Giachino y la Patrulla Techo

Guerra de Malvinas 1982

Giachino y la Patrulla Techo

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Guerra de Malvinas Agrupacion comandos Anfibios

Giachino y la Patrulla Techo
La orden de alistar la Agrupación de Buzos Tácticos con asiento en la Base Naval de Mar del Plata, llego el 26 de marzo de 1982.

El Teniente de Corbeta Diego Gracia Quiroga es llamado por su comandante el Capitán de Corbeta Raúl Cufre quien le ordenó presentarse con el Capitán Sánchez Sabarotz, comandante de la agrupación Comandos Anfibios. Algo que le pareció raro, algo pasaba.- Usted, siete buzos tácticos y algunos comandos anfibios, integraran una patrulla a cargo del Capitán Giachino, dijo Sánchez Sabarots, a las 23 Hs parten rumbo Puerto Belgrano.

Y continuó:
En tarea clásica de comandos anfibios, tomaremos Puerto Stanley, mientras los buzos tácticos tendrán la misión de marcar, «limpiar» y asegurar la zona de playa necesario para el desembarco de la fuerza principal.

Los buzos tácticos tomarían la usina del pueblo y la mantendrían en funcionamiento.
Al día siguiente se reunieron con el Capitán Giachino quien les dio las primeras instrucciones, esa misma tarde visitaron el ARA Santísima Trinidad, nave que los llevaría hasta la playa.

El 30 Giachino reunió a su gente y les dio los detalles de la operación: se conformara la patrulla «Techo» y los dieciséis hombres se desplazaran en grupos de cuatro: «Rojo» en el bote 18 con el Capitán Giachino y los cabo Flores, Ortiz y Vega; «Naranja» en el bote 19 con el teniente de Fragata Gustavo Lugo, los suboficiales Salas, López y el cabo Ledesma; «Verde» en el bote 20, con el teniente García Quiroga, el suboficial Cardillo y los cabos Gómez y Urbina; y «Azul» en el bote 21 con el teniente de fragata Eduardo Álvarez, los suboficiales Mansilla y Gutiérrez y el cabo Vargas.

Estos grupos cumplirían la siguiente misión:
«Rojo» coparía la comisaria. «Verde» coparía la usina apoyado por «Naranja» para luego ambos dar apoyo a «Rojo» y tomar la central telefónica y por su parte «Azul» antes de llegar al pueblo neutralizaría un campo de antenas.

Un día antes del desembarco los planes sufrieron modificaciones: la patrulla tomaría la casa del gobernador y le induciría a convencerá a la población acerca de lo inútil de resistir. También marcarían una pista de aterrizaje para que descienda el helicóptero con el primer escalón de apoyo. Todo sin provocar bajas. Aquí el papel sorpresa seria de gran ayuda. Pero ¿estarían desprevenidos los defensores luego de los hechos de Georgias? Las cartas estaban echadas. La profesionalidad de los hombres su pericia, su respuesta a la situación crítica, todo seria puesto a prueba.

El día del desembarco la patrulla ceno en forma ligera. El ánimo era alto, bajo la penumbra del taller todos enmascararon sus rostro, verificaron el armamento y se vistieron con los trajes de agua, ya estaban listos. Al llegar la orden bajaron los botes en forma cuidadosa y se descolgaron de los pescantes. La noche oscura como pocas » es ideal para un ataque nocturno» pensó García Quiroga.

A las 22, los veintiún botes- incluyendo los cuatro de Giachino- sé encolumnaban a popa del destructor y zarparon con el capitán Sánchez Sabatos al frente. Aproximadamente 3 Km. era la distancia a recorrer.

Al tocar tierra, los «Verdes» del teniente García Quiroga y los «Azules» del teniente Álvarez dieron seguridad al resto mientras se sacaban los trajes de agua. Luego los papeles se invirtieron. Cuando la columna de Comandos Anfibios del capitán Sánchez Sabatos desapareció en la oscuridad, rumbo a Moody Brook, la patrulla de Giachino se puso en marcha.

Estamos más al Este de lo previsto – dijo Giachino, al no encontrar un alambre marcado en la carta- Iremos hacia aquella sombra que debe ser Sapper Hill.

En realidad se veía muy poco, tan oscura era la noche. A la vanguardia de la exploración iban Giachino y los cabos Ortiz, Alegre y Flores. Más atrás, lo hacían los «Naranja», luego los «Verdes» y por último los «Azules».

De pronto García Quiroga tropezó y cayó de rodillas sobre una roca que sobresalía de la turba dolorido llama a Giachino quien dispuso que se destacara detrás de los exploradores, ya que el dolor le impedía seguir la marcha.

La patrulla se movía cuidadosamente. Cada cincuenta metros se detenían y esperaban los dos silbidos de los exploradores, indicándoles que podían avanzar. A medida de que se acercaban al pueblo la distancia de los cincuenta metros se prolongo y los exploradores se ausentaban por unos veinte minutos. Finalmente hicieron un alto al pie de una antena de radio, a 1.500 metros de la casa del Gobernador.

Giachino dio las últimas instrucciones:

Usted Naranja ataca por la izquierda – dijo al teniente Lugo. – Verde déjeme llegar y venga con migo. Que se le sumen los hombres de Azul – le indico por su parte a García Quiroga, ya que el teniente Álvarez y el suboficial Mansilla se habían retrasado.
Giachino partió hacia el objetivo, seguido por Lugo con su grupo.

Minutos después García Quiroga inició el descenso hacia la casa, en momento en que empezaban a escucharse los primeros disparos desde Moody Brook, resultado del ataque del capitán Sánchez Sabatos. Un camión con marines llegó a la residencia del Gobernador y estaciono en la parte trasera.

García Quiroga y sus hombres estaban en una elevación, a unos 500 metros del objetivo, cuando escucharon a Giachino, desde el frente de la casa llamándolos. El tiroteo había empezado y aumentaba en intensidad. Bajaron agazapados y a la carrera y luego de cruzar una arboleda, García Quiroga se pego a Giachino, quien tenía a su gente desplegada en abanico y disparando contra la parte posterior de la casa. Mientras tanto, el suboficial Cardillo y el cabo enfermero Urbina se desplazaron hacia la cancha de fútbol, a unos 150 metros del edificio, para marcar el helipuerto con señales nada convencionales: un calzoncillos largo con las pierna abiertas con el fin de marcar la dirección del viento.

¡ Háblele ! – le ordeno Giachino a García Quiroga, quien en ingles y haciendo bocina con sus manos gritó, con toda su voz:

Mister Hunt, somos marino argentinos, la isla está tomada, los vehículos anfibio han desembarcado y vienen hacia aquí, le rogamos que salga de la casa solo, desarmado con las manos en la cabeza a efectos de prevenir mayores desgracias. Le aseguro que su rango y dignidad, como la de toda su familia serán debidamente respetados.
Silencio. Nadie respondió. Giachino ordenó entonces que repitiera el mensaje, pero tampoco hubo respuesta.

¡ Tírele un granadazo!
García Quiroga tomó una granada, sacó el seguro y la arrojó hacia el jardín.
A la explosión siguió una voz en inglés, desde la casa:
¡Mister Hunt está por salir!
Molesto Giachino le dijo a García Quiroga:
¡ Apúrelos, carajo !
El mensaje fue repetido. Como respuesta, una ráfaga de ametralladora y voces en ingles que gritaban «Mister Hunt, no salga».

El tiroteo se generalizó. Los cabos Alegre, Flores y Ledesma fueron cubiertos, de pronto, por algo así como una sábana naranja, efecto provocado por los proyectiles trazantes que les disparaban desde el pueblo, a través de la cancha de fútbol.
Jefe, si no entramos nos cocinan dijo García Quiroga mientras se tiraba cuerpo a tierra.
Si hay que entrar – dijo Giachino y salto una verja para llegar hasta la casa, seguido por Cardillo, Flores, Ledesma y García Quiroga.

La puerta conducía a un pasillo largo, con otra puerta lateral próxima a la entrada. Cardillo intentó abrirla con una patada, pero sólo logró lastimarse un pie. Sin pérdida de tiempo Giachino tomó una granada y golpeó el vidrio rompiéndolo. Se trataba de una sala sin salida aparente.

Por aquí no, hay que dar la vuelta – gritó Giachino, saliendo con la granada en la mano que uso para romper el vidrio, seguido de cerca por García Quiroga. Casi inmediatamente giró y fue en ese preciso momento en que dos impactos de bala – uno en la región inguinal derecha y en el glúteo del mismo lado-, le hicieron perder el equilibrio y caer al suelo.

¡ Me dieron, Cristina, me dieron! Gritó refiriéndose a su esposa.
Simultáneamente, García Quiroga que le arrancaban el brazo. Tuvo la sensación de recibir un hachazo, luego un empujón leve, indoloro y fuego en el abdomen. Balbuceó algo, llamo a Alejandra, su mujer y cayo contra un cobertizo. El tiroteo continuaba. Con esfuerzo se desabrocho la parka. No sentía el brazo herido. Intento moverse pero el dolor lo hizo gritar. No obstante, se soltó el cinto, aflojó el pañuelo del cuello y trató de respirar normalmente.

A su lado, Giachino gemía y llamaba al enfermero.
El cabo Urbina se preparó para acudir en atención de los heridos. El patio estaba dividido en tres por ligustrina de regular tamaño y pegado a esto un paredón de fibrocemento. Cuando iba a saltar un compañero le advirtió:
No, no lo hagas. Del otro lado no vas a tener donde refugiarte.

Esta bien, correré por detrás de los ligustros.
Así lo hizo, agazapado, hasta que encontró un hueco para pasar. Allí, dos miembros de la patrulla le informaron que a unos 30 metros, a la izquierda, estaba el capitán Giachino. Giró y se sobresaltó al toparse con unos gansos. De pronto un impacto en el piso levanto tierra, ensuciándole la cara. Parpadeó. Se pasó la mano por los ojos y corrió para buscar protección detrás de una casilla de chapa, pero un golpe en la cintura lo levantó en el aire, cayendo de espaldas.

¡ Me dieron! ¡ Me dieron ! – gritó el cabo enfermero al darse cuenta que lo habían herido.
Con dificultad se arrastró e intentó ponerse a cubierto. El fuego cruzado era intenso » Tengo que tranquilizarme», pensó. De la mochila extrajo jeringas y se aplico dos inyecciones.

¡ Urbina ! ¡ Urbina ! – gritó con insistencia García Quiroga, sumándose a los llamados de Giachino.
¡ No puedo ! ¡ Me dieron ! – respondió el enfermero apenas a unos metros más lejos.
Los minutos fueron pasando para los heridos, con una lentitud insoportable.
Por momento el tiroteo arreciaban y las balas, de un lado y del otro, se cruzaban, rebotando en las paredes de la casa y en el cobertizo del patio.
Ordene a su gente un alto al fuego y les enviaremos un médico – grito en ingles uno de los marines.
No tengo fuerza para gritar – respondió García Quiroga
Giachino con una granada en la mano, sin seguro, le dijo a García Quiroga que lo vigilara, por si se desmayaba.

¡ Tírela, por Dios! – imploró García Quiroga.
No puedo, no puedo – fue la respuesta del jefe de patrulla
El inglés, al escuchar el diálogo entre los oficiales argentinos, gritó:
¡ El que tiene una granada que la suelte !
No puede, no tiene seguro- dijo García Quiroga.

Entonces que la ate y la deje al costado, porque si no, disparo, voy a contar hasta cinco.
García Quiroga tradujo a su jefe el pedido del marine. Giachino utilizó la correa de sus binoculares para dar varias vueltas a la granada, la colocó en el suelo giró para alejarse. No dejaba de gemir. Al darse vuelta, quedó al descubierto una enorme mancha de sangre en su espalda.

Tirados en el suelo y bajo una pertinaz llovizna, esperaron durante tres horas, en vano, la llegada de un helicóptero. Tanto Giachino como García Quiroga habían perdido mucha sangre. De pronto, se escuchó un grito dirigido a Giachino:

Pedro, soy yo Tito.
– Era el capitán Monerau, que rápidamente se aproximaba a los infantes heridos.

Tito apúrate que no llego – respondió Giachino, quien estaba muy mal y que, con desesperación intentaba sentarse para poder respirar. El teniente Lugo se acercó, le abrió el overol y le rompió el pulóver de cuello alto y el chaleco antibalas para que se liberara un poco.

El suboficial Cardillo y el cabo Ledesma ayudaron a subirlos a los vehículos disponibles para trasladarlos al pueblo, pero Giachino murió en el camino.

A las 9,15 el Gobernador se rindió sin que se registraran bajas entre los militares y la población de las islas.

La masa de la Fuerza de Desembarco – Básicamente los elementos de asalto del BIM 2 con todo su equipo- se iba a reembarcar y regresar al continente ese mismo día.

Pero como era factible la presencia de submarinos británicos en la zona, esa tarde se los hizo retornar en aviones navales y de la Fuerza Aérea, en una operación de repliegue que no estaba prevista. A mediodía del 3, solo permanecían en Malvinas unos Quinientos efectivos del RI-25 y de la Armada, con el propósito de asegurar el orden.

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