Carta de Echeverría
Carta de Echeverría
«disculpa la letra pero es lo primero que puedo hacer desde el 12 de junio de 1982 en que recibí cinco balazos; así tengo sólo la pierna izquierda en buen estado. Es mi deseo agradecerle en nombre de correntinos, chaqueños y formoseños de mi regimiento su interpretación cabal de los hechos.
«Siempre tuvimos fe y decisión para la victoria; ante los adversos momentos nuestros jóvenes soldados guardaban la calma a pesar de que el 11 de junio ya teníamos cuarenta bajas por combate de patrullas; bombardeo y ataques terrestres nocturnos rechazados. La fe y el espíritu nunca flaqueó, ni frío, ni agua o nieve cambió nuestra determinación. Nadie dio más que otros, todos dieron todo y lo mejor que podían y nos contagiábamos mutuamente. La voluntad de luchar nos unía e inclusive inventamos nuevas armas que se construían con pedazos de aviones o helicópteros; en fin, algo así como el aceite hirviendo de 1806.
«Esos montes como Wall, Challenger, Two Sisters, Kent; fueron bendecidos por nuestros capellanes, que en moto-cross llegaban hasta las primeras líneas a damos la Comunión con lluvia o nieve.
«En nuestras incursiones tuvimos nuestros muertos que no pudimos recuperar a pesar de intentarlo, y sus cuerpos fueron lentamente confundiéndose con ese suelo tan criollo; a través de los mantos nevados, pero siempre supimos que estaban allí, como centinelas espirituales.
«En noches ventosas escuchamos a los radioaficionados que mantenían vigilias para establecer alguna comunicación con nosotros dándonos noticias de casa y esperaban pacientemente en silencio cuando necesidades del combate acaparaban las comunicaciones.
Ya con las extremidades baleadas y sintiéndome morir mientras llovía artillería en el lugar donde había caído junto con otros seis combatientes; un oficial inglés en pleno combate me prometió cuidar de los tres hombres que me quedaban y aceptó la rendición. Un médico comando inglés me operó entre el humo, las balas trazadoras y el olor de mi propia carne quemada y me desvanecí. Un sargento inglés tomado prisionero el 2 de abril y agradecido por el trato recibido en la Argentina me cuidó. Me bajaron del cerro y comprobé que habían reunido a nuestros muertos: la mayoría alcanzados en el pecho; ninguno en la espalda, murieron en la naturaleza heroica de nuestros antepasados dando la cara y con el Rosario al cuello.
En la evacuación, con dolor vi lo que quedaba de mi unidad, caminando con heridos a cuestas en el camino nevado; con el espíritu destrozado por no haber logrado la victoria y por los que quedaban para siempre.
«Los negros días posteriores terminaron cuando luego de dos operaciones desperté en el Uganda junto a un soldado herido que desde hacía dos días velaba junto a mí y me reuní con otros miembros de mi Ejército con quienes comulgué.
«Hoy ya escucho el paso redoblado de la guardia, tuve a mi hija de dos años y a mi señora junto a mí; pero allá pechos enrojecidos de coraje no latirán más y con ellos se quedó para siempre el cariño de su Patria y quedan irreparables ausencias en el corazón de muchas madres.
«Señor, nuestras Malvinas son como un parto para la Patria, para su verdadero y dulce nacimiento; ahora tendremos que cuidar esa semilla sembrada por todos y protegerla como a un niño hasta que sea hombre.
«Quiero sentir en usted a los millones de desconocidos que nos volcaron su amor y con quienes aún deberé cumplir. Deseo en sus hijos la misma grandeza de estos soldados que hicieron tanto por nuestra querida Patria.
«Sin otro particular, lo saluda atentamente.»