Testimonio del Suboficial Mayor Raúl Armando Orcasitas

Guerra de Malvinas 1982

Testimonio del Suboficial Mayor Raúl Armando Orcasitas

Guerra de Malvinas Grupo de Artilleria 3
Testimonio del Suboficial Mayor Raúl Armando Orcasitas

La toma de las Islas Malvinas, por parte de tropas conjuntas argentinas, me sorprendió y llenó de entusiasmo, prestando servicio en el Grupo de Artillería 3 con asiento en la localidad de Paso de los Libres, Corrientes con el grado de sargento primero.

Terminaba de realizar un curso en la Escuela de Artillería, el día 29 de marzo, con una duración de 30 días, en el transcurso del mismo nació mi primera hija, Nadia, después de esperar cinco largos años. Eran tantas las ansias de estrecharla y tenerla en mis brazos al igual que a mi amada esposa, que sola tuvo que afrontar el parto, lejos de mí y de sus seres queridos, pero conforme, teniendo la seguridad de que yo estaba cumpliendo con mi deber. Nadia nació el 24 de marzo.
Todas mis ansias la aprisionaban en el fondo de mi corazón, mientras empezábamos los preparativos de movilización y es así que el día 9 de abril desde las 20.00 a 21.00 horas el Grupo de Artillería, con su totalidad de efectivos, material y equipo partía por medio ferroviario con destino a Buenos Aires. Las expectativas de todos eran inmensas, no podría explicar todo lo que pasaba por nuestra mente, y nuestro corazón latía apresurado al saber que nos tocaba en suerte ser los argentinos elegidos para defender nuestra soberanía en las lejanas islas del sur.
En el transcurso del viaje, el jefe de unidad me asigna nuevo rol de combate, hasta el momento me desempeñaba como encargado reemplazante de la Batería Servicios, en el futuro mi nuevo puesto sería el de operador de radar de vigilancia terrestre (Rasit), además me asignó tres soldados novatos como auxiliares, desde ese momento paso a revistar en la Batería Comando junto a mis colaboradores soldados: Velázquez, Soto y Radaelli.
Después de la larga marcha, se rompe la rutina, cambio de tren y trocha, en Buenos Aires, nuevamente el monótono ruido, sin saber a donde nos dirigíamos pero llenos de fervor patrio.
Durante el viaje, recibo órdenes de mi jefe para preparar el material, personal y equipo, para saltar a las Islas. No se da, pero llegamos a Ingeniero White. Quiero destacar el apoyo manifestado con aplausos y vítores de la población al paso del tren cuando nos aproximábamos a alguna zona poblada y que sonaba en nuestros oídos como música celestial, y al mismo tiempo nos hacía tomar conciencia de la magnitud de nuestra empresa.
En Ingeniero White se procede a la descarga del material y embarcación en un vuelo que nos llevaría a Río Gallegos. Ese mismo día, el 13, en otro avión de la Fuerza Aérea, nuevamente descarga y carga y, con las últimas luces del día nuestro punto terminal ¡las queridas islas!
Con toda alegría de encontrarnos en suelo malvinense, comienzo a instruir a mis soldados en el armado, desarmado y puesta en marcha de nuestro radar; y así, día a día, en todo momento y lugar que tenía disponible. No quedaba mucho tiempo libre y el entusiasmo superaba con creces la lejanía, la soledad y lo normal en cada hombre, la necesidad de estrechar entre los brazos a los seres queridos.
Después de permanecer dos días en Puerto Argentino, nos ordenan desplazarnos con la Batería C, subunidad ésta que prácticamente la totalidad de sus cuadros (oficiales y suboficiales) fueron movilizados de distintos destinos, principalmente de los institutos de formación y Escuela de Artillería, con esta subunidad permanecemos dos días y realizamos en este período vigilancia terrestre, en horarios nocturnos en el perímetro defensivo, principalmente en una probable avenida de aproximación del enemigo. También como operador de radar empecé a agudizar e individualizar los sonidos que producían en un aparato los distintos blancos, además confeccioné el calco de ecos fijos de la zona; en el mismo tenía, con rumbo y distancia perfectamente localizadas la posición de tropas propias de primera línea, es así que sabía perfectamente si los blancos captados por mi radar se trataban de vehículo, peatón o peatones, animales, etc.
De pronto, nueva orden, helitransportado, el radar es trasladado a unas alturas en la zona de emplazamiento del Batallón de Infantería de Marina 5, una vez ubicado e instalado mi personal, empiezo a realizar vigilancia nocturna del campo de combate; durante el día, instrucción y obras de fortificación.
En este lugar, la seguridad de mi posición y todo otro tipo de apoyo necesario para mantenimiento, funcionamiento y subsistencia del personal nos la da con mucha eficiencia el mencionado Batallón, en esto quiero destacar que todo lo requerido lo tenía en tiempo, lugar y forma.
Transcurrido el cuarto día, mi posición es visitada por el jefe de grupo, el entonces teniente coronel Balza, realiza correcciones y aprovecho la oportunidad, dado que hasta este momento estaba solo como operador un poco cansado y con la vista irritada debido al brillo de la pantalla del radar, para solicitarle otro operador ya que tenía conocimiento de que el cabo primero Flores había realizado el curso de operador, pero esta persona estaba en la sección Comunicaciones. Mi jefe, con amables palabras, me dice que mis deseos serán cumplidos y, efectivamente, ese mismo día, cuesta arriba, con equipo y armamento se me presenta el cabo primero.
Y así transcurren días y noches, detectando en algunas oportunidades blancos en zonas no autorizadas, se informaba de los movimientos, rumbos, distancias después se comprobó que no se trataba de propias tropas.
El 1 de mayo, empiezo a experimentar y vivir lo que realmente es estar en combate, para el cual he sido preparado, en esa fecha, por la noche, la posición de la batería C, la mía, y la del Batallón es batida por fuego naval y munición a tiempo. Quiero entender que la posición del radar estaba perfectamente localizada por el enemigo, dado que en dos o tres noches he recibido intenso fuego naval, debemos dar gracias al Divino Creador de no haber sufrido bajas; debo reconocer además que teníamos buenos refugios de personal.
El 4 por la tarde, un helicóptero se posa a unos 100 metros de mi posición, veo bajar al teniente primero Dafuncchio que me llama y me transmite la orden del jefe de grupo de cargar el radar, personal y equipo para trasladarnos a otra posición.
Cumplimos la orden lo más rápido posible, dado las pocas horas luz de que disponíamos. Desembarcamos a la orilla del mar, instalo, oriento y empiezo a trabajar a fin de vigilar el mar y aportar datos de tiro para nuestros cañones y hostigar de esta forma a naves de superficie enemigas que hasta el momento cañoneaban noche a noche las posiciones argentinas. A partir de la segunda noche empiezo a localizar naves enemigas, en cuanto entraban dentro del alcance de mi radar (30 km.). Hubo noches que llegué a tener y hacer seguimiento a tres naves, las mismas se mantenían a no menos de los 13 kilómetros de la costa. A partir del tercer día tengo noticias de que había llegado una rampa de lanzamiento de misil (Exocet), es así que ese mismo día el teniente coronel Balza paso por mi posición y me ordena que lo acompañe a realizar un reconocimiento, donde sería mi futuro emplazamiento; momentos después se hacen presentes en el lugar ingenieros navales y se intercambian opiniones sobre como trabajaríamos en conjunto: radar y rampa de emplazamiento, es así que coordinamos y esa misma noche nos instalamos a unos 300 o 400 metros de la orilla, ellos apuntan la rampa con rumbo 3232 milésimos artilleros, yo oriento mi radar y doy el máximo ángulo de exploración (2200-), detecto un blanco a 30 Km. y empiezo a realizar el seguimiento con cambios permanentes de frecuencia a fin de evitar las interferencias que el enemigo emitía en forma casi permanente, dificultando así el seguimiento de los blancos detectados. Después de varias horas de bombardeo a nuestras posiciones, entra dentro del rumbo esperado y a 28 Km. doy los datos al personal que se encontraba manejando el misil; introducen en la computador del mismo, espera… incertidumbre y por qué no temor por lo que pudiera pasar, dado que era una experiencia nueva, con un armamento que fue preparado para ser lanzado desde una nave de superficie marítima, nosotros lo estábamos por disparar desde una plataforma de fabricación casera y desde tierra. Se dispara el primer misil, falla, no sale del lanzador, se introducen los datos al otra que estaba en la misma, cabe aclarar que todo este trabajo se realiza prácticamente en la oscuridad, nuevamente el intento, esta vez sale el misil, gran ruido… la espera se hace insoportable, desaparece el destello que dejaba la tobera, desconcierto ¡habíamos fallado! Cambio de posición, nos replegamos a Puerto Argentino, en los días subsiguientes noche a noche, nos instalábamos, pero los blancos no entraban en el rumbo indicado.
En la noche del 12 de junio, aproximadamente a las 21 horas, entra dentro del alcance del radar una nave enemiga. Empiezo el seguimiento, nuevamente la espera de la oportunidad a que entrara en el rumbo indicado. La nave enemiga cañoneaba a nuestras posiciones, cambiaba de posición, nuevamente el cañoneo y así estuvo durante toda la noche, hasta que a las 4.00 aproximadamente empieza su retirada. Desde los 14 Km. y con rumbo descendiente estaba entrando en la dirección esperada, a 28000/29000 metros hasta que se ubica en el rumbo esperado, informo a la gente del misil, se introducen los datos de tiro, acción del disparador y ¡fuego! Viene la espera… desaparece el destello de la tobera, cuando sobrepasa la línea del horizonte, un inmediato resplandor a lo lejos, el estruendo, ¡no habíamos fallado!, alegría, abrazos, festejos y por qué no decirlo, la lágrima que se escapa del personal que nos encontrábamos en el lugar. Sigo ploteándole, la nave paró las máquinas y permaneció en el lugar; al poco tiempo se aproximó otra aparentemente para auxiliarla, informo y sugiero disparar el otro misil que se encontraba en la plataforma, los ingenieros navales consultan entre ellos y deciden de inmediato hacer cambio de posición, suponiendo que se tornaba peligroso permanecer en el lugar ya que habíamos delatado nuestro emplazamiento. Dos días después mi jefe de unidad y con el sabor amargo de la derrota, me confirma que la nave había sido el destructor Glamorgan.
Esta es mi experiencia en tierras malvinenses, pero lo más importante es lo que paso a detallar a continuación: el espíritu de sacrificio, colaboración, abnegación, coraje, puesto de manifiesto por parte de mi cabo primero, de los soldados novatos, que en poco tiempo se convirtieron en verdaderos profesionales, tomando como base el sentido de patriotismo y pertenencia que me demostraron en todo momento.


Texto extraído del libro «Así peleamos Malvinas –
Guerra de Malvinas

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *