H.M.S Invincible

Guerra de Malvinas 1982

H.M.S Invincible

H.M.S Invincible

Ataque Invincible
Al finalizar el mes de mayo, los británicos se habían afianzado en San Carlos y ya estaban presionando sobre Darwin y Goose Green, para luego comenzar con su avance hacia el Este, en busca del punto capital: Puerto Argentino.Uno de los objetivos perseguido por las fuerzas británicas en tierra era el aeropuerto de césped de Darwin ubicado a unos 800m del pueblo, desde donde operaban aviones Pucará de la Fuerza Aérea Argentina. La pista – y, por ende la zona circundante- recibió, a partir del 1° de mayo, el bombardeo casi diario por parte de PAC de Harrier, a lo que se sumó, desde el 26, el ataque con artillería de campaña y morteros.

En general, las acciones contra las posiciones argentinas en todas las islas se fueron intensificando paulatinamente, con el propósito de aumentar la presión y disminuir la capacidad de resistencia. Las estaban permanentemente en el aire y ese control que ejercían en casi todo el teatro de operaciones era parte de preocupación por parte de las fuerzas propias.
¿Cómo lograban ese control aéreo? Muy simple: la Task Force disponía de gran cantidad de plataformas móviles (los barcos desde donde podían operar los Harrier) y, en especial los dos portaaviones: «Hermes» e «Invincible».
John «Sandy» Woodward era consciente de que si perdía alguno de los portaaviones, toda la operación correría grave peligro de fracasar; los cuidaba con un celo muy particular y no los arriesgaba por que sí. Que el riesgo lo corrieran otros buques.
Fue así como desde el comienzo de las hostilidades los portaaviones británicos se convirtieron, para los argentinos, en objetivos prioritarios.
Los movimientos de la flota fueron estudiados minuciosamente, día a día, incluyendo los lugares desde donde aparecían y desaparecían los Harrier. Para ello se utilizó un radar Westinghouse AN/TPS-43F de largo alcance, capaz de detectar ecos aéreos alejados, que era operado por personal de la Fuerza Aérea Argentina. El rastreo permitió conocer las zonas de maniobras desde donde se lanzaban los Harrier: ahí estaban los portaaviones. De eso, no había dudas.
El 29 de mayo, la 2da Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque recibió la orden de preparar una misión de ataque a un blanco que estaba ubicado a 80 millas al Este de Malvinas, exactamente en el radial 090°. Se pensaba que allí se encontraba el «Invincible», pues existían fundadas sospechas de que el «Hermes» había sufrido daños causados por uno de los Exocet lanzados por Curilovic y Barraza.
Luego del hundimiento del «Atlantic Conveyor», quedaba sólo un Exocet AM-39. La oportunidad, está vez era para la pareja formada por el Capitán de Corbeta Alejandro Francisco y el Teniente de Navío Luis Collavino.
Sugestivamente, luego del ataque al «Atlantic Covenyor» la Task Force se desplazo a una posición exactamente al Este de la Isla Soledad, es decir equidistante de tanto de Puerto Deseado como de Río Grande, complicando los vuelos argentinos tanto desde el Norte como desde el Sur, asimismo operar en el sector Noroeste, como en el caso del «Atlantic Conveyor», facilitaba mucho las cosas, pues a lo largo del litoral marítimo argentino existían varios aeródromos de alternativa.
Por otro lado un compromiso de carácter operativo no les permitía a los británicos alejar los portaaviones más allá de las 100 millas de las zonas de combate, debido a que el radio de acción del Harrier (incluida las maniobras en el aire) no superaba esa distancia. Ellos necesitaban aviones que despegaran, volaran hacia el objetivo, estuvieran en él durante un tiempo y regresaran, les era imprescindible tener «presencia en el aire».
A pesar de todas las precauciones, los mandos ingleses tenían una preocupación: los Súper Etendard argentinos. Sabían que no podían operar desde la pista de Puerto Argentino pero la experiencia del «Sheffield» y el «Atlantic Conveyor» había demostrado que esos aviones representaban un serio llamado de atención.
En los últimos días de mayo, Woodward ordeno aumentar el número de buques «piquete», para tratar de detectar la llegada de posibles ataques desde el continente.
La información sobre la presencia de esos «aviones» al Sudeste, Noreste y Sudoeste del territorio malvinense pudieron confirmarse en varias oportunidades. Y los ingleses no solo habían adelantado buques: se localizaron también a unas 70 millas al Sur del Estrecho de San Carlos, un helicóptero ingles «estacionado» en el aire, haciendo alarma aérea temprana.
Si bien todas las misiones eran motivo de pormenorizado análisis, el próximo ataque con Súper Etendard fue especialmente estudiado.
Lo lógico era pensar en un rumbo por el Noroeste, similar al seguido en la acción contra el «Atlantic Conveyor». En cambio, nadie podía llegar a imaginar un vuelo por el sur, dependiendo siempre de Río Grande, la base más austral disponible.
Precisamente ese fue el sector elegido: el Sur. Era muy difícil que los ingleses esperaran un ataque por allí.
Durante la mañana del día 29, Francisco y Collavino, con la ayuda del resto de la escuadrilla se dedicaron a ultimar algunos detalles de la misión. En primer lugar, se determinó el horario, teniendo en cuenta que hasta ese momento los Súper Etendard habían operado siempre en última hora de la tarde; por ello se buscaría una hora atípica, preferentemente a la mañana o, a más tardar, al mediodía.
En segundo lugar, y para poder hacer un arco y alcanzar el blanco por el Este, cosa totalmente improbable desde toda lógica, tendrían que realizar un doble reaprovisionamiento en vuelo. Si en la segunda oportunidad surgían inconvenientes, los aviones podrían regresar a su base, aunque sin cumplir la misión. No iba a ser la primera vez que aparecieran problemas en la maniobra del reaprovisionamiento; existen muchas variables que hacen que el método no siempre sea seguro. Además, la misión obligaba que los aviones tanques se desplazaran muy hacia el Este, con todos los riesgos que ello implicaba. Para evita la detección de los Hércules por parte de algún piquete enemigo y que este diera la alarma ante la evidencia del reaprovisionamiento de una misión por el Sudeste, se solicitó que los tanques no realizaran una derrota directa desde Río Gallegos hasta el punto de encuentro con los Súper Etendard, sino que se pegaran al continente y luego siguieran una ruta casi idéntica a la de los aviones atacantes.
A mediodía todo estaba listo. En cuanto recibieran la confirmación de la hora de los encuentros con los Hércules, despegarían.
En la sala de prevuelo Francisco y Collavino esperaban el momento de la partida. De pronto, ingreso el Capitán Colombo, Comandante de la Escuadrilla. Buscó con la mirada a Francisco y resueltamente se dirigió hacia él.
Francisco, en quince minutos van a aterrizar cuatro A-4C de la Fuerza Aérea para hacer con ustedes un prevuelo y efectuar juntos la misión una hora y media después.
Pero señor…es imposible… – atinó a decir Francisco.
– Sí, realmente… No hay tiempo para coordinar todo.
Se trata de un ataque sumamente complejo, que implicaba coordinación muy detallada a las que había que dedicarles su tiempo. Tendrían que compatibilizar perfiles de vuelo de aviones diferentes, y además, disponer de otro avión tanque para el doble reaprovisionamiento.
solicitaré autorización para anular la misión. No podemos concretarla hoy; por lo menos en cuanto a efectuarla en conjunto – dijo Colombo luego de escuchar las opiniones de los pilotos.
Como el blanco continuaba en la misma posición y ante la imposibilidad de concretar el ataque juntamente con los aviones de la Fuerza Aérea, se decidió que despegaran solamente los Súper Etendard .
Francisco y Collavino se encaminaban hacia sus respectivos aparatos y realizaron el chequeo previo, pero ni bien pusieron los motores en marcha, llegó la orden de suspender el vuelo, pues el Hércules no podía seguir esperando y tenía que regresar por falta de combustible.
A partir de ese momento, los pilotos comenzaron a ajustar una serie de detalles, considerando que el vuelo, al que se sumarían los cuatro cazabombarderos A-4C «Skyhawk» de la Fuerza Aérea, se realizaría al día siguiente.
Durante una reunión que se había realizado durante la mañana del día 29, en San Julián, el Comandante del Escuadrón de los A-4C de la Fuerza Aérea reunió, en su despacho, a todos los jefes de las jefes de escuadrillas, para hacerles conocer la existencia de la misión contra el portaaviones británico.
Los cuatro aviones luego del lanzamiento del Exocet por parte del uno de los Súper Etendard, continuarían para pasar sobre el blanco y bombardearlo, tratando de penetrar la barrera defensiva que siempre forman los buques que protegen a los portaaviones. Una barrera que generalmente, es muy difícil de atravesar. Por ello el riesgo que corrían era altísimo, más aun por que el ataque tendrían que realizarlo en aguas abiertas, donde la capacidad de detección por parte del enemigo era total y anticipada como para que los sistemas de armas tuvieran tiempo de suficiente para reaccionar con eficiencia.
Cuando el Comandante finalizo su explicación, hizo un breve silencio: pausadamente, sin poder ocultar la emoción propia por el momento que estaba viviendo, pregunto quienes deseaban, voluntariamente, tomar parte en el ataque.
Un nuevo silencio envolvió a los presentes.
– Señor, solicito autorización para participar.
El Primer Teniente Ernesto Rubén Ureta se había puesto de pie.
Casi al mismo tiempo se levanto el Primer Teniente José Vázquez
Señor yo también quiero ir
Bien – respondió el Comandante – Ustedes designarán a los otros dos pilotos.
Así lo hicieron. Entre los restantes oficiales del escuadrón, eligieron al Primer Teniente Omar Jesús Castillo y al Alférez Gerardo Guillermo Isaac.
El domingo 30 amaneció como era habitual en Río Grande: nublado, muy frío, y con escarcha por todos lados.
La sala de prevuelo, desde muy temprano, registraba una intensa actividad. Francisco, Collavino y prácticamente todos los demás integrantes de la Escuadrilla, se reunieron con los pilotos de la Fuerza Aérea que participarían den la misión. Juntos realizaron la coordinación final, dejando sentada la importancia de la discreción y acomodando el perfil de vuelo de los A-4C al de los Súper Etendard.
¿Qué harán si alguno de sus aviones regresa por fallas? – le pregunto Francisco a Vázquez, que era el líder de la escuadrilla de la Fuerza Aérea.
Todos hicieron silencio. Vázquez, levanto la vista del gran mapa que estaba desplegado sobre la mesa de trabajo y se irguió, mirando los ojos de Francisco, que estaba agachado sobre la carta, realizando mediciones con un compás.
– en ese caso continuarán los otros tres.
Francisco volvió a preguntar:
¿Y si un segundo avión tiene que regresar?
– Seguirán los otros dos. Sólo se anulará la misión, por nuestra parte, por supuesto, si fallan tres maquinas. Ir con un solo avión no tiene ningún sentido.
Por un momento todos se callaron. Si para los Súper Etendard ese ataque, por sus características era muy riesgoso, mas lo era para los pilotos de los A-4C que, si bien eran voluntarios, no desconocían el tremendo riesgo que corrían. Las ordenes que tenían era atacar el blanco en el que impactara el Exocet, fuera cual fuere; se suponía que ese buque iba a estar más indefenso que otro que estuviera intacto. Era la única manera de aumentar las posibilidades de hundir al «Invincible», en caso de que el misil pegara en el portaaviones.
Alrededor de las 12:30 hs Francisco recibió la autorización de la torre de control de Río Grande. Un poco más atrás y a su derecha, Collavino esperaba que su líder despegara primero, para hacerlo él segundos después.
Francisco aceleró hasta un ochenta por ciento de la potencia de la turbina, soltó los frenos y el Súper Etendard, con el último Exocet AM-39 disponible, comenzó su carrera de despegue. Con un suave movimiento del bastón de comandos hacia atrás elevó la maquina y las ruedas dejaron la pista. Entró el tren de aterrizaje y los flaps, luego redujo la potencia. Giro a la izquierda y vio que el avión de Collavino estaba despegando. Al completar el giro, su numeral ya estaba volando hacia él y se aprestaba a reunírsele.
Aproximadamente unos cinco minutos después, uno tras otro fueron despegando los A-4C. Como los Súper Etendard, ascendieron a 12.000 pies y pusieron rumbo Sudeste.
Luego de volar durante cincuenta minutos con una meteorología más que aceptable, los Súper Etendard llegaron al punto donde estaban esperando los dos Hércules. Sin inconvenientes completaron la carga de combustible y permitieron que los A-4C hicieran lo propio.
Lo novedoso de esa misión era, tal vez, la forma de reabastecerse: para aumentar el radio de acción se había decidido que los seis aparatos volaran juntos a los aviones tanques, turnándose para chupar combustible durante casi 300 km. La maniobra se realizo perfectamente. Todo marchaba según lo previsto.
A partir de allí los aviones pusieron rumbo Este, para llegar al sitio de mayor alejamiento y realizar un segundo reaprovisionamiento.
Cargados «a full», los aparatos se alejaron de los Hércules y adoptaron la formación de ataque: los dos Súper Etendard adelante separados una milla uno de otro; detrás de cada Súper Etendard, dos Skyhawk.
En ese momento comenzó la mala meteorología: paulatinamente aparecieron cumulus nimbus, provocando la pérdida del contacto visual entre los aviones y un ligero alejamiento de la ruta, pero enseguida regresaron a la derrota convenida, gracias al excelente sistema de navegación de los Súper Etendard.
Comenzaron a cumplir el perfil de descenso. Estaban completando el rodeo de las naves británicas, que en ese momento estaba a su izquierda; pronto se encontraron volando rasante sobre un mar encrespado, cuyas olas salpicaban los parabrisas y formaban pequeñas mancas de sal en ellos.
Collavino miró a su líder, que le hacía señas para que mirara a los pilotos de la Fuerza Aérea que, perfectamente amoldados a la operación que los Súper Etendard fijaban, por sus sistemas de armas y de detección, volaban en perfecta formación con los aviones navales. Los requerimientos de silencio absoluto de radio y disciplina se cumplían estrictamente.
Francisco miro su carta, que llevaba doblada en la rodilla derecha: según los cálculos y la información recibida el portaaviones se encontraba a más o menos 300 km. de distancia.
Mientras tantos, los chubascos aislados eran, por momentos de tanta intensidad que hasta podrían aparecer en la pantalla del radar.(1)
Y así ocurrió. Cuando los dos Súper Etendard ascendieron para emitir con los radares, vieron muchos ecos dispersos. De inmediato descendieron y continuaron con el vuelo rasante.
Una milla más adelante treparon nuevamente y emitieron. Collavino acerco su mirada a la pantalla, para distinguir mejor: tenía un eco aparentemente verdadero. En ese instante, escucho en su auricular la voz de Francisco:
– ¡Lo tengo, lo tengo enganchado!
Collavino también detecto el mismo eco y exclamo, entusiasmado:
– ¡Yo también lo tengo enganchado!
¡Lanzo misil! – dijo Francisco, y apretó el botón de disparo.
El avión de Francisco se sacudió.
Collavino y los pilotos de los Skyhawk observaron como el misil se desprendía del Súper Etendard, cayo dos o tres metros y cuando parecía que iba a chocar contra el agua, encendió su motor y comenzó a volar, ya estabilizado, a ras del agua, dejando una estela de humo blanco producto de los gases de combustión.
Una vez más, el misil había sido lanzado en excelentes condiciones de tiro y una distancia que aseguraba el impacto en un blanco perfectamente destacado por los sistemas de los Súper Etendard.
Inmediatamente Francisco y Collavino giraron a toda máquina y en vuelo bien rasante regresaron a la ruta convenida.
Cuando habían recorrido unas treinta millas Collavino detecto una emisión radar que, según sus instrumentos, llegaba desde el sector de cola de su avión.
– ¡Tengo «ruidos» en la cola! – le dijo por radio a Francisco, quien entendió: «tengo lobos en la cola».
– ¿Dónde están? –pregunto Francisco mientras trataba infructuosamente de ubicar a los «lobos» (aviones enemigos).
– en la cola, en la cola – repitió Collavino.
– ¿Pero dónde están que no los puedo ver? – exclamo Francisco girando la cabeza hacia uno y otro lado, buscando lo que lógicamente no había.
– No señor, me entendió mal. Dije que tenía «RUIDOS» en la cola.
– ¡Ah, con razón! ¡Qué susto me di! Controlemos esos «ruidos» y por las dudas planchémonos un poco más.
Segundos después, la señal de alarma cesó. Más tranquilos, se dirigieron hacia el punto en donde debían encontrarse con el avión tanque.
La reunión y el reaprovisionamiento se realizaron sin inconvenientes.
Luego de la carga de combustible Francisco se comunico con Río Grande e informo el resultado del lanzamiento. Poco después, aterrizaron en su base.
Mientras tanto los cuatro aviones de la FAA habían seguido la estela del Exocet, en su camino hacia el blanco, pero como el misil desarrollaba mucha mayor velocidad, pronto lo perdieron de vista, a pesar de que la visibilidad era buena y alcanzaba a un poco más de 15 km.
Vázquez que era el líder de la escuadrilla, hizo una seña a sus numerales para que cerraran la formación
Los aparatos configurados con tres bombas de 250 kg. Cada uno, se fueron acercando velozmente al objetivo, en vuelo bien rasante: apenas 12 mts los separaban del agua.
De pronto a lo lejos apareció una mancha oscura, borrosa por el efecto de la bruma. No había dudas ahí estaba, inexplicablemente solo, sin otros barcos cercanos. Había llegado el momento de enfrentarse frente a frente con uno de los buques más buscado de la Task Force.
Dientes apretados, las manos aferradas al bastón de mandos y un frío sudor que le empapaba el cuerpo.
Poco a poco, la figura inconfundible del portaaviones se fue haciendo más clara, más nítida: la cubierta ligeramente curvada hacia arriba en el sector de la proa; la «isla» (2) desplazada hacia la banda de estribor. El barco navegaba a muy poca velocidad. Algo les llamo la atención: desde la base de la «isla» salía una densa columna de humo cuyo tamaño iba en aumento. Rápidamente se dieron cuenta que era la prueba indudable de que el Exocet había impactado.
Cuando los pilotos llegaron a unos 12 km. del blanco, pusieron la máxima potencia a sus motores y se prepararon para la aproximación final. A la izquierda volaban Vázquez y Castillo, y a la derecha, Ureta e Isaac.
En ese momento, un misil que nadie vio llegar, impacto en el avión de Vázquez, que estallo.
Tratando de dominar la angustia y la impresión que les había causado la inesperada muerte de su líder, los tres pilotos continuaron con su vuelo.
El blanco estaba a unos dos kilómetros. Ya casi lo iban a «saltar» para descargar las bombas cuando una nueva explosión los sorprendió, era el avión de Castillo que también explotaba y prácticamente se desintegraba en el aire. Las maquinas de Ureta y de Isaac se sacudieron debido a la onda explosiva.
Los misiles disparados desde algún buque desde el sector oeste, impactaron en los dos aviones que volaban a la izquierda de la formación.
Ureta apretó con rabia el disparador de sus cañones y levanto su avión, lanzando la carga y cruzando al portaaviones de popa a proa, en un ángulo de 30° respecto del eje de la nave.
Por su parte, Isaac tiro también con sus cañones, arrojo las bombas y cruzo a la nave cuando está estaba totalmente cubierta de humo. Para evitar llevarse por delante la torre, tiro hacia la derecha y, planchándose al agua, comenzó a efectuar maniobras evasivas, mientras tomaba el rumbo de escape.
Así, volaron, separados, durante unos kilómetros, bien rasante y en absoluto silencio de radio.
Isaac empezó a buscar, con su vista, a su compañero. Estaba agitado, empapado en transpiración y con un nudo que apretaba su garganta y lo sofocaba; la angustia por la desaparición de los dos compañeros nublaba sus ojos y los humedecía. Se sentía solo, muy solo en medio de ese impresionante mar azul oscuro.
A lo lejos, un poco a su derecha, un punto parecía agrandarse. Si, era el avión de Ureta que lo había visto y estaba reduciendo su velocidad.
– Isaac vamos a la nodriza – dijo refiriéndose al avión tanque.
-Si, señor, comprendido
Las palabras estaban de más. Habían logrado llegar hasta el portaaviones, impactado en él y estaban regresando a casa. Pero habían perdido para siempre a dos amigos.
Aproximadamente a 70 km. del punto en que debían encontrarse, con el avión tanque, los dos Skyhawk ascendieron abandonando la navegación rasante. Luego de cargar combustible pusieron rumbo a Río Grande. Ya llevaban tres horas desde el despegue y todavía les quedaba aproximadamente otra hora de vuelo que, demás está decir, se les hizo eterna.
Ureta aterrizo en primer término; segundos después lo hizo Isaac. Entre los pilotos que esperaban el arribo, estaban Francisco y Collavino, que recién habían aterrizado y que sintieron la muerte de Vázquez y de Castillo como si hubieran sido compañeros de toda la vida.
Ureta e Isaac se abrazaron, llorando, con algunos camaradas, librando toda la tensión acumulada. Lentamente fueron caminando hacia los oficiales de la base donde, por separados (3) brindaron un detallado informe del ataque, algo muy importante, pues habían tenido la oportunidad de pasar sobre el objetivo y realizar los lanzamientos.
De acuerdo con los datos que fueron aportando, se efectuó un análisis de la silueta de los buques ingleses, una especie de «identi-kit».
De esa manera describieron la salida del Exocet, la silueta del blanco y la salida de humo desde este, con la certeza de que se trataba del impacto del misil.
Ureta explico que había cruzado a la nave desde popa y hacia la mura de estribor, afirmando que logro buena puntería. Con exactitud describió al portaaviones, sus dos chimeneas, su «isla» grande, la distancia de separación de ésta con respecto al eje central del buque, los radomos de color claro, la popa chata. Todo coincidió en que se trataba del «Invincible» y no del «Hermes».
La información que brindo Isaac fue similar a la de Ureta. Como éste, cuando se le mostró una serie de siluetas de distintos barcos, no dudó: «este es el que atacamos», expresó refiriéndose al «Invincible».
Los británicos han afirmado que el buque atacado no era el portaaviones sino el «Atlantic Conveyor» que, averiado anteriormente, era llevado mientras se incendiaba a remolque. No es probable que alguien confunda a ambos barcos, y menos si se trata de pilotos. Las siluetas son totalmente diferentes.
Al día siguiente de la misión, con el radar de Malvinas se efectuó el control del PAC de Harrier que se venía haciendo desde tiempo atrás: la actividad aérea británica había disminuido considerablemente.
Recién a fines de agosto, el «Invincible» atracó en Puerto Argentino. ¿Qué ocurrió con el barco en el lapso que va desde el 30 de mayo hasta esa fecha? Por supuesto que el Reino Unido no dio respuesta al interrogante y, posiblemente nunca la dará.
El 17 de septiembre de 1982, el portaaviones regresó a Portsmouth. Curiosamente, una buena parte de la banda de estribor aparecía con evidencia de haber sido pintada nuevamente.
(1) Cuando los chubascos son muy intensos, aparecen en la pantalla del radar y se confunden con los ecos verdaderos. El piloto tiene que estar adiestrado como para, en los pocos segundos que dura la emisión, poder discriminar cuales son los falsos y cuales los verdaderos o si solamente hay ecos falsos.
(2) se denomina «isla» al conjunto de construcciones ubicado sobre la cubierta de los portaaviones y desplazado hacia un costado de la misma, generalmente, sobre la banda de estribor.
(3) Después de que los pilotos realizan un ataque, tienen que informar a sus superiores sobre lo ocurrido. Este informe lo hacen por separado, para que sea lo más fidedigno posible, evitando que haya influencias entre ellos sobre lo que percibieron, vieron o creyeron ver.

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