Yo vi morir a nuestro querido Teniente Estévez

Guerra de Malvinas 1982

Yo vi morir a nuestro querido Teniente Estévez

Regimiento de infanteria 25

Sergio Daniel Rodríguez ex-soldado conscripto Pertenezco a la clase 63 e ingresé en febrero de 1982 en el Regimiento de Infantería 25, que tiene asiento en la localidad de Sarmiento, provincia del Chubut. A poco de haber llegado, los que teníamos estudios fuimos separados del resto de los soldados conscriptos. Yo estaba cursando la carrera de analista de sistemas en el primer año; me ubicaron en la sección de aspirantes.

El Teniente Roberto Néstor Estévez, quien posteriormente dejaría un recuerdo imborrable en todos nosotros, fue el que nos seleccionó personalmente uno a uno.

Comenzó una instrucción, que no vacilo en calificar de dura y severa, hasta el 24 de marzo a cargo de Estévez, que pertenecía el grupo de Comandos, y su segundo jefe de sección, el Cabo Primero Faustino Olmos, también de esa misma especialidad.

La instrucción era diurna y nocturna con todo tipo de armamentos, teórica–práctica, y estaba destinada solamente a este grupo seleccionado, que yo, gracias a Dios, tuve la suerte de integrar. Debo añadir que esta instrucción fue altamente valiosa a la hora del combate y Estévez, un jefe calificado que no sólo se preocupaba por nuestro estado físico sino también por nuestra espiritualidad, no cesaba de darnos ánimo y valor con sus propios gestos personales.

Les cuento un ejemplo:

Allá, en el sur, hay unos pastos ásperos y filosos llamados coirones y durante nuestros habituales “cuerpo a tierra” y posteriores deslizamientos, tratábamos de evitarlos. Al darse cuenta de esto, Estévez hizo él mismo el ejercicio, sin importarle las lastimaduras que tales matas le ocasionaron, y luego nos dijo: “Si están en pleno combate, no van a tener tiempo de bordearlos, la guerra es así”.

Este tipo de ejemplos estaban muy a tono con su naturaleza de persona de una alta moral, ética y honor. Y sólo tenía 24 años. Nosotros, los AOR (Aspirantes a Oficiales de Reserva) en la mitad de la noche, más de una vez fuimos levantados y nos hacían salir a correr sorpresivamente bajo fina lluvia o nevisca, sólo vestidos con pantaloncitos cortos y ballenera (remera de manga corta).

Y como decía Nietzsche, lo que no te mata te fortifica. Ese fue nuestro caso. Del inicial grupo escogido, cuarenta y cinco, quedamos cuarenta. Y esos cuarenta fuimos a Malvinas.

Aquel inolvidable 2 de abril nos tocó desembarcar al mediodía y nos sentíamos muy orgullosos en razón de pertenecer al único elemento del Ejército que participó de la operación de neto corte aeronaval en aquel momento. A bordo del Almirante Irizar fuimos partícipes de una tocante ceremonia que nos concernía de un modo muy especial.

Como no habíamos tenido tiempo de jurar la bandera se organizó para nosotros una jura de nuestra enseña nacional, que tuvo el carácter de provisoria y levantó nuestro orgullo hacia las nubes. Y ahí nos enteramos de que íbamos a Malvinas. Puedo afirmar que, entre lágrimas y abrazos, ahí mismo se terminó de consolidar nuestro grupo.

Estuvimos brevemente en Puerto Argentino y luego, a bordo del barco Isla de los Estados fuimos enviados a Darwin con el objetivo de tomarlo. Nuestro grupo de AOR era parte de la Compañía C, formada por tres secciones, Gato, Bote (la de Estévez) y Romeo, a cargo de Gómez Centurión.

Ese pozo era como tener una butaca para contemplar el infierno. El Cabo Castro había intentado llegar también al pozo donde yo estaba cuando un proyectil de fósforo lo alcanzó y lo envolvió, convirtiéndolo en una antorcha humana. Oíamos sus gritos desgarradores. El pobre decía: “¡Rodríguez, máteme!”- gritaba mientras se quemaba vivo.

A Romero, otro soldado que estaba allí, le gritó lo mismo, pero nadie se atrevió a dispararle y terminar con su agonía. Un rato después no escuchamos más su voz; que Dios lo tenga en la gloria. Y llego en mi relato a lo que considero el instante supremo del combate, desde mi situación personal por supuesto. No hay que olvidar que en medio de ese caos del combate muchos estaban sufriendo experiencias únicas e indelebles.

La que les narro a continuación fue la mía: El Teniente Estévez estaba recorriendo las posiciones, gritando órdenes a derecha e izquierda, todo esto, repito, bajo el terrible fuego enemigo. Al salir del pozo contiguo al mío recibió dos balazos en el brazo y pierna izquierda, respectivamente.

Tambaleándose, llegó al pozo donde yo me encontraba. Este valeroso oficial, sin preocuparse de sus propias heridas, me preguntó por las mías, pues yo estaba ensangrentado. Le contesté que podía arreglármelas. Estévez tomó un FAL y comenzó a disparar; luego, por radio estuvo dando nuevas órdenes. Mi MAG la tomó otro soldado del 12 y abrió fuego contra el enemigo. Ese soldado recibió un balazo en la cabeza, obra de francotiradores –los que mayores bajas causaron en nuestra dotación– y cayó muerto. Éramos cinco en el pozo en ese momento. Comenzamos a soportar fuego directo de morteros y las cercanas explosiones de los proyectiles que caían nos arrojaban lluvia de tierra sobre nuestras cabezas. Estévez, lo repito, sin importarle sus heridas, tomó el casco del soldado muerto del 12 y me lo colocó en la cabeza para protegerme, ya que nosotros usábamos boinas verdes y eso no protege nada ante una bala o una esquirla.

En ese momento recibió un nuevo balazo en el pómulo derecho y se desplomó pesadamente a mi lado. Tratamos de auxiliarlo y le oímos decir algo, que nadie entendió, y luego expiro. Como estaba cargado de granadas, cualquier proyectil podía impactarlas y volarnos a todos, se las quitamos y sacamos el cuerpo fuera del pozo. Luego, afuera, su cuerpo de héroe recibió numerosos balazos más, quedó casi irreconocible y la prueba de esto es que luego del combate lo reconocieron por la manera especial que tenía, como lo hacen los comandos, de atarse los cordones de los borceguíes. Tomé la radio y después de algunos intentos logré comunicarme con el Teniente Coronel Piaggi y le informé que Bote (nombre clave de Estévez) estaba muerto. Le pedí instrucciones.

“Esperen y aguanten hasta que lleguen los Pucará de apoyo”- me contestó. Los Pucará nunca llegaron. Entretanto, los ingleses habían logrado tomar las alturas y desde allí su fuego nos estaba acribillando. El Subteniente Peluffo, para evitar un inútil derramamiento de sangre, ya que habíamos agotado todas nuestras municiones, alzó la bandera blanca y todo terminó para nosotros. Recuerdo que en nuestras posiciones los muchachos se pusieron a fumar o comer chocolates y caramelos, embargados de una total tranquilidad y satisfacción por haberse batido como bravos.

Al tomarnos, nos registraron como prisioneros y los ingleses descubrieron que teníamos ocultos cuchillos y “ahorcadores” (tanzas usadas para estrangular) y algunos recuerdos de tropas británicas que habíamos conseguido después de desembarcar. Eso, más que nada, los hizo entrar en furia y nos golpearon. A mí, que estaba herido en el suelo, tendido sobre un chapón, me propinaron un puntapié. La noche del 28 nos efectuaron los primeros auxilios. El Soldado Giraudo, que fue herido cumpliendo funciones de estafeta bajo el fuego enemigo, falleció esa noche. Sé que todos mis compañeros caídos, con el Teniente Estévez a la cabeza, deben estar ahora en el paraíso brutal de los valientes. Y vaya mi recuerdo sincero y emocionado para todos ellos.

Prosigo con mi relato. A la mañana siguiente – era el 29 de mayo– nos llevaron a un hospital de campaña en San Carlos y allí me efectuaron dos operaciones, una colostomía (ano contra natura) y una operación de búsqueda en el interior de mi cuerpo, tratando de localizar fragmentos de proyectil. Posteriormente, cirujanos argentinos me hicieron otras cuatro operaciones. Estando internado, un compañero me relató que Gómez Centurión y un grupo de prisioneros intentaron fugarse para regresar a nuestras líneas, pero no pudieron lograrlo. Luego fui trasladado al buque hospital Uganda y ahí un capellán inglés, que hablaba un perfecto castellano, me dijo: “La guerra se terminó para vos”. Antes de que me trasladaran al Bahía Paraíso, el 5 y 6 de junio debí soportar, como todos mis compañeros, el interrogatorio de la inteligencia inglesa. El hecho de tener prisioneros “boinas verdes” en San Carlos y Darwin y la enconada resistencia que les opusimos les hacía no creer que cincuenta efectivos con sólo dos MAG, dos lanzacohetes y fusiles, hubieran podido detener a toda una compañía de tropas altamente especializadas, obligándolas a replegarse tres veces durante aquellas cinco horas infernales.

Así fue, ciertamente, el combate de Goose Green o Pradera del Ganso. Algunos pocos soldados del 8 y del 12 y nuestra sección AOR dio material al jefe del comando inglés, Brigadier Mayor Julián Thompson, que en su libro No pic-nic describió la dureza de esta batalla que retrasó considerablemente los planes ingleses de tomar Darwin.

También supe que en otra acción durante el 29, el Teniente Coronel Jones, Jefe del Batallón de paracaidistas ingleses, murió en un choque con las fuerzas de la sección Romeo, a cargo del Subteniente Gómez Centurión.

El regreso

El 7 de junio desembarqué en Puerto Belgrano y permanecí internado en el hospital naval por seis meses, afrontando, como ya dije, cuatro operaciones más. Aquel maravilloso grupo formado por el Teniente Estévez aún perdura.

Entre agosto y octubre de cada año solemos reunirnos en comidas de camaradería donde abundan los recuerdos, las emociones y por qué no alguna que otra lágrima furtiva.

A pesar de todas las penurias sufridas, he logrado rescatar lo positivo que hubo y que fue mucho.

Quien tiene a la muerte cara a cara no deja, después de esos momentos, de mirar la vida de otra forma, la jerarquiza y trata de darle el más valioso y noble de los sentidos, el del amor a la familia, el trabajo, el estudio, la responsabilidad y el respeto.

El haber tenido el privilegio de estar junto a hombres de la talla del Teniente Estévez, que se convirtió en un modelo a seguir en mi vida, es algo que me ha marcado a fuego y que jamás olvidaré. Malvinas fue un punto de inflexión en nuestra historia. Nada será igual después de eso. Ojalá todos los argentinos nos encolumnemos tras el objetivo de recuperarlas, esta vez siguiendo los caminos de la diplomacia, el respeto mutuo y la paz. En lo personal, me he propuesto rastrear, investigar, profundizar para rescatar del olvido a esos héroes y sus ejemplos, cosa que noto está faltando en la actual sociedad argentina.

Los conceptos de patria, probidad, honor, moral, ética, sustentados con la propia vida, estrella polar de los que cayeron en el Atlántico Sur, no deben caer jamás en saco roto. A las nuevas generaciones debemos hacerles conocer quiénes fuimos los que padecimos y luchamos y que ahora tenemos una edad de alrededor de cuarenta años; nosotros comenzamos a ser los nuevos dirigentes de este ciclo. Dios quiera que sepamos volcar nuestras experiencias para construir una Argentina mejor.

Deseo volver a Malvinas, detenerme ante la tumba del Teniente Estévez y las de mis compañeros caídos. Quiero volver a cierta ruta natural donde junto al Padre Mora emplazamos la imagen de la Virgen, ante la que teníamos misa por las mañanas. Quiero volver a rezar allí por el alma de los vivos y los muertos y agradecerle por haberme preservado. Y pedirle fuerza y conciencia para que mi vida no sea inútil sino provechosa para quienes me rodean, mi comunidad y mi familia.

Después de todo, ese es el mensaje que nos legó el Teniente Estévez.

Recuerdos de un lector

 

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