El Gato

Guerra de Malvinas 1982

El Gato

El Gato – Capitulo XXXV

No es únicamente héroe el que combate.

Relata: Teniente Brea, «Gato» -Piloto de Helicópteros

Durante las operaciones en Malvinas, con mi tripulación hicimos treinta salidas.

Recuerdo que el 5 de mayo de 1982, al regreso de una misión de reconocimiento, se me informó que debíamos llevar a una base situada en la Bahía de los Elefantes, (en la isla de Borbón), unos videocasettes sobre lo ocurrido en las Islas, que se utilizarían en la gestión ante las Naciones Unidas, los que de allí serían enviados al Continente. También vendrían a bordo varios periodistas, los que posteriormente regresarían a Puerto Argentino.

Mientras cargábamos combustible a nuestro helicóptero en «Ganso Verde», observamos a cierta distancia cómo se estaba dando sepultura a un piloto inglés derribado en el último ataque aéreo.

Despegamos aproximadamente a las 17:00 hs.

El Teniente Longar conducía el aparato, sobre la costa oeste de la Isla Soledad, volando en sandwich entre el agua del estrecho San Carlos y las nubes que estaban separados por tan sólo 20 metros.

Muy próximo al punto, debimos reducir la velocidad, pues aumentó la densidad de la niebla.

Pronto fue imposible continuar y debimos pernoctar hasta el día siguiente.

«Tenemos chocolate en los bolsillos» —en clave— y nuestro Jefe pudo dormir tranquilo sabiendo que estábamos bien.

Esa noche dormimos en el helicóptero y el frío se hizo sentir mucho, más que nada porque no llevábamos ropa de abrigo. Antes de dormir repartimos entre todos el poco comestible que teníamos a bordo.

Con el amanecer del día 6, continuamos el vuelo y llegamos a destino.

Continuamos con nuestros temas de reconocimiento y rescate.

El 21 de mayo uno de nuestros Pucará no volvió de una misión y se nos ordenó salir a buscarlo. Era el Capitán Tomba..

Lo único que sabíamos era que había entrado en combate contra un Harrier.

Sobre la mesa de operaciones, nuestro Jefe nos indicaba la posición de nuestras tropas y la probable del enemigo. El estrecho de San Carlos parecía un lobo pronto a atacar, y si la misión no incluía su cruce todos respirábamos mejor.

Mientras caminábamos hacia el helicóptero, entre las casitas de «Campo Verde», repetíamos mentalmente las últimas indicaciones de nuestro jefe de Escuadrón:

-‘»Recuerden, estaremos aguardando en la frecuencia xxx; atentos a la Bahía Ruiz de Puente que por allí han visto helicópteros ingleses -y por último- ¡Tráiganlos vivos!

El Comandante me preguntó.

—“Gato”, ¿trae la carta de navegación?

Asentí, mientras llegábamos al Bell, que estaba oculto entre las casas del pueblo.

Despegamos aproximadamente a las 17:15 horas, cuando comenzaba a anochecer, debido a la estación del año y la latitud de nuestras islas.

Luego de un corto vuelo rasante, llegamos al punto, ubicado al este de la Bahía «Puerto Nuevo», que se encuentra al sur oeste de Darwin.

Permanecíamos atentos a la radio, pues un chasquido intermitente nos indicaría que un radar enemigo nos tenía en pantalla; este era nuestro criollo «Radar Darwin” .

No veíamos nada, mientras se ponía cada vez más oscuro, lo que se agravó por una bruma que reducía la visibilidad.

A unos 300 metros a mi izquierda vi algo irregular, eran los restos del Pucará que se había partido en dos, a la altura de la raíz del ala.

No tenía signos de que se hubiera incendiado, pero nos pareció ver el asiento dentro de la cabina, lo que indicaría que el piloto no había tenido tiempo de eyectarse. Se me hizo un nudo en el estómago, pues hacía muy poco había recogido los restos de otro piloto argentino derribado.

El Cabo Primero Quiñónez se bajó a inspeccionar los restos, con su habitual chaleco parabalas, un fusil y un aplomo admirable.

Para nuestra alegría, encontró el asiento y debajo del mismo, prolijamente doblado el paracaídas.

Era obra de él sin ninguna duda, para evitar que delate su posición.

Comenzamos a buscarlo, sobrevolamos una casa destruida pero no estaba.

En nuestra radio escuchamos la voz del Mayor Pose que nos decía:

—Verde – Azul , suspenda misión que se hace de noche. Hicimos silencio en la frecuencia.

— Hay novedades?

El Teniente Longar le contestó:

— Estamos cerca.

— Bueno, cuando consideren conveniente, peguen la vuelta.

De pronto una bengala redonda y roja estalló en la noche. Podría ser el piloto, o bien una trampa, como había ocurrido días antes en que derribaron otro helicóptero alertado por una bengala.

Recordé el cabello pelirrojo de su hijo Ramiro y seguimos.

Llegamos a una pendiente con los restos de una construcción, cuando una luz roja cruzó cerca de la casa.

Mi imaginación captó como el disparo de una munición «trazante» ( que indica con un surco de luz su recorrido).

El Teniente Longar dijo que le pareció una bengala.

No muy convencido nos acercamos. El valiente Quiñónez bajó a buscar al piloto, lo vimos perderse en las sombras, empujado por el fuerte viento helado.

Mientras tanto, levantamos vuelo nuevamente y en «estacionario» recorrimos las inmediaciones con nuestro faro de búsqueda.

No había nada.

Recogimos a Quiñones, pensando que una bengala en la noche es muy difícil determinar su posición y distancia.

— Rumbo a poner para retorno.

— Cero-seis-cinco.

Iniciamos el ascenso y ¡¡¡ otra bengala!!!

El Comandante puso rumbo hacia ella, y la luz que le quedaba antes de extinguirse cuando llegó a tierra, dejaba ver una construcción de piedra abandonada.

Cuando estábamos aterrizando, otra bengala más, describió una parábola delante nuestro.

Ojalá que todos los ingleses estén durmiendo; pensaba yo.

Nuevamente bajó Quiñónez , para recibir al Capitán Tomba que apareció corriendo hacia nosotros.

Despegamos.

Rumbo a casa – cero-seis-cinco….-espero

Mi duda era que me había desubicado un poco con los continuos cambios de rumbo.

Por la radio escuchamos

– Verde – Azul
— Prosiga
— Novedades?
— Positivas!!!
— El Mayor Pose solo mantuvo apretado el pulsador (botón que se aprieta para hablar por radio), a fin de que escucháramos la infernal gritería de los que estaban al otro lado de la línea.

En la negrura de la noche, vimos delante nuestro un círculo de luces, eran las linternas de los pilotos de Pucará y Helicópteros, que nos decían ¡¡ Estamos en casa!!

Mientras festejábamos, le escuché decir al Capitán Tomba que se dio cuenta que éramos nosotros y no los ingleses por el ruido de las palas del Bell, lo que me atrajo a la mente las estrofas que transcribo:

«Antes de verme llegar

me anunciaré con golpes secos y constantes contra el aire y el viento»…


Relato extraidod de:
Con Dios en el Alma y un Halcon en el Corazon
Compendio de “Dios y los Halcones” y “Halcones sobre Malvinas”,
del mismo autor
Comodoro (R) Carballo Pablo Marcos
CORDOBA, AGOSTO DE 2004

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