El Hiena

Guerra de Malvinas 1982

El Hiena

El Hiena – Capitulo LXIV

A veces en grupo de dos o tres, los integrantes de la Red de Observadores del Aire, supervivieron al aire libre en ese rigurosísimo clima. Jamás se sabrá la cantidad de vidas que salvaron gracias a su oportuno aviso.

Relata: Alférez Barreto -Integrante de la R.O.A.

Ya habían transcurrido tres semanas desde la recuperación de las islas Malvinas y con el «Gringo» (Alférez Egurza), sentíamos una impotencia muy grande al no poder ir, pero en la tarde del domingo 25 de abril llegó ese bendito mensaje solicitando dos Oficiales para la R.O.A. Nos presentamos de voluntarios y allá fuimos.

Cuando las ruedas del Hércules chirriaron contra la pista de Puerto Argentino, lo miré a Egurza y le dije simplemente ¡Lo logramos !

Mientras el helicóptero Chinook avanzaba hacia Darwin, asiento de la Base Aérea Militar «Cóndor», contemplábamos el hermoso paisaje de las Islas.

Luego de una calurosa bienvenida, nos incorporamos junto con los Alféreces Sassone, Vázquez y Dagheri a la R.O.A.

Nosotros no veíamos la hora de estar en nuestros puestos. Los lugares de observación eran cuatro y yo debí quedarme como enlace de ellos en el puesto de Comando, por ser el más moderno (el de menos antigüedad en el grado), el día 28 de abril.

El 1° de Mayo,

Luego de los ataques, los muertos y los heridos, tomamos conciencia de lo que viviríamos en !os días subsiguientes.

El 4 de Mayo

Fui a relevar a otro Oficial, la posición quedaba en la montaña; colocamos la carpa junto a unas grandes piedras, para que nos protegieran del viento helado y de miradas indiscretas.

Junto conmigo había un Soldado, con el que estábamos alerta día y noche.

El frío se hacía sentir duramente, agravado por el constante viento. La lluvia y la nieve por las noches eran realmente insoportables, hasta tal punto que debíamos golpearnos las piernas con la culata del fusil para sacarnos el hielo.

Era imposible hacer fuego, no sólo para no delatar nuestra posición, sino que a raíz del fuerte viento, la carpa se había roto y el agua entraba por todos lados.

Cada día que pasaba hacía compenetrarnos más de la importancia de nuestra misión, en la cual, pese al rigor del clima, tuvimos grandes alegrías, ya que todas las entradas de los Harriers, eran avisadas con tiempo para cubrirse y preparar la defensa.

De vez en cuando veíamos a lo lejos algunas explosiones; un día explotó una fragata en la Bahía de Ruiz de Puente.

Por el cielo pasaban los Harriers «estelando».
Justo cuando nos quedamos sin baterías para el equipo de radio, atacaron los Harriers, y en nuestra desesperación por avisar, abrimos fuego con nuestros fusiles contra ellos. Vieron las trazantes desde Darwin y poco después nos dijeron: — ¡Bajaron uno!.- Habíamos justificado el que nos enviaran allí.
Poco a poco fue naciendo una gran amistad, propia de quienes se necesitan, entre el soldado y yo.

Tras veintiun días volvía a la Base, para soportar allí intensos cañoneos navales y ataques de comandos ingleses.

El puesto en donde yo había estado, fue atacado durante la noche y todos sentimos la impotencia de saber que no podíamos hacer nada por evitar las seguras muertes de mis camaradas.
Aprendimos a aprovechar todo lo que nos diera el terreno, que nos proveía de agua y alimentos.
Estaba junto a la radio cuando de pronto escuché una voz muy débil

– «Nido» – «Hiena» llama – ……¡¡Estaban vivos!!

Al día siguiente fuimos a buscarlos en helicóptero y yo me quedé en ese lugar. Por primera vez sentí una sensación extraña como si nos estuviesen observando, con lo cual el Soldado y yo, seríamos hombres muertos.

Mi instinto no falló, esa noche aproximadamente unos treinta comandos ingleses intentaron eliminarnos.
Descendieron de un helicóptero Sea King en un lugar próximo por lo que nos metimos con el soldado en un pozo de agua helada, en el que pasamos toda la noche, dispuestos a vender caras nuestras vidas. Por un milagro del Señor, la oscuridad impidió que ubicaran nuestro refugio y tras prolongadísimos tiroteos en los cuales pueden haber llegado a tirarse entre ellos, se fueron.

Nos arrastramos en sentido opuesto a la Base, subiendo la pendiente.

Tras muchas vicisitudes llegamos a Darwin, enterándonos que el «Gringo» había pasado por situación similar.
Mi próxima posición se encontraba ubicada sobre el canal este de Choiseul Sound, casi enfrente a Walker Creak, allí recibimos el nombre de M.7.
Éramos dos Oficiales y dos Soldados, lo que nos ayudó psicológicamente, viviendo sobre una planicie en la que cavamos pozos para vivir.
Allí aprendimos a convivir con las ratas que abundaban, pues no había otro remedio.

Cayó Darwin y todos los ROAS quedamos aislados; ahora debíamos llegar a Puerto Argentino, caminando en ese clima, sin medios y rodeados de enemigos.

Nuestra inquietud era saber qué había pasado con la gente y que había sido del «Biguá» (Alférez Daghero) que estaba del otro lado del canal y el único lado por donde podía pasar era Darwin, que estaba tomado por el enemigo.

Cuando lo llamamos por radio nos contestó con una alegría inmensa, sabiendo que estábamos bien.

Le dijimos que replegara, con los dos Soldados que estaban con él, hasta el puesto «Vasco», para ello deberían caminar todo un día y noche sin parar y comunicarse con nosotros a las 08:00 horas del día siguiente.

Nevó toda la noche y a la hora convenida no hubo enlace por lo que lo creímos muerto por los ingleses o por el frío, pero luego fue rescatado en una misión de gran riesgo por la gente de Puerto Argentino.

Para nosotros esos fueron días de arduo caminar, llevando a cuestas el armamento, los equipos y la radio a través de muchos kilómetros , pasando hambre, frío, viviendo en los arroyos durante el día y movilizándonos durante la noche por evitar ser detectados por sus helicópteros.

Luego de haber cruzado muchos arroyos descalzos y sin pantalón, de encontrar la posición de otros R.O.A. que habían sido atacados el día anterior, nos fuimos dando cuenta que avanzaban rápido y estaban preparando el asalto final a Puerto Argentino.

Nos deshicimos de todo lo superfluo y nos quedamos con lo indispensable, armamento, la ropa que teníamos colocada y la radio; los helicópteros venían pisándonos los talones.
Los dolores físicos se acentuaban, el hambre también, hasta que encontramos una estancia; era para nosotros un paraíso pues pese a que no había comida, había cerveza y ¡camas!.

Llevábamos mucho tiempo sin dormir, y la tentación era tremenda, pero cargamos algunas latas de cerveza, algo de leche condensada y seguimos la marcha.
La cerveza nos produjo vómitos, ya que nuestros cuerpos a esa altura, sólo aceptaba agua; bajé en muy poco tiempo 14 kilos de peso.

Llegamos a otra estancia en la que había Kelpers; con todo el dolor del alma, les sacamos un vehículo y les cortamos los cables para comunicaciones.
Teníamos visores de luz residual, que utilizábamos constantemente con excelentes resultados.

De noche circulábamos con el vehículo con las luces apagadas, guiados nada más que por visor.
Era obvio que el motor podía ser escuchado por ellos, pero no teníamos otra opción.

Por nuestros cálculos, vuelos observados y dirección que llevaban ellos, debían estar próximos a Fitz Roy. (Se nos habían adelantado con los helicópteros).
Entramos en esa zona y a poco de avanzar nos dimos cuenta de que efectivamente, estaba en manos de ellos y de que estábamos rodeados, no podíamos seguir.

Sentimos odio, frustración y la amargura de pensar que todos nuestros esfuerzos habían sido en vano, nuestra moral decayó, pero sucedió algo increíble, pudimos arreglar la antena de la radio que hacía bastante que no funcionaba, logrando informar a Puerto Argentino que «aún estábamos vivos», la cantidad de helicópteros que habíamos visto, la estimación de las tropas inglesas que había en la zona, que rumbo llevaban los vuelos, qué máquinas utilizaban, ¡La R.O.A. estaba en servicio nuevamente y se sentía útil!

Nos informaron que estábamos en el centro del grueso del ejército inglés, que no teníamos posibilidad de ser rescatados y nos dimos cuenta de que todo había terminado para nosotros.

Nos dijeron por la radio que nada podíamos hacer, nos agradecieron el valor de la información que obtuvimos y que nos entregáramos.

Por ese motivo, acusamos no recibir la última orden por falla de radio y gritamos

– ¡ VIVA LA PATRIA, SON NUESTRAS ¡

antes de cortar la comunicación.

Estábamos en un mal momento pero el orgullo por lo pasado era superior, no había miedo y a la muerte la tomábamos como algo normal ya que nos había merodeado mucho tiempo.

Destruimos la radio y el mapa, amaneció y se nos vinieron encima.
Era el final, era una profunda puñalada el perder algo que quisimos, queremos y querremos siempre.

Allí habían aprendido lo que era el verdadero dolor.
Estábamos rodeados por fuerzas tremendamente superiores, éramos muertos en vida, pensé en resistir hasta hacernos matar, pero a los soldados que estaban a mi cargo los esperaban en sus casas y el sacrificio hubiese sido inútil.

Nos interrogaron, nos sacaron los borceguíes y nos hicieron caminar descalzos por la nieve, seguíamos sin comer. Cuando supieron que éramos de la Fuerza Aérea, cambió el trato, un Oficial se me acercó y me preguntó que había con mis borceguíes y los del soldado; le contesté que me los habían sacado sus soldados; inmediatamente me entregó sus polainas de goma, nos hizo dar alimentos y nos llevó a un lugar con calor, era el General Jeremy Moore, Jefe del componente terrestre inglés.

Luego fuimos enviados a limpiar un barco pequeño llamado Monsumen y nos enviaron posteriormente a Darwin después de haber pasado una gran tormenta, nos sentíamos como sardinas enlatadas golpeando contra las paredes del barco.

Allí nos interrogaron los ingleses, mientras los Gurkas nos custodiaban.
También encontramos el último pelotón de prisioneros Argentinos a cargo de un Oficial del Ejército que fue un ejemplo constante para sus subalternos; el Subteniente (actualmente Teniente) Gómez Centurión .

Tras algunos fríos conseguí unos borceguíes de un combatiente Argentino fallecido.

Fuimos trasladados a San Carlos donde vi el lanzamiento del misil que destruyó el avión del más antiguo de nuestros muertos, el Vicecomodoro De la Colina .

Posteriormente en el Norlans Hull fuimos trasladados a Montevideo, de allí por barco a Río Santiago y luego por avión a Ezeiza.
Lo que más me impactó fue ver, en Buenos Aires, a la gente que pasaba distraídamente, indiferente como si lo que yo había vivido días atrás fuese cosa de otro País. La superficialidad y desinterés por los que peleábamos nos dolió.

Evidentemente había pasado demasiado tiempo en el límite que separa a la vida de la muerte, pero estábamos orgullosos de ello y dispuestos a volver inmediatamente, apenas la Patria lo solicite, para luchar por nuestras Islas Malvinas.

Relato extraidod de:
Con Dios en el Alma y un Halcon en el Corazon
Compendio de “Dios y los Halcones” y “Halcones sobre Malvinas”,
del mismo autor
Comodoro (R) Carballo Pablo Marcos
CORDOBA, AGOSTO DE 2004

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