La conmoción y el replanteo

Guerra de Malvinas 1982

La conmoción y el replanteo

Clarín, Domingo 30 de mayo de 1982, Buenos Aires, Argentina

La conmoción y el replanteo

Por Joaquín Morales Solá

Durante muchos años -tal vez décadas- las Malvinas estarán en la cabeza y en el corazón de los argentinos.
Estaban antes también, pero de una manera diferente: eran un valor entendido más emocional que racional, eran una posesión teórica que no se discutía, pero cuyo despojo se toleraba.
La crisis de esas islas perdidas en el mundo conmoverá a la Argentina por muchas razones, aunque luego puedan discutirse todos sus componentes, desde la conducción política del conflicto hasta las decisiones previas al 2 de abril.
Pero es posible suponer que, más allá de los hombres y las circunstancias, las islas serán un ingrediente sustancial de la política interna y externa de los próximos lustros.
Retornarán al primer plano de las plataformas políticas de los partidos las secuelas económicas de la guerra serán una larga estela en el mar político argentino, las relaciones exteriores sufrirán seguramente un giro importante y hablarán de las Malvinas el recuerdo de los muertos y la vivencia trágica de los mutilados.
Sea como fuere el final del conflicto bélico, entonces, el archipiélago será una enorme presencia en la política y en la sociedad de la Argentina.
El conflicto ha derrumbado también viejos mitos y ha colocado al país frente a sensaciones irreductibles.
Difícilmente podrá volverse a hablar, como antes del segundo día de abril, de una política exterior que no sea la que represente los intereses nacionales; más difícil aún será propiciar la alianza incondicional con las potencias de dominio universal, comprometiendo a la Argentina con
estrategias que no son propias.
La crisis bélica ha dejado al descubierto también los seis años de política económica del régimen y la debilidad sustancial con que el país debió enfrentar el conflicto con una de las principales naciones del planeta.En los últimos días se habla mucho de que la Argentina podría pedir ayuda militar a la Unión Soviética, para tratar de compensar el fluido canal de
reabastecimiento con que cuenta Gran Bretaña.
El hombre común, acostumbrado a las simplificaciones, supone que aquel pedido puede solucionar todo y que se resolverá expeditivamente.Valen dos aclaraciones:
1) No son muchos -ni importantes- los armamentos que la URSS puede ofrecer de fácil aplicación a los equipos con que cuentan las tuerzas militares argentinas.
2) Moscú es la cabeza política de un sector del mundo y habría que averiguar, primero, si le conviene participar del conflicto o solo permanecer en una amistosa prescindencia, traducida solo en solidaridades diplomáticas con la Argentina:
Pero además está el frente interno militar.
Hay muchos hombres uniformados que postulan un acercamiento con la URSS, «como Churchill lo hizo en la Segunda Guerra Mundial», esto es, sin resignar los principios políticos de la franja más amplia del tinglado político.
Hubo también una reunión del Jefe de Estado Mayor del Ejército, general Vaquero, con todos los ex comandantes en jefe, en las que les pidió su opinión sobre el tema.
Sólo uno -el general Carcagno- habría estado de acuerdo en recurrir a Moscú, todos los demás -Lanusse, Pistarini, Viola, Videla, Laplane, entre otros- se manifestaron abiertamente en contra de tal operación política.
La Argentina, más flexible que Londres en estos días, está dispuesta a que las Naciones Unidas se hagan cargo de las islas durante un período de negociación. Gran Bretaña, en cambio, solo habla de reconquistar las Malvinas y restituir su gobernador.
Sabe que el mantenimiento posterior le puede ser oneroso e inútil y ya habría propuesto, por eso, el emplazamiento allí de una base militar anglo-norteamericana o de la OTAN.
En cualquiera de los casos, la faena diplomática que le aguarda al país es enorme, ya sea para conseguir de la negociación la posesión definitiva del archipiélago o para evitar que se asiente en parte de su suelo una base militar supranacional.
Este fárrago de acontecimientos por venir -economía, política, relaciones exteriores- ha recalentado la cabeza de la dirigencia argentina pensando en la posguerra.
En los principales exponentes de la política argentina puede advertirse hoy cierta renuencia a proponer un presidente civil de transición, sea cual fuere el balance postrero de la conflagración.
Ese Karamanlis argentino que imaginó el dirigente radical Raúl Alfonsín, haciendo un parangón con la gestión que terminó con el régimen de los coroneles griegos, tendría aquí algunos obstáculos serios, aunque las figuras civiles no han sido descartadas ni por los propios militares.
En el frente civil han surgido hasta ahora dos candidatos: el ex presidente Arturo Illia, levantado por el ala alfonsinista de su partido, y el ex presidente provisional peronista Italo Lúder, sostenido por sus más íntimos colaboradores.
En las carpetas de algunos jefes militares figuran otros dos candidatos: el canciller Nicanor Costa Méndez y el ministro de Defensa, Amadeo Frúgoli.Aunque toda esto es por ahora un vano ejercicio de la retórica, vale la pena recoger algunas opiniones del frente político.
Empecemos por el peronismo.El justicialismo ha tenido siempre una relación especial con los militares: han pasado con relativa facilidad del amor al odio.
El amor estuvo dado siempre por el mutuo reconocimiento de que el creador de ese partido fue un general, que no se olvidó nunca además que su primer noviazgo fue con el Ejército.
El odio surgió de la proclividad del peronismo en recorrer sin mucha sutileza el mosaico político de la derecha a la izquierda, y también porque sus postulados eran coyunturalmente contrarios a las filosofías que predominaban en las cúpulas militares.
Esto sirve para explicar que la conducción de Bittel se fortaleció desde que mejoró sus relaciones con los jefes militares.
El Bittel de hoy no es, en efecto, aquel que ante la comisión de Derechos Humanos de la OEA, en 1979, los acusó de gruesas violaciones a los derechos civiles argentinos.
Sus amigos y consejeros han cambiado también: el ex senador Vicente Leonidas Saadi, su principal colaborador en aquellos tiempos y líder actual de la izquierda peronista, está ahora más lejos que cerca de Bittel.
En el mejoramiento de sus relaciones con los jefes militares habría intervenido también el ex ministro de Economía Antonio Cafiero, hoy tal vez el hombre más cercano a Bittel.
También contribuyó su aceitada relación en este momento con el ex ministro Ángel Federico Robledo, cuya condición de hombre moderado fue reconocida siempre por tirios y troyanos.
Por otra parte, Bittel ha ido adoptando una actitud de prescindencia en el pleito gremial, desdibujando el compromiso con la C.G.T. dura que antes lo eliminaba como mediador, y ha consolidado su situación en la poderosa liga de gobernadores peronistas, que nuclea a los principales líderes provinciales del justicialismo.
Por lo que se sabe, Bittel no cree que una «salida electoral apresurada» signifique en ningún caso una solución para la Argentina.
Está más bien de acuerdo con una concertación entre civiles y militares para una transición, aunque sostiene que el acuerdo debe rondar no solo en torno del programa sino también de los hombres que lo ejecutarán.
El jefe justicialista está seguro que no es viable en este momento ni un gobierno de coalición nacional ni un presidente civil de transición.
En la conducción justicialista se desconoce qué actitud tomarán en los próximos días los sectores ultraverticalistas, liderados por Lázaro Rocca y Humberto Martiarena, y la izquierda que capitanea Saadi.
No sería extraño, con todo, que en estos momentos haya líneas tendidas hacia esos grupos para acordar un «modus vivendi» que haga posible la convivencia.
Los dirigentes de uno y otro sector de la dirigencia gremial habrían asegurado, por su parte, que están dispuestos a «firmar la unidad en 92 horas» si una especial situación política interna nacional se lo reclama.
«No hace falta un civil para presidir un período de transición hacia la democracia; hace falta un gobierno simpático a la clase política y con un programa nacional», exclamó ayer un notable dirigente del radicalismo.Obviamente no pertenece al sector de Raúl Alfonsín, para quien -a esta
altura del proceso militar- solo un civil puede garantizar la restauración democrática.
Para la conducción radical el planteo es distinto: Illia no puede ser por su trayectoria un presidente de facto y, en cambio, son los propios militares los que deben concluir con el régimen.
Los que manejan los resortes del poder en el radicalismo piensan, sí, que durante la transición el gobierno no puede quedar con un cheque en blanco en cuanto a su programa, porque éste condicionaría la futura administración democrática.
Es posible, por eso, que en los próximos días tome aire en el radicalismo una iniciativa para juntar a los principales partidos políticos -¿tal vez el renacimiento de la multipartidaria?- para requerirle a las Fuerzas Armadas un urgente programa de gobierno más cercano a las corrientes nacionales.
Para ese planteamiento pedirían una audiencia al presidente de la Nación o a la Junta Militar.
En la cresta radical se considera que el conflicto originado por la posición de Alfonsín comenzó a superarse y eso se habría reflejado en una entrevista que mantuvieron el jueves pasado Carlos Contín y el ex presidente Illia, donde éste -según se asegura- habría hecho un virtual retiro de su
candidatura.
Sin embargo, es posible que en la reunión de la mesa ejecutiva del comité nacional del 18 de junio próximo Illla resulte elegido presidente de la comisión de acción política del radicalismo, un órgano prestigioso del partido que nuclea a los notables.
Ya en épocas de Balbín el ex presidente aspiró a ese cargo, pero la conducción consideró entonces que no era oportuna la imagen de una dirección bicéfala en el radicalismo.
Al alfonsinismo le desagradó que la reunión plenaria del comité nacional haya sido convocada recién para fines de julio.
«¿Por qué no antes? ¿Por qué esta dilación si solo hace falta una resolución de la Presidencia? ¿Por qué remitirse a una veda que en la práctica no existe?», se interrogan las huestes de Altonsín.
El balbinismo responde: si el Gobierno cumple con su palabra, en julio la veda no existirá; y si no cumple será la oportunidad para denunciar que el Gobierno mintió.
No se explica tampoco el balbinismo que la fecha influya en algo: entonces Alfonsín contará -afirman con el mismo número de adherentes que tiene ahora.
Pero el Gobierno no está seguro si podrá cumplir con la promesa de alumbrar el Estatuto de los Partidos Políticos a fines de junio.
Exponentes importantes del régimen sostienen que los papeles llegarán a la Junta Militar en tiempo y forma, pero dudan que ésta pueda considerarlos en medio de los efectos bélicos.
Por lo pronto, en el radicalismo será relanzada mañana la agrupación balbinista que lleva el nombre de «Línea Nacional», con un comité ejecutivo que integrarán, entre otros, Juan Carlos Pugliese, Antonio Tróccoll y César García Puente.
La inclusión de García Puente es significativa porque venía distanciado de loe principales exponentes del balbinismo y porque se lo vinculó en algún momento con la candidatura de Illia.
En este marco, un hombre que mantiene aceitados contactos con los políticos y los militares, el ex subsecretario general de la Presidencia, Ricardo Yofre, pidió ayer un referéndum llevado a cabo a la brevedad para legitimizar e! período de transición.
Sostuvo que pasada la guerra hay que producir de inmediato una ;gran concertación, iniciar un diálogo breve y sustancial; con los dirigentes políticos partidarios y con los sec­tores sociales, para acordar un pro­grama de gobierno para la transi­ción, y concertar un plan político con un cronograma que deberá comenzar con la sanción del Estatuto de loa Partidos Políticos.
También afirmó que el acuerdo debe incluir a los hombres que lleva­rán a cabo ese programa, quienes “si no militan en los partidos, al menos deben gozar de la confianza de éstos y de las Fuerzas Armadas;. Consideró conveniente una ;actitud solidaria; de las fuerzas
políticas en la solución del problema de las Malvinas y un ;corte definitivo político-legal al problema de la lucha contra la subversión.
Antes del referéndum, debería formalizarse -puntualizó- un ;Acta de Compromiso Institucional firmada por todos los sectores.
En torno de estas cuestiones, actuales y futuras, en la última reunión de altos mandos del Ejército se habrían formado dos comisiones, una para analizar la situación presente (integrada por los generales Guañabens, Nicolaides y Varela Ortiz) y la otra de posguerra (formada por los generales Trimarco, Calvi, Reston y Wehner).
No se conoce ninguna de las conclusiones de estas comisiones, que marcan -de todos modos- una diferencia con el procedimiento de la Armada, que recurrió para tratar estos temas a almirantes retirados.
Se sabe, en tal sentido, que el jefe de la Armada habría advertido a los miembros de las comisiones de su fuerza que no pueden tomar contacto con dirigentes políticos, porque para eso ya existen los canales orgánicos de la fuerza.
Los almirantes retirados se habían reunido con varios dirigentes políticos y tales contertulios habría provocado algún estremecimiento en ciertos sectores de la Armada.
Tales estremecimientos no alcanzaron con todo, la profundidad que tuvo la conmoción provocada en los medios militares por la primera confirmación de la visita del Papa a Gran Bretaña.
Esa especial sensación fue rápidamente superada tras conocerse aquí la conmovedora carta de Juan Pablo II a la Argentina, en la que -en un gesto inusitado de humildad- se ocupa de explicar detalladamente las razones de su viaje.
No obstante, hubo tiempo para que los habituales voceros del poder gobernantes y algunas expresiones del mismo gobierno -como el mandatario sanjuanino Leopoldo Bravo­ lanzaran críticas contra una figura que ha tenido repetidos gestos de amor hacia la Argentina.
La madurez política consiste en comprender las razones de los demás y debe entenderse que el Papa no es propiedad de la Argentina ni las Malvinas son el único conflicto, actual o histórico, en la cabeza de una autoridad moral universal.
De cualquier forma, el país recibirá al Papa y hay quienes afirman que la misa campal que oficiará en Palermo será la concentración más grande que se haya registrado en la historia argentina.
El delegado del Pontífice, monseñor Silvestrini, habló aquí con algunos dirigentes políticos y les planteó su preocupación por el final de todo esto y por sus consecuencias durante la posguerra.
Le habrán dicho que a ellos les aflige también la guerra y la paz, pero compartieron la idea de que primero, antes que nada, la Argentina debe superar la cotidiana y crucial opción de elegir entre la vida y la muerte.

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