Testimonio del Mayor D. Fernando Ignacio Huergo
Guerra de Malvinas Grupo de Artilleria de Defensa Aerea 601
Testimonio del Mayor D. Fernando Ignacio Huergo Grupo de Artillería de Defensa Aérea 601 Durante la Guerra de Malvinas contaba con 24 años de edad. Con el grado de subteniente estaba al mando de una sección de cañones antiaéreos, los cuales reunían la capacidad técnica suficiente para permitir el combate contra las aeronaves bajo cualquier circunstancia meteorológica y de tiempo (día o noche). Por supuesto que esta sección no era la única que tenía el Ejército Argentino. Había otras de características similares a la descripta y lanzadores de misiles, entre ellos el mejor de que disponíamos para el combate antiaéreo, el «Roland». Este lanzador de misiles tierra-aire dispara uno que desarrolla una velocidad de 2 mach, está provisto además de una espoleta de proximidad lo que aumenta las posibilidades de derribo de la aeronave enemiga y reúne la condición de ser guiado hacia el blanco por radar. Técnicamente el material antiaéreo, que por dotación tenía el Ejército, estaba a la altura del enemigo aéreo con el cual debíamos combatir. La pregunta por ese entonces era obvia: ¿la capacitación profesional como artilleros antiaéreos se correspondía con los recursos técnicos que la ingeniería electrónica había puesto en nuestras manos y la Nación Argentina confiado…? Nuestro jefe de unidad en el combate de Malvinas, el teniente coronel Héctor Lubín Arias, había puesto un singular empeño en el adiestramiento de los oficiales, suboficiales y soldados durante el año 1981 y verano de 1982, exhortándonos a lograr la mayor eficiencia en el empleo de los sistemas de armas antiaéreos recientemente provistos, desconociendo por supuesto el futuro bélico que se avecinaba. Estas actividades de entrenamiento fueron tomadas con mucha seriedad y constancia por todos nosotros, motivados por la alta tecnología de cañones y misiles y no menos exigente desafío que constituía su correcto empleo. Era para mí, un joven militar, «poder tocar el cielo con las manos»; me sentía un privilegiado ante tanto avance tecnológico. Tampoco sabíamos que muy pronto deberíamos intentar «sacarle el máximo jugo a tanta tecnología militar puesta al servicio de cañones y misiles antiaéreos…» Tratándose Malvinas de un teatro de operaciones con características insulares, el dominio del mar y del cielo resultaba vital para las aspiraciones de británicos y argentinos en pos de la victoria. No fue descabellado sostener que las aeronaves enemigas desarrollarían un papel preponderante. Entonces, los aviones británicos buscarían destruir aquellos objetivos militares que pudieran afectar fundamentalmente nuestro poder de combate e indirectamente contribuir al aislamiento. El anular una pista de aterrizaje argentina en Malvinas, por ejemplo, hubiese significado para las tropas destacadas en las islas la imposibilidad de recibir todo tipo de abastecimientos y con ello las lógicas consecuencias. Es así como se seleccionaron como objetivos prioritarios a defender a las pistas de aterrizaje de Puerto Argentino y de Darwin, los puestos de comando y las posiciones donde se encontraban los cañones de la artillería de campaña. Las armas antiaéreas del Ejército Argentino que he mencionado fueron desplegadas a partir del 15 de abril de 1982, luego de un detallado análisis táctico para asegurar la defensa de los objetivos señalados. Con este despliegue se fueron mis amigos y camaradas sin llegar a imaginar que muchos de ellos caerían durante el fragor del combate y jamás volvería a verlos. Un radar de vigilancia antiaérea emplazado en Puerto Argentino nos permitió detectar los aviones enemigos desde una distancia de 200 km. proporcionándonos el tiempo de alerta suficiente a fin de alistarnos para el combate. Si no hubiéramos dispuesto de este radar, hubiésemos permanecido ciegos a merced de los sorpresivos ataques aéreos británicos. Bautismo de fuego La artillería de defensa antiaérea tuvo su bautismo de fuego el 1º de mayo de 1982. En lo personal, la satisfacción de sentirme plenamente soldado. Comparé, en aquel momento, la acción de entrar en combate por primera vez, si se me permite y salvando las distancias con la de un médico cirujano en su primera operación: toda su vida preparándose para el gran momento de probarse a sí mismo. Y ese momento había llegado. De ahí en más, la continua superioridad aérea del enemigo nos exigió durante todos los días y sus noches, con los aditamentos de la lluvia, los fuertes vientos, la nieve de junio y la humedad constante del mar. Los objetivos militares que defendíamos los artilleros antiaéreos fueron atacados por los aviones británicos una y otra vez durante los 45 días de combate real. El tiempo nos fue dando experiencia, seguridad en la operación de las armas antiaéreas, estabilidad emocional ante las contingencias adversas de la guerra y el reconocimiento de nuestros propios camaradas del Ejército, de la Fuerza Aérea y de la Armada Argentina, por la tarea que estábamos desarrollando. Los días de batalla se sucedían y los objetivos militares defendidos seguían en pie como al principio. El empeño de la aviación enemiga por destruir los objetivos defendidos fue notable. Desde el cambio abrupto de sus formas de ataque aéreo, la variación de la configuración del armamento empleando bombas de todo tipo, cohetes, y hasta los mismos cañones utilizados exclusivamente para el combate aire-aire. Combinaron aviones de sus propios portaaviones (Sea Harrier) con aviones de la Real Fuerza Aérea (Harrier), ambos de características técnicas similares. Luego, lo predecible, los lanzadores de misiles, cañones y radares antiaéreos propios se constituyeron en objetivos militares para la aviación británica. Este hecho constituyó la evidencia más concreta, estábamos los artilleros antiaéreos combatiendo en forma eficiente. El 2 de junio en horas de la tarde, la sección de cañones antiaéreos que se encontraba a mi comando fue alertada sobre la presencia de aviones enemigos. Nos encontrábamos físicamente a 400 metros al sur de la pista del aeropuerto de Puerto Argentino, situado en el extremo este de la ciudad. No muy lejos se encontraba emplazado el lanzador de misiles «Roland», exactamente a 4000 metros al oeste de mi posición sobre el camino que unía Puerto Argentino con la pista del aeropuerto que defendíamos. Al comando del lanzador antiaéreo estaba el teniente primero Carlos Leónidas Regalini. El también había recibido la correspondiente alarma y estaba alistado con todo su potencial de misiles tierra-aire para contrarrestar un posible ataque aéreo. El día se presentaba con cielo despejado y una suave brisa corría desde el sudeste. La mañana del 2 de junio había sido toda británica en el firmamento malvinense. No habíamos tenido ni la mínima posibilidad de hacer uso de nuestras armas antiaéreas. La pista de aterrizaje no había constituido una prioridad del día como objetivo para los aviones británicos. Sus vuelos eran ejecutados con misiones de reconocimiento a gran altura y las alarmas que recibíamos se dilataban como amenazas ciertas. La espera y la ansiedad eran insoportables, pasábamos de la tensión al descanso y del descanso a la tensión. Intimamente deseaba una oportunidad de combate más con todo lo que ello podría implicar. La alerta recibida se transformó súbitamente en una amenaza real, al fin tendríamos la posibilidad de combate del día. Desde el radar de vigilancia antiaérea actualizaron la incursión del enemigo aéreo: «… dos aviones de combate Sea Harrier aproximándose desde el este a 50 km. del objetivo defendido». Pista de aterrizaje de Puerto Argentino, velocidad de los aviones:700 km/h, altitud: 300 m. sobre el nivel del mar. Los datos fueron recibidos claramente por el teniente primero Regalini a cargo del lanzador de misiles «Roland» y por mi sección. Los aviones se dirigían hacia el objetivo que estábamos defendiendo, y en ese instante puse toda mi atención en el comando de mis hombres y en el sistema antiaéreo que operábamos. Por supuesto que me olvidé por completo de la existencia misma del «Roland». Dos Harrier en pantalla Los aviones se reflejaron en nuestro radar, eran dos hermosos FRS 1 Sea Harrier británicos. Se desplazaban en forma imponente de acuerdo con la información que habíamos recibido. El primero de los dos, en el orden de ataque, no se definía como un blanco rentable para nuestros cañones antiaéreos, entraba y salía del alcance óptimo. Si disparábamos, consumíamos munición inútilmente. El segundo incursionó con mayor decisión exponiéndose al alcance de nuestros cañones. Se encontraba a 3500 m. volando en dirección este-oeste y a unos 400 m. sobre el nivel del mar. El teniente primero Armando Nicanor Arce, mi jefe directo, tomó la decisión al evaluar que era el momento oportuno, de abrir el fuego. Simultáneamente, el teniente primero Regalini había seleccionado como blanco a combatir al mismo avión británico sobre el cual habíamos abierto el fuego nosotros. Disparó el misil «Roland» que inició un rápido vuelo tras la aeronave enemiga que se encontraba a 7200 m. La expectante presencia de otros combatientes argentinos que observaban en silencio daba marco a la situación que se vivía. Un impacto directo El avión enemigo, atacado por ambas armas antiaéreas simultáneamente, ejecutó una maniobra ascendente, rápida y brusca, como elevando su «nariz» hacia el cielo. Con ello, su piloto logró evitar la ráfaga de proyectiles de los cañones antiaéreos de la sección a mi comando, pero no pudo evitar que el misil impactara de lleno sobre la parte derecha del fuselaje, partiéndose, literalmente, en dos. Junto con el clamor victorioso de las tropas, observamos eyectarse al piloto de la aeronave cuyo paracaídas se abrió a la perfección y le permitió caer lentamente en las aguas del océano Atlántico, a unos 3000 metros al sur del faro San Felipe (se encuentra en el extremo este de la pista de aterrizaje). Minutos más tarde, dos helicópteros de salvamento de la marina británica sobrevolaban la zona marítima en búsqueda del piloto derribado. Permanecimos respetuosos de las leyes internacionales de guerra presenciando la búsqueda que se desarrollaba. Hicimos votos para que la misma resultara positiva, con la esperanza plena de que pudieran rescatar a nuestro ocasional enemigo con vida. De acuerdo con lo publicado en las «Lecciones de la Campaña de Malvinas» (documento oficial británico sobre la guerra) en el anexo C «Ship and Aircraft losses», (Barcos y aeronaves perdidas en combate 2 de junio de 1982) figura un avión Sea Harrier. Esta acción concreta de combate antiaérea fue solamente una de otras tantas libradas por las armas antiaéreas del Ejército Argentino, en la batalla de Malvinas. Fui testigo de ello y vaya mi relato como testimonio para otras generaciones. Bien puedo contestar al finalizar mi relato aquella pregunta inicial en forma afirmativa. Realmente estábamos correctamente adiestrados para operar los recursos técnicos que la ingeniería electrónica había puesto en nuestras manos y la Nación Argentina confiado… pero hoy debo agregar que tenemos además la experiencia invalorable del combate y el deber de ser más idóneos en nuestras actividades específicas. Relato extraído del libro «Así peleamos» |