por cierto «emocionalismo». La señora Thatcher
analizaba la situación en el contexto de la guerra fría. Pensaba que
sería una mala señal hacia Moscú que Occidente retrocediera frente a un
ataque. No podía tolerar una agresión, una ruptura de las leyes del
orden internacional. ¡Y tenía razón!
-Si creía que Thatcher tenía razón, ¿Por qué intentó mediar?
-Por
varios motivos. Uno -no menor- era que América latina podía reaccionar
en contra los Estados Unidos si nos poníamos en forma automática del
lado británico.
Respaldos
-¿Evaluaron la posibilidad de que Moscú apoyara a la Argentina?
-Esa preocupación siempre, siempre, estaba presente en nuestros cálculos.
Galtieri
me dijo que los rusos le habían ofrecido hundir un barco británico con
un submarino para que la Argentina se atribuyera el mérito. A mí eso no
me preocupaba, porque la junta era visceralmente anticomunista. Si
estaban cooperando con los Estados Unidos en Nicaragua. ¡Y eso era
contra Castro!
-¿Le consta la cooperación de la dictadura argentina con la CIA?
-No tengo pruebas, pero lo escuché y no tengo dudas al respecto.
-¿Cómo le dice a las islas, Malvinas o Falklands?
-Generalmente, Malvinas o «las islas».
-¿Y delante de Thatcher?
-Seguro
que Falklands. Eso fue lo más difícil: demostrarle a las dos partes que
éramos imparciales. De todas maneras, le aclaré a los argentinos desde
el comienzo que nos pondríamos del lado británico si las negociaciones
fracasaban.
-Durante su mediación, ¿Estados Unidos le dio información satelital a los británicos?
-Le
aclaré a Galtieri que respetaríamos los acuerdos de cooperación que
estaban vigentes. Pero una de las cosas que me perturbaba, porque dañaba
mi credibilidad ante la Argentina, eran las relaciones muy íntimas que
el Pentágono tenía con los británicos, especialmente la Armada. La
verdad es
que yo no estaba al tanto de todo lo que sucedía en la
Casa Blanca, donde muchos, con acceso directo a Reagan, se oponían a mi
intento mediador.
-¿Qué pensaba Reagan?
-Muchos en la Casa Blanca
creían que el problema no tenía nada que ver con el orgullo nacional,
que todo estalló por el petróleo. Reagan a veces repetía eso.
-Ahora se firmaron acuerdos de cooperación petrolera.
-Es ironía, pero yo no creía en eso.
-¿Qué creía?
-Que
tenía que ver con despertar el orgullo nacional y con otra cosa. La
junta -Galtieri me lo dijo- nunca creyó que los británicos darían pelea.
Él creía que Occidente se había corrompido. Que los británicos no
tenían Dios, que Estados Unidos se había corrompido… Nunca lo pude
convencer de que ellos no sólo iban a pelear, que además iban a ganar.
-Galtieri lo subió a un helicóptero para que viera una manifestación en la Plaza de Mayo.
-También
quería que saliera a saludar al balcón (risas). Pero sólo acepté el
viaje en helicóptero y lo que vi fue una muestra de patriotismo
preparada por el Gobierno. El domingo fui a misa y las mujeres, en voz
baja, me pedían: «Paz, paz», porque iban a pagar los costos con la vida
de sus
propios hijos.
-Usted dice que Thatcher buscó la paz, pero
cuando el acuerdo de paz había avanzado con Belaúnde Terry los
británicos hundieron el Belgrano.
-Esos son los problemas de
acercarse tanto a la guerra, se pierde el control. No creo que los
británicos estuvieran intentando boicotear la solución pacífica. En
Londres, para mí fue evidente que, salvo el ministro de Defensa, el
resto quería la paz.
-Pero fue a una guerra que sabía que ganaría y que le sirvió políticamente.
-La
ayudó tremendamente, eso es cierto. Pero eso le da más méritos a sus
intentos de paz, que le sirvieron para poner en evidencia que no era
ella la que no quería cooperar.
-Al gobierno argentino le gustaría que Estados Unidos vuelva a intentar una mediación.
-Es algo natural, tiene buenas relaciones con ambos países.
-Clinton dijo que sólo lo haría si se lo piden ambos.
-Es una buena respuesta (risas).
-¿Porque Clinton sabe que los británicos no se lo van a pedir?
-Dudo que lo hagan…
La mediación
Reagan:
luego del desembarco argentino en las Malvinas, el presidente de los
Estados Unidos designó a Haig, entonces secretario de Estado, como
mediador entre la Argentina y el Reino Unido.
Encuentro: Haig se reunió por primera vez con el ex canciller Nicanor Costa Méndez en Nueva York, el 4 de abril de 1982.
Viajes:
el mediador se entrevistó con Thatcher en Londres y estuvo dos veces en
Buenos Aires con Galtieri, a quien puso al teléfono con Reagan.
Fracaso: sobre el final de abril, Haig se retrae y alienta una mediación del entonces presidente del Perú, Belaúnde Terry.
Ruptura:
el 30 de abril anuncia que los Estados Unidos impondrán sanciones
económicas a la Argentina y que «responderá positivamente a los pedidos
de apoyo de los británicos».
Nadie habló de traspaso
«Nunca
hablamos de una transferencia de soberanía para 1997», afirmó Haig,
para desmentir a un diario inglés que lo citó diciendo que Margaret
Thatcher estaba dispuesta a entregar las islas Malvinas junto con Hong
Kong.Según Haig, la ex primer ministra británica estaba más interesada
en «la autodeterminación de los isleños que en la disputa de soberanía».
En
otras palabras, el ex secretario de Estado de los Estados Unidos
sostiene que Thatcher estaba dispuesta a transferir las Malvinas,
siempre y cuando los isleños aprobaran esa decisión mediante un
plebiscito.
-Pero nunca hubiera sucedido, porque los isleños no quieren ser argentinos, quieren ser británicos.
-No
lo sé. Con el tiempo, la situación podría haber cambiado de manera
dramática, porque el acuerdo hubiera roto con el aislamiento de las
islas, las hubiera dejado más expuestas a la influencia argentina,
porque contemplaba un gobierno más balanceado.
-¿Qué plazos manejaban?
-Estaba
claro que no podíamos lograr el consentimiento argentino para que el
plebiscito fuera algo inmediato porque sabían cómo iban a votar los
isleños.
-¿La Argentina va a recuperar alguna vez las islas?
-No
lo sé. Puede suceder si se mantiene el diálogo y se busca una vía
pacífica. De lo contrario, si se cometen errores, si surgen fuerzas
nacionalistas, eso va a jugar en contra.
-Los británicos ya no discuten la soberanía porque está dentro del paraguas.
-Eso
es un buen signo. En relaciones internacionales, siempre es bueno dejar
de lado las diferencias irreconciliables. En el corto plazo, la
Argentina debe intentar que las cosas sean como eran antes de la guerra.
Antes de la guerra, muchas cosas podrían haber sucedido.
-De no haber sido por la guerra, ¿la Argentina tendría las Malvinas?
-No
puedo afirmar eso. Pero sí puedo decir que la guerra hizo mucho más
difícil la perspectiva de un cambio. La discusión de soberanía va a
demorar mucho más tiempo.
El divorcio
Cuando la entrevista
ya había culminado, Haig se levantó para la despedida y con cierto
desdén contó lo que considera su mejor anécdota con Galtieri.
En la intimidad, Haig solía decirle a Galtieri que no tenía «ningún sentido derramar sangre por unas islas rocosas y ventosas».
Al ex secretario de Estado, que jamás pisó las Malvinas y que conocía poco de América latina, le costaba entender el conflicto.
«Usted
sabe que la Argentina es un país católico en el que está prohibido el
divorcio», respondió Galtieri, y en broma le dijo que pretendía
convertir a las Malvinas en un lugar al que pudieran ir los argentinos a
divorciarse.
Haig, que estaba desconcertado, atinó a decir: «Bueno,
yo soy un hombre católico. No creo en el divorcio». Y soltó una
carcajada.
«Garganta profunda es un ex FBI»
Cuando se fue de la Casa Blanca, Haig se convirtió en un hombre de negocios.
La oficina de su consultora queda frente al edificio del Washington Post, el
diario del Watergate.
-¿Sigue pensando que Malvinas fue la misión más difícil de su vida?
-Fue
difícil, pero también estuve involucrado en el final de la guerra con
Vietnam y en Medio Oriente. Tuve muchos momentos difíciles. Ser el jefe
de staff de la Casa Blanca durante el Watergate fue una de ellas
(risas).
Imagine, Nixon fue el primer y el único presidente que tuvo que renunciar…
-Dicen que usted fue «Garganta profunda», la fuente de los periodistas que descubrieron el Watergate.
-Eso es una estupidez. No tiene sentido. Fue desmentido por los periodistas que crearon Garganta profunda.
-Si usted fuera Garganta profunda, ¿lo admitiría?
-Durante
mucho tiempo yo creí que no había tal Garganta profunda, que era algo
inventado para vender diarios. Pero luego investigué y llegué a la
conclusión de que Garganta profunda fue un alto oficial del FBI.
-¿Quién?
-No
lo voy a decir. Pero creo que sé quién es. Si es quien fue quien yo
creo, pronto se sabrá, porque es una persona que puede morir en
cualquier momento. Cuando eso suceda, los periodistas van a tener que
dar su nombre para probar que existió tal Garganta profunda.
-¿Por qué lo acusaron a usted?
-Lo inventaron para poder vender un libro, pero después lo desmintió Ben Bradley, editor del diario.