Soldado Oscar Poltronieri
Guerra de Malvinas Regimiento de Infanteria Mecanizado 6
Clarín Martes 2 de abril de 2002 INVESTIGACION / MALVINAS 20 AÑOS DESPUES: HISTORIAS DE LOS QUE PELEARON LA GUERRA SOLDADO OSCAR POLTRONIERI El soldado más condecorado de Malvinas vive en la pobreza y no tiene trabajo Peleó en el monte Dos Hermanas. Detuvo, solo y durante horas, el avance inglés. Salvó a parte de su compañía. Como muchos de los veteranos, vive en el olvido y la indiferencia. Alberto Amato. DE LA REDACCION DE CLARIN. Me ahogo. Qué querés. No puedo seguir (Seca sus lágrimas) Por esta casa, que, mirála, todavía está en parte sin techar, que me dieron con dos piezas y una cocinita donde había que entrar de costado, el resto lo hice yo, todo lo demás lo agrandé yo, por esta casa la municipalidad de General Rodríguez me pide ahora que pague una deuda de tres mil pesos. ¿De dónde saco yo tres mil pesos, si no trabajo desde hace tres años? Para la sociedad, nosotros, los veteranos de guerra, es como que no existimos. Oscar Poltronieri es el máximo héroe civil, vivo, que tiene la Argentina. Lo certifica una medalla conformada por una Cruz de Malta en la que brilla, ya apenas, un Escudo Nacional y la leyenda «La Nación Argentina al heroico valor en combate» Sólo doce condecoraciones de ese tipo fueron entregadas luego de la guerra de Malvinas. Poltronieri es el único soldado que la recibió pero ya ni siquiera la luce. La guarda, junto a muchas otras medallas, en una vieja y oxidada lata que bien pudo contener té, tuercas o hilos de hilvanar refajos: poco puede leerse entre la escarcha saltada del esmalte rojo de la tapa y el indescifrable idioma alemán. Pero es seguro que la latita no fue diseñada para contener las medallas de un héroe de guerra. —En un momento pensé en venderlas. A todas. No sabía cuánto me podían dar. Pero yo necesitaba la plata. Después no lo hice. Antes preferí pasar la vergüenza de ir a pedir por los trenes. Pero dejé porque me decían: «Andá a pedirle a Galtieri…». Uno de los máximos héroes no militares de la guerra de Malvinas vive hoy en la pobreza más extrema. Su casa, la número siete, se tambalea sobre una calle de tierra (que se convierte en un barrial cada vez que el cielo se lo propone) en General Rodríguez, muy cerca de La Serenísima, donde Poltronieri trabajó diecisiete años. Su caso sea tal vez el más paradigmático, pero no es el único de entre miles de veteranos de guerra que viven hoy olvidados, marginados, desamparados, hasta despreciados por una sociedad que festejó el inicio de la guerra con el siempre sospechoso exitismo de los aludes a la Plaza de Mayo, y miró para otro lado después de la rendición de Puerto Argentino, el 14 de junio de 1982. La mirada al costado dura ya veinte años. Poltronieri era un soldado analfabeto cuando fue a combatir a Malvinas. «No leo las letras, señor —decía hace veinte años— Pero ahora voy a ir a la escuela». Hoy, al menos, sabe firmar. Pero todavía pelea con aspereza con las palabras, que apenas si le alcanzan para describir su impotencia: Poltronieri casi no tiene palabras, con tanto que tiene para decir. Los fundamentos por los que le dieron la distinción más alta que duerme su sueño oxidado en la lata donde Poltronieri atesora sus recuerdos en su casa sin techo, eran contundentes: «Por haberse convertido en un ejemplo para sus camaradas», decía una frase. Otras decían que Poltronieri había tenido espíritu de lucha, sencillez, arrojo, que se ofreció como voluntario para misiones riesgosas y que en combate en los montes Dos Hermanas y Tumbledown «operó eficazmente una ametralladora, deteniendo ataques enemigos. Fue siempre el último en replegarse, resultando sobrepasado en ocasiones por los ingleses. Dos veces se lo tuvo por muerto, pero logró reunirse siempre con su sección.» La realidad, siempre más dramática que los argumentos, dice que Poltronieri salvó la vida de cerca de ciento cincuenta de sus compañeros. —Yo estaba en el monte Dos Hermanas. Adelante nuestro estaba el regimiento 4 de Corrientes. Al costado teníamos al Regimiento de Infantería 7 de La Plata. Lo pasábamos todo el día en la trinchera. A veces bajábamos del cerro para matar un par de ovejas, sancocharlas así nomás y comerlas. Cuando venía un compañero de curso del teniente que me mandaba a mí, que se llamaba Llambías Pravaz, yo le pedía los binoculares y él me los prestaba Así vi cómo que desembarcaron los ingleses. Pasaron unos días desde el desembarco hasta que llegaron adonde estábamos nosotros. Tomaron todo a las corridas. Los gurkas mataron a un montón del regimiento 4 de Corrientes. Y a nosotros nos rodearon así, en forma de medialuna. Yo estaba arriba, en el monte, cuando los veo, serían las cinco o las seis de la mañana, en medio de la neblina. Allí matan a tres o cuatro de los soldados nuestros, todos cerca mío: a uno que tiran un morterazo que cae cerca mío y una esquirla le vuela la tapa de la rodilla, limpita, y se desangra, cuando llega al hospital de Puerto Argentino llega desangrado. A otro una esquirla le da en la espalda. Y a otro que trepa un poco el monte para montar la ametralladora también lo bajan con una ráfaga de ametralladora. Ese era Ramón, que era amigo mío. Yo pensé que si lo habían matado a él me iban a matar a mí también, ¿por qué me iba a salvar? A mí me dio como un ataque de locura y empecé a sacudirles con la MAG, que es una ametralladora pesada. Mi abastecedor estaba cansado de ponerle las cintas de balas a la MAG, pero yo seguía tirando. Eran como las nueve de la mañana. Las balas me pasaban cerquita: a las trazantes se las veía clarito. El subteniente me decía: «Vámonos Poltronieri, que te van a matar…» Pero yo le decía que se fueran ellos. Porque yo sabía que el sargento Echeverría había tenido familia en esos días. Entonces les dije: Váyanse ustedes que tienen hijos, que tienen familia. Yo no tengo a nadie…». Poltronieri tiene cuatro hijos. Se casó en 1989 con Alejandra Viviana Carrizo. Después llegaron Jonathan Oscar (11) Melina Judith (9), Lucas Hernán (7) y Matías Sebastián (4). Boquenses irredimibles, los varones amasan su sueño de jugar alguna vez en la Bombonera en el piso de tierra de la cocina de la casa, donde cabecea una mesa simple de madera basta y dos bancos largos y toscos. Poltronieri nació en Mercedes y en el regimiento de esa ciudad, el 6, General Viamonte, hizo la hoy abolida «colimba». Le faltaba un día para salir de baja cuando fue embarcado hacia Malvinas. Llegó a Puerto Argentino el 13 de abril en un avión de línea, sin asientos, con dos centenares de soldados. —Me acuerdo de que el capitán del avión nos habló, nos dijo que lo único que podía hacer por nosotros era traernos comestibles; que todo lo que habíamos aprendido en el cuartel teníamos que desarrollarlo en las islas. Que a él le gustaría estar con nosotros. Y se largó a llorar el tipo. Allí nos dimos cuenta de que la cosa iba en serio, porque el tipo se puso a llorar. Tan en serio iba la cosa que casi un mes después Poltronieri estaba solo, con una ametralladora pesada, disparando sin cesar contra el enemigo. Aún hoy, cuando recuerda el combate, vuelve a la misma posición de aquel día, mientras ciento cincuenta de sus compañeros se replegaban hacia Puerto Argentino, amparados por su decisión de morir allí para salvarlos. —Los tipos venían cantando, tirando al aire, como de paseo… y bien chupados. Así que no le di bolilla al teniente y me quedé esperando que mi compañía se replegara. Hasta que se me acabaron las balas y empecé a repechar para Puerto Argentino. Llegué a la tarde adonde estaba el batallón de Infantería de Marina 5. Les pregunté si sabían dónde estaba el 6 de Mercedes, porque yo quería juntarme con los míos. Me dijeron que cerca del cementerio, que era el punto de reunión. Cuando me vieron no lo podían creer: me habían dado por muerto. Allí me enteré de que se habían rendido a las diez de la mañana. Y recién como a las tres de la tarde nosotros habíamos dejado de combatir. Cuando vimos la bandera blanca colgada en el mástil, la mayoría nos largamos a llorar. La otra guerra de Poltronieri y de sus compañeros ex combatientes de Malvinas empezó cuando volvieron al continente. —Nos llevaron al Hospital Militar, nos dieron de comer y nos tuvieron hasta el otro día, nos tomaron los datos, hicieron una planilla y mis propios compañeros me propusieron para la medalla. Después a nadie le importó nunca nada de nosotros. Cuando vinimos, no había nadie que nos esperara. ¿Sabés quiénes sí estaban? Los chicos y los maestros de entonces. Cuando nos traían a Mercedes, al costado de la ruta, por cada pueblito que pasábamos, allí veías un montoncito de chicos con sus guardapolvos y su banderita argentina, sus maestros y sus maestras. Gentes particulares no había. Nos trajeron escondidos: les debe haber parecido una vergüenza esa derrota nuestra. Como muchos otros veteranos, el héroe condecorado el 4 de abril de 1983 vivía sin trabajo. Consiguió uno, de casualidad, en 1985. —No nos decían nada, pero a los veteranos nos tenían apartados. Entré a trabajar a La Serenísima gracias a Juan Carlos Mareco, que estaba en Canal 7. Estuve allí diecisiete años hasta que cambiaron de dueños y quisieron que me fuera para contratarme. Pero no acepté. Eso fue en diciembre del 94. La Municipalidad me dio una casa y me descuentan parte de un préstamo que nos dieron, de la pensión que recibimos por veteranos de guerra. Nos prometieron no pagar impuestos, luz, gas, trabajo, becas de estudio, viviendas… Nada de eso se cumplió. No trabajo desde el 99. Ahora el Ejército dijo que me iban a contratar como personal de maestranza en Campo de Mayo. Encontrar trabajo es difícil: si no decís que sos veterano y lo descubren cuando ya entraste a trabajar, te echan. Y si decís que sos veterano, no te llaman. La sociedad nos da la espalda porque perdimos la guerra. Pero si hubiésemos ganado sería igual. En este país se olvidaron de lo que hicimos. Y deberían recordar que pusimos el pellejo, y muchos compañeros lo perdieron, por nuestros padres, por nuestros hermanos. Pero pedís algo y te cierran la puerta. No se acuerdan del veterano. Y a los cuarenta años, si yo tuviera que volver, volvería. Los hijos del héroe que vive en la pobreza, y que acaso algún día venda por nada esas medallas que guarda en una Martes 2 de abril de 2002 Darwin en madera y balas Sobre una base de madera terciada, agrietada por los años, el ex soldado Oscar Poltronieri fabricó un cementerio. Es una réplica, según sus ojos, del cementerio de Puerto Darwin, Islas Malvinas, donde están enterrados los argentinos que dieron su vida en la guerra. El homenaje personal del ex soldado Poltronieri a sus camaradas muertos es simple y sencillo: está armado con casquillos de balas usadas, colocadas cabeza abajo sobre la madera, pasa simular el perímetro de piedras blancas del cementerio real. Como en el cementerio de Puerto Darwin no se alza un mástil con una bandera argentina, por decisión del gobierno británico, Poltronieri fabricó uno, lo plantó en la cabecera de su réplica que huele a pólvora y le colocó una pequeña bandera azul y blanca. Todo es simbólico, pero para sostener el conjunto, el ex soldado usó el rosario blanco, ya patinado por el tiempo, que llevó al cuello durante los dos meses de su guerra interminable. —Alla en Darwin están enterrados muchos amigos míos. La primera noche que pasamos en Puerto Argentino y después, cuando nos pasan al otro lado del pueblo, donde estaba el Batallón de Infantería de Marina 5, estuvimos dos días conociéndonos, Yo era del grupo de ametralladoras 1. Estaban el MAG 1 y el MAG 2. Yo era el MAG 1 y Ramón, el que cae al lado mío, era mi amigo y compañero de arma. También hubo un soldado, Luberger creo (probablemente se refiera al soldado Juan Domingo Horisberger, N. de la R.) que subió a instalar una ametralla Clarín Martes 2 de abril de 2002 |