Reconquista de Puerto Argentino

Guerra de Malvinas 1982

Reconquista de Puerto Argentino

OPERACION ROSARIO DESEMBARCO

Reconquista de Puerto Argentino

La noche era cerrada cuando comenzó el desembarco de las primeras fuerzas argentinas en las Malvinas: eran las 21.30 horas del 1″ de abril, y las unidades de, vanguardia, la Agrupación de Comandos Anfibios y Buzos Tácticos, conducidos por el Capitán Pedro J. Giachino que partían del destructor Santísima Trinidad. «El 1º de abril, aproximadamente a las 21 horas, el Santísima Trinidad detuvo su marcha en la boca occidental de Bahía Enriqueta -dice el capitán de corbeta de IM Guillermo Sánchez Sabarots-. Allí comenzó la maniobra de arriado de los botes neumáticos que en número de 21 debían transportar a los Comandos Anfíbios hacia la costa.

«El 1º de abril, aproximadamente a las 21 horas, el Santísima Trinidad detuvo su marcha en la boca occidental de Bahía Enriqueta -dice el capitán de corbeta de IM Guillermo Sánchez Sabarots-. Allí comenzó la maniobra de arriado de los botes neumáticos que en número de 21 debían transportar a los Comandos Anfíbios hacia la costa.

La alta borda del buque y el fuerte oleaje residual del temporal que azotara la zona el día anterior, hacían difícil y peligrosa la maniobra». Una hora después llegó el primer hombre a tierra alcanzando la playa el último de los botes alrededor de las 23.30.

El destacamento se dividió en dos grupos: el más, numeroso, al mando de Sánchez Sabarots, comenzó una larga y penosa marcha de 8 kilómetros hacia el cuartel de los Royal Marines en Moody Brook; el segundo, liderado por Giachino, buscó la casa del gobernador. La invasión argentina estaba en marcha.

¿Qué enfrentan las fuerzas argentinas?

Ante todo un enemigo alerta: «Allara me informó -dice el contralmirante Busser- que se había perdido la sorpresa, que las autoridades británicas en las islas estaban alertadas, nos estaban esperando y en consecuencia, habían adoptado una serie de medidas de prevención y de defensa, que descartaban totalmente nuestra idea de lograr sorpresa táctica y hacían muy improbable conseguir el éxito sin combatir».

«En consecuencia -agrega Busser- (…) en lugar de los cuarenta y cuatro hombres que normalmente constituían la guarnición encontraríamos el doble de efectivos militares, es decir, alrededor de ochenta o noventa hombres». Y además la Falkland Island Defense Force (FIDF), organización de isleños con capacitación y adiestramiento militar.

El equipo de Sánchez Sabarots llegó a las 5.30 horas al cuartel de los Royal Marines en Moody Brook, capturándolo de inmediato al comprobar que había sido desocupado. Poco después, a las 6.30 (la «hora H») comenzaron los disparos en la localidad: eran Giachino y sus hombres que asaltaban la casa del gobernador.

Giachino había desplegado sus hombres en abanico frente a la sede gubernamental; a su lado el teniente Diego Fernando García Quiroga, que domina el inglés: «Me pegué a Giachino -dice García Quiroga-; él me ordenó: hábleles. Hice una bocina con mis manos y con toda mi voz grité el mensaje: ‘Mr. Hunt (gobemador británico), somos marines argentinos, la isla está tomada, los vehículos anfibios han desembarcado y vienen hacia aquí; hemos cortado su teléfono y le rogamos que salga de la casa solo, desarmado y con las manos sobre la cabeza, a fin de prevenir mayores desgracias.

Le aseguro que su rango y dignidad, así como la de toda su familia, serán debidamente
respetados».

No hubo respuesta a la intimación de los marines argentinos. García Quiroga repitió el mensaje, sin resultado. Giachino decidió abreviar: «Tírele un granadazo», le ordenó a García Quiroga, quien lanzó una granada que explotó en el jardín. «Mr. Hunt is going to get out», dijeron desde adentro. Pasaron dos minutos y nada. Insistió García Quiroga; esta vez la respuesta fueron ráfagas de ametralladora.

«Jefe -le dijo García Quiroga a Giachino- si no entramos nos cocinan». «Sí, hay que entrar», afirmó Giachino; y de un salto llegó hasta la puerta de la gobernación, que fue derribada dando lugar a un largo pasillo; allí cayó Giachino al entrar, mortalmente herido, atrás cayó también el teniente García Quiroga. «Sentí que me arrancaban el brazo -dice García Quiro ga-. Fue como un hachazo, luego un empujón leve, indoloro y fuego en el abdomen. Pensé en hablar, no sé qué dije, llamé a mi mujer y me caí contra un pequeño cobertizo contra el que se incrustaban las balas».

También el cabo enfermero Ernesto Urbina fue herido gravemente al socorrer a sus jefes. «Me encontraba cruzando fuego con el enemigo -dice Urbina- cuando escuché que alguien pedía un enfermero, llamándome por mí apellido; era el capitán Giachino (… ) que estaba malherido. Tomé la decisión de ir». Allí fue herido Urbina: «Corrí tres o cuatro pasos -dice- y de pronto sentí un golpe a la altura de la cintura que me levantó en el aire y caí de espalda».

Así pasaron tres horas, hasta que los heridos pudieron ser retirados.

El gobernador inglés’, mientras tanto, había decidido parlamentar: se comunicó por radio con el destructor Santísima Trinidad y pidió encontrarse con el jefe de las fuerzas argentinas frente a la Iglesia Católica de Puerto Stanley. El contralmirante Busser aceptó la invitación y partió acompañado de los capitanes Roberto Roscoe y Oscar Monnereau, los tres desarmados. «En ese momento -cuenta Busser- se acercó el Teniente Coronel Seineldín ofreciéndose voluntario para ir conmigo.

Con todo gusto hubiera deseado llevarlo a Seineldín, no sólo por él, sino porque siendo un oficial del Ejército hubiera querido que me acompañara. Pero Seineldín estaba vestido como un comando, con su cara pintajarreada de negro y con un chaleco cargado de granadas.

Su aspecto era lo menos tranquilizador que podía imaginarse. Le dije que por ese motivo no lo llevaba. El lo comprendió».

Busser, Roscoe y Monnereau se dirigieron entonces a la casa del gobernador portando bandera blanca y acompañados, a mitad de camino, por el vicecomodoro Gilobert y el secretario general de la gobernación británica.

«Tuve una extraña sensación -dice Busser, al entrar en la residencia del representante la Corona-, me parecía estar sentado en la butaca de un cine viendo una película con un tema colonial del imperio británico, una película del período colonial inglés en la India».

Busser, Monnereau y Roscoe entraron en el despacho de Mr. Hunt, completamente desordenado por el combate y con las máquinas de cifrar y las claves destruidas. El gobernador se negó a darle la mano e intimó a Busser a abandonar las islas. «No pude menos que admirar -dice Busser- la sangre fría

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