Gran Bretaña: al rescate del orgullo herido
La Nación, Martes 27 de abril de 1982, Buenos Aires, Argentina
Gran Bretaña: al rescate del orgullo herido
Por Virginia Gamba
El ataque diplomático y militar de Gran Bretaña hacia un país del Tercer Mundo, americano y occidental, es un hecha patético y lamentable. Es aún más gravoso si se tiene en cuenta que tal actitud irracional y emocional proviene de uno de los países creadores de las teorías de seguridad contemporáneas, que basan toda su política en conceptas complejos de racional repulsión para que el enemigo desista de utilizar la fuerza antes de comenzar una crisis.
A más de tres semanas
del histórico suceso del 2 de abril, la reacción británica y la rigidez
en su toma de decisiones han cambiado o puesto en tela de juicio varios
esquemas dentro de las relaciones internacionales.
Su inflexibilidad no solamente ha roto la paz de Occidente sino que ha ejercido una negativa presión sobre sus dos puntos de apoyo: los EE.UU. y Europa occidental. Consecuencias secundarias de tal actitud se reflejan en la unión sudamericana, el renovado interés de potencias extracontinentales en el área y en los distintos foros de opinión mundial tales como los No-alineados y las Naciones Unidas.
Ante
tales sucesos, la lógica pide motivaciones. Surgen, en primer lugar,
motivaciones británicas de índole interna, como ser el tradicional
ataque entre los partidos políticos británicos, los problemas económicos
y laborales y el lobby de la Marina Real dentro de la toma de
decisiones de defensa. Aparte de estas presiones actuales, Gran Bretaña
arrastra otra índole de problemas, tales como la constante pérdida de
poder e influencia tras la ignominiosa retirada de su posición imperial y
el problema de adaptación a ser parte de Europa occidental.
Presiones internas
¿Cómo
han evolucionado estas presiones de índole interna que precipitaron la
crisis actual? En cuanto al problema de los ataques partidistas dentro
del Parlamento, los primeros momentos reflejaron confusión y la cuasi
caída del gobierno conservador; ahora existe una aparente unión tras la
política dura de Margaret Thatcher . Los problemas económicos se han
exacerbado, pero la muy positiva reacción probritánica de los países de
la CEE quizás augure una mayor cantidad de ayuda económica para ese país
al finalizar la crisis.
Los problemas laborales han quedado
relegados al obtener el apoyo de la opinión popular en favor de las
medidas dictadas por el Gobierno en relación con las islas del Atlántico
Sur.
Por último, el lobby de la Marina Real, elemento interesado
obviamente en una intervención de la Marina en el área, parece haber
dado resultados a juzgar por noticias provenientes de Londres en las
cuales se indicaba que la Sra. Thatcher se había visto forzada a
«reconsiderar los planes de defensa de su gobierno para el año próximo,
que según se cree incluiría sustanciales reducciones en la flota de
superficie». Esta opinión se basó en el aplazamiento de un documento del
Ministerio de Defensa, al respecto de reducciones, que no llegó a ser
publicado aún.
Hasta este momento vemos cómo la intervención
armada en las islas del Atlántico Sur sirve al refuerzo del saldo
interno positivo en lo que a Gran Bretaña se refiere: las partes
interesadas han obtenido las ganancias esperadas. Lo que aún no se puede
comprender es el «momento mismo» escogido para la intervención: la
inflexibilidad británica pone en peligro la mediación norteamericana y
crea presiones sobre los EE.U.U. y sobre Europa occidental como aliados.
En otras palabras, si los motivos actuales internos para la crisis ya
han dado su fruto a los sectores interesados (y fueron reafirmados con
la simbólica lucha de las Georgias del sur), ¿por qué simultáneamente se
ha puesto en peligro la influencia norteamericana, las negociaciones y
la salud económica de la CEE con las presiones generadas por el factor
tiempo y magnitud?
Motivaciones heredadas
La
respuesta a esta interrogante se encuentra en un segundo juego de
motivaciones británicas, es decir, en las ocultas motivaciones heredadas
tales como la pérdida del imperio y la renuencia a formar parte activa
de Europa occidental. Superpuesta a sus razones contemporáneas para la
creación de la presente crisis, ¿no sería posible encontrar en la
exageración diplomático-militar británica -hecha aun a costa de sus
aliados una razón de arrogancia y despecho? Para la respuesta a esta
pregunta es preciso hurgar en el pasado inglés un hecho lo
suficientemente significativo como para permitir su alusión a la crisis
presente. Esta búsqueda sólo nos puede llevar, en su contexto moderno, a
Suez.
Si bien mucho se ha hablado ya de que la crisis de las
Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur son una «segunda Suez», este
término ha sido utilizado en su contexto exterior: el derrumbe del
poderío inglés. Pero, ¿cuáles fueron las lecciones de Suez para los
mismos británicos? Lejos de olvidar y avanzar en sus relaciones
internacionales, los británicos han dedicado muchísima atención al
análisis de Suez.
Estrategos contemporáneos como C. J. Bartlett, J. B. Groom, J. Baylis y otros basan todos sus análisis en la búsqueda de:
1) razones por las cuales falló Suez, y -más preocupante-
2) cómo se puede evitar perder una nueva Suez. Citaré a continuación los elementos principales de estos análisis.
Será útil que el lector vaya equiparando estos elementos al comportamiento diplomático-militar inglés de la presente crisis.
¿Por qué falló Suez?
Las
razones por las cuales falló Suez, según Gran Bretaña, fueron, en
primer lugar, la demora inicial en reaccionar ante la nacionalización en
agosto de 1956. Dentro de este factor tiempo se tiene en cuenta que:
1 ) las operaciones militares deberían de haberse concretado lo antes posible para poder evitar la intervención en favor de Egipto de terceros países, como efectivamente sucedió durante la intervención de los EE.UU. y las Naciones Unidas en octubre-noviembre de 1956, y 2) la renuencia a actuar velozmente por parte de Gran Bretaña que no disponía de fuerzas en el área como para reaccionar inmediatamente, que luego demoró seis semanas en reunir la fuerza de choque, y que basó su planteamiento de la operación con demasiada cautela al sobreestimar el poderío egipcio. La decisión misma de no tomar muchos riesgos físicos causó fricciones con sus socios franceses.
En segundo lugar,
se reconoce que, aparte del factor tiempo en la reacción inmediata, a
partir del mes de septiembre de 1956 la total cronología de la operación
fue determinada por consideraciones políticas que llevaron al gobierno
inglés a rehusar atacar a Egipto (por aire, desde Malta) antes de
presentar un ultimátum formal. Lo cierto es que se puede probar que,
militarmente, Gran Bretaña pudo haber mantenido el canal si el gobierno
inglés no hubiera cedido ante presiones externas. Se cree, en general,
que la recuperación del canal hubiera colocado a Gran Bretaña en una
mejor base para iniciar negociaciones y al mismo tiempo satisfacer en
algo los intereses emocionales y ambiciosos de la psicología imperial.
Correr riesgos y tomar decisiones rápidas
¿Cuáles
son los puntos que proponen los estrategos británicos contemporáneos
para revertir el resultado de Suez. de poder hacerse? Estos son: 1)
asegurar el apoyo de la opinión pública británica en favor de una
intervención (en 1956, aquélla se encontraba dividida; 2) tomar más
riesgos económicos con especial referencia a las reservas de oro y
dólares; 3) tomar decisiones más rápidas de acción, pues se evita
sobreexponer al gobierno frente a la toma de una decisión lenta con el
subsiguiente deterioro del partido gobernante, y 4) decidirse a afrontar
todas las vicisitudes de una acción armada, tales como el riesgo de
desaprobación interna y exterior, daño a la economía y hostilidad hacía
Gran Bretaña de parte del grupo de países del área del conflicto.
No
hace falta un análisis muy complejo de la situación actual en la crisis
del Atlántico Sur para ver que los puntos determinantes arriba
expuestos se han aplicado a la presente crisis paso por paso: campaña en
pro de la opinión pública, la toma de riesgos económicos sin precedente
(poner en duda la inviolabilidad de la City), rapidez en la toma de una
posición rígida por parte del gobierno (anuncio del 3 de abril del
envío de la flota) y disposición a afrontar la desaprobación de los
países, en especial, de los países del área (OEA).
También se
puede ver el apuro por intervenir militarmente antes de la reunión de
los países del TIAR para estar en mejor posición de negociar, la
decisión de tomar riesgos concretos (disparar primero) y no acceder a
las presiones externas. Exclusivamente hablando del problema de las
presiones externas -que tanto lamentó Gran Bretaña en Suez-, se ve que
la actual actitud inglesa toma muy en cuenta lo sucedido entonces con
los EE.UU. Vale la pena revisar las relaciones anglo-americanas de
entonces sobre Suez y de ahora sobre el Atlántico Sur para determinar el
porqué de la conducta diplomática inglesa actual.
Otra vez
pido a los lectores que vayan trazando paralelos entre las dos crisis:
los EE.UU. y Gran Bretaña tenían intereses divergentes en la región del
canal. Para Gran Bretaña, el Medio Oriente era un área crítica de su
política tradicional, la presencia de las fuerzas británicas y el uso
ininterrumpido del canal eran axiomas de la política británica por más
de un siglo. Para los EE.UU. el canal no era una línea vital histórica,
lo mismo que Egipto no era un campo de prueba para el prestigio
nacional. El Sr. Dulles, sin ir más lejos. sin duda pensaba que el
enemigo principal en la región no era el nacionalismo árabe sino el
comunismo soviético. En suma, no existía una mutualidad de intereses
entre Gran Bretaña y los Estados Unidos.
Inicial ambivalencia norteamericana