Mucho más lejos de Malvinas

Guerra de Malvinas 1982

Mucho más lejos de Malvinas

Clarín, Martes 1° de junio de 1982, Buenos Aires, Argentina

Mucho más lejos de Malvinas

Por Oscar Alende

El acto de recuperación de las Malvinas, más allá de sus resultados, obró como desencadentante de ideales y fuerzas sofocados durante largo tiempo.La solidaridad nacional se legitimó con el precedente que apuntó Saavedra en el Acta del 22 de Mayo de 1810: «Que no quede duda que el que confiere autoridad es el pueblo». La filiación del enemigo ratificó el juramento del acta de Tucumán el 21 de julio de 1816: Libertad e independencia de España y»de toda otra dominación extranjera».

Un país maduro pone fin a su lastimosa dependencia en una decisión irreversible. Recupera su identidad y retorna a las más puras fuentes.

Si la revolución implica «una mudanza o nueva forma en el gobierno de las cosas», un cambio que golpea en todos los estratos de la vida nacional y los incita a salir de la chatura para crear -aun con sacrificios y desgarros- una mística constructora, afirmativa, leal a nuestras tradiciones y estilo de vida y abierta al proceso transformador del mundo, en buena hora. Será la revolución nacional, con sentido civilizado, de progreso popular y social que venimos reclamando desde hace años.

Por ello se ha diferenciado cuidadosamente el apoyo a las FF.AA., pleno en cuanto ejercen su función específica de defender en el campo militar la soberanía territorial y se lo ha negado en cuanto a la función de gobierno, en cuanto afecta a la soberanía integral que se asienta en el pueblo. No se limita a la custodia fronteriza, pues implica el resguardo de las riquezas naturales, de los valores culturales, de la labor productiva, de la satisfacción de su fuerza de trabajo y del estricto cumplimiento de las normas de orden y de fines consagradas civilizadamente en la organización institucional. El pueblo argentino quiere vivir ordenadamente en una democracia de verdad, responsable, renovada y remozada.

Esas posibilidades no habrán de afectarse en las tres alternativas que puede arrojar la lucha en Malvinas.En el caso lamentable del triunfo bélico de las tuerzas imperiales y colonialistas, coaligadas en una alianza espuria, habrá que preparar cuidadosamente, como en el inicio histórico, la «reconquista», para dar batalla en el momento y el lugar previamente elegidos.

Para ese hecho grandioso no se debe olvidar su inconmovible base jurídica, en toda circunstancia aplicable: según el artículo 67 de la Constitución Nacional, incisos 14 y 19, corresponde al Congreso Nacional que habrá de instalarse «arreglar definitivamente los límites del territorio de la Nación» y «aprobar o desechar los tratados concluidos con las demás
naciones».

Si en vez se llega a una transacción diplomática, el futuro presidente de la Nación elegido por el pueblo, «encargado del manejo de las relaciones exteriores», con su autoridad representativa podrá incrementar el ya manifestado apoyo latinoamericano y de los países No Alineados, con sumas en toda la comunidad internacional que advierta el sentido que protagonizamos de una contienda entre las potencias opulentas y explotadoras del Norte y los pueblos explotados y subdesarrollados del Sur.

Un triunfo argentino, que finalmente llegará en prolongado y desigual combate, nos permitirá recuperar una rectoría espiritual perdida y culminar el viejo sueño de integración latinoamericana y de servicio a la causa del género humano que forjaron los creadores de la nacionalidad.

Pero en cualquiera de los tres supuestos, la historia no volverá para atrás.

En caso de honrosa derrota, se incrementará el rezongo popular y el fuego de protesta. Si prosigue la disputa, opondremos la fuerza del derecho y la razón a la razón de la fuerza. Pero, al igual que en el caso del triunfo pleno, ya no tomarán espacio las antiguas fábulas de los mercaderes que nos vendieron, con sus argumentos prefabricados en las universidades del despojo, la falacia de la imagen complaciente en una colonia feliz.

Arribaremos a una posibilidad de alto destino, que dependerá de nosotros y de nadie más que nosotros, venida del ejercicio pleno de nuestros deberes y derechos: Doy por descontado, pues, que la situación de hecho que ha emergido abruptamente tendrá un resultado ordenado y justo, en un clima de reconciliación, seguridad y paz. De lo contrario, solo con sangre corrida esta vez para adentro, en el reclamo de la palabra empeñada, podrá sofocarse el hondo deseo de protagonismo y justicia que se ha despertado en el pueblo argentino.

Contamos, además, con la fortuna de que esos cambios no requieren debates o modificaciones institucionales. Le Constitución y las leyes ya existentes son precisas y aceptadas por todos. Solo hace falta cumplirlas.

Es en ese punto cuando aparece el reclamo de las responsabilidades propias.

Cuando surge la necesidad de dar respuesta a los interrogantes y de intentar dar luz a lo que no está claro.

Los largos años de prédica autoritaria y de información falseada:

¿En qué medida han afectado la vocación democrática de nuestro pueblo e incentivado su crisis de confianza y de fe en el futuro nacional?

¿Hay confianza popular sobre el futuro de las instituciones, la capacidad de los partidos y gentes políticas en relación con el dinamismo, la responsabilidad y la eficiencia con que deben abordarse los graves problemas residuales que sufrirá el país, en la crisis más grave de toda su historia?

¿Hay conciencia sobre la opción troncal que debemos resolver en un sacrificado y disputado trámite: el servicio de los intereses nacionales o el servicio de los poderosos intereses económicos, financieros y políticos de los enemigos contra los que ha corrido sangre en Malvinas?

¿Hay idea sobre las dificultades y peligros de esta gesta? ¿No nos pudrirán adentro para derrotarnos una vez más?

¿Hay seguridad de que no se volverán a repetir los enormes yerros que se agolparon en el pasado; cuya memoria lleva a la necesidad de sostener bases para una renovación política en prácticas e ideas?

¿Es exacto que la palabra democracia debe dejar de ser un ente abstracto -significa gobierno del pueblo- y debe espejar realmente la opinión pública, hasta ahora solo vigente en votaciones separadas por largos años?

¿Que esa opinión requiere la información más limpia y amplia y no puede relegarse a la opinión de los representantes, que con frecuencia pierden todo contacto con sus representados?

¿Es cierto que debemos ir a una democracia de participación y consulta permanente y que sin ella el pueblo desconfía y rechaza la vigencia de hábitos pretéritos, de estructuras partidarias caducas, en donde agazapadas tras consignas con disfraz ideal se advierte la disputa solapada por cargos, vanidades y beneficios, con desprecio de los valores éticos y la conducta?

¿Es cierto que ese pueblo no puede ni debe alienar más su propia voluntad para que sea ejercida por otros, en peligroso mandato en blanco?

¿Que el pueblo debe reservar sus derechos por sí, sin abdicar de sus responsabilidades para hacer y resolver?

¿Habremos superado los antagonismos que a su turno han empujado a los argentinos a ser perseguidos o perseguidores?

¿En qué medida los abogantes del interés contrario, aunque sus labios expresen hoy día anticolonialismo y antiimperialismo, no se recompondrán y buscarán un nuevo mimetismo argumental, para cumplir con su conchabo ideológico y mental al servicio de la extranjería?

¿Cuál ha de ser el camino de tránsito natural para los sectores que en largos años han quedado desarraigados de la política militante?

¿Cuáles las atracciones y los impulsos nobles capaces de movilizar a la juventud en respuestas activas y no violentas, para restablecer la justicia e instaurar en la República y el mundo una sociedad más recta, justa y fraternal?

¿Cuáles son los canales morales y prácticos que sacudirán el clásico «no te metás» y atraerán a los sectores medios, arrinconados en sus reductos culturales, espirituales, profesionales, comerciales y particulares?

¿Qué sacudida tocante los llevará señalarles que no basta hablar de la Patria, cantar su himno y colocarse uña escarapela, sino que hay que correr el riesgo de vivir plenamente, como parte activa y no solo criticona de una democracia sustancial?

Estos y muchos otros interrogantes demandan respuestas.

Es que la crisis que agobia a la Argentina va mucho más lejos de las Malvinas. Las Malvinas es el desencadenante, su consecuencia.

Ella abarca y toma sus fuentes en la crisis de su dirigencia, que comprende a la Nación toda. Es de nuevo la hora de la reparación. Si no se da será culpa de los silencios, de los miedos a hablar. Es el tiempo de enmendar las faltas.

De devolver identidad a la República, de presentar las cosas con sus atributos debidos. De hacerlas pares, completas en su esencia y forma, de darles compañía plural y atavíos. Es indispensable amojonar las coincidencias para disipar las dudas e impedir el extravío. De no hacerlo o por lo menos intentarlo, mereceremos la indignidad.

La Argentina debe reconstituir su vida política, sobre un acuerdo básico de renovación y pacificación.

Toda la ciudadanía debe contribuir con actitudes genuinas; deben apaciguarse los arrebatos hostiles, calmar las pasiones desatadas y lograr una abierta, esperanzada integración franca y positiva de todos los sectores, en la apertura de un proceso nuevo organizativo y mental, en el marco de una fuerza moral que se apoye en la justicia y quede regimentada por el derecho.

No se pueden soslayar los cambios: Siempre los hubo en el pasado, con parsimonia y lentitud. Así pasaban de padres a hijos sin chocar con la moral, palabra que viene de «mores», costumbres. Ahora son vertiginosos, acelerados, imparables. Es el término de la era industrial y el comienzo de la electrónica. Es el final del colonialismo y el parto de naciones y generaciones con ansias y exigencias distintas.

Si los quebrantos de Malvinas han sido el detonante, sus lecciones nos obligan a mirar sin miedo lo que vendrá y a proveer.

Por lo pronto y ya debe concretarse un programa de emergencia nacional, discutido y aceptado por todos, para lograr una relación internacional independiente, el aumento de la producción, la normalización financiera, el equilibrio de ingresos y gastos, la expansión de nuestro comercio, la promoción de la actividad económica en los sectores básicos y la justicia social.

Deben contemplarse cambios en la organización social y el manejo de la empresa, cambios en las organizaciones de trabajo y en el disfrute de los bienes. Deberán respetarse los valores espirituales y los derechos inalienables de la persona humana.

Debe estimularse el progreso científico y técnico para la producción fabril y del campo, con promoción de la automatización y la electrónica. Deberán jerarquizarse los estudios para lograr una mayor capacidad e inteligencia, otorgando a todos igualdad de oportunidades frente a la vida. Merecerán la mayor atención los sectores sumergidos de la comunidad nacional. Deberá repararse, en fin, la deformación portuaria creada por el servicio hacia afuera, promoviendo las economías regionales, en un país verdaderamente federal.

Para ese logro, debe adecuarse la representatividad democrática en un Estado social de derecho, mediante la participación activa y la consulta reiterada a todas las expresiones de poder real.

La grave situación por abordar exigirá que se conciten todas las energías útiles y que se compacten en un sólo esfuerzo todos los valores en un programa nacional, popular y social. El país en crisis debe apelar a todas sus reservas, conmover con ideas fecundas y hacerlas realidad.

La Argentina no tiene problemas de solución imposible. Tiene una capacidad de reacción efectiva y probada.

Necesitamos un «ego» nacional que pase por encima de los desencuentros y equivocaciones del pasado, que sacuda nuestra modorra y nos empuje hacia adelante.

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