Reconquista de Puerto Argentino
Reconquista de Puerto Argentino
La noche era cerrada cuando comenzó el desembarco de las primeras fuerzas argentinas en las Malvinas: eran las 21.30 horas del 1″ de abril, y las unidades de, vanguardia, la Agrupación de Comandos Anfibios y Buzos Tácticos, conducidos por el Capitán Pedro J. Giachino que partían del destructor Santísima Trinidad. «El 1º de abril, aproximadamente a las 21 horas, el Santísima Trinidad detuvo su marcha en la boca occidental de Bahía Enriqueta -dice el capitán de corbeta de IM Guillermo Sánchez Sabarots-. Allí comenzó la maniobra de arriado de los botes neumáticos que en número de 21 debían transportar a los Comandos Anfíbios hacia la costa.
«El 1º de abril, aproximadamente a las 21 horas, el Santísima Trinidad detuvo su marcha en la boca occidental de Bahía Enriqueta -dice el capitán de corbeta de IM Guillermo Sánchez Sabarots-. Allí comenzó la maniobra de arriado de los botes neumáticos que en número de 21 debían transportar a los Comandos Anfíbios hacia la costa.
La alta borda del buque y el fuerte oleaje residual del temporal que azotara la zona el día anterior, hacían difícil y peligrosa la maniobra». Una hora después llegó el primer hombre a tierra alcanzando la playa el último de los botes alrededor de las 23.30.
El destacamento se dividió en dos grupos: el más, numeroso, al mando de Sánchez Sabarots, comenzó una larga y penosa marcha de 8 kilómetros hacia el cuartel de los Royal Marines en Moody Brook; el segundo, liderado por Giachino, buscó la casa del gobernador. La invasión argentina estaba en marcha.
¿Qué enfrentan las fuerzas argentinas?
Ante todo un enemigo alerta: «Allara me informó -dice el contralmirante Busser- que se había perdido la sorpresa, que las autoridades británicas en las islas estaban alertadas, nos estaban esperando y en consecuencia, habían adoptado una serie de medidas de prevención y de defensa, que descartaban totalmente nuestra idea de lograr sorpresa táctica y hacían muy improbable conseguir el éxito sin combatir».
«En consecuencia -agrega Busser- (…) en lugar de los cuarenta y cuatro hombres que normalmente constituían la guarnición encontraríamos el doble de efectivos militares, es decir, alrededor de ochenta o noventa hombres». Y además la Falkland Island Defense Force (FIDF), organización de isleños con capacitación y adiestramiento militar.
El equipo de Sánchez Sabarots llegó a las 5.30 horas al cuartel de los Royal Marines en Moody Brook, capturándolo de inmediato al comprobar que había sido desocupado. Poco después, a las 6.30 (la «hora H») comenzaron los disparos en la localidad: eran Giachino y sus hombres que asaltaban la casa del gobernador.
Giachino había desplegado sus hombres en abanico frente a la sede gubernamental; a su lado el teniente Diego Fernando García Quiroga, que domina el inglés: «Me pegué a Giachino -dice García Quiroga-; él me ordenó: hábleles. Hice una bocina con mis manos y con toda mi voz grité el mensaje: ‘Mr. Hunt (gobemador británico), somos marines argentinos, la isla está tomada, los vehículos anfibios han desembarcado y vienen hacia aquí; hemos cortado su teléfono y le rogamos que salga de la casa solo, desarmado y con las manos sobre la cabeza, a fin de prevenir mayores desgracias.
Le aseguro que su rango y dignidad, así como la de toda su familia, serán debidamente
respetados».
No hubo respuesta a la intimación de los marines argentinos. García Quiroga repitió el mensaje, sin resultado. Giachino decidió abreviar: «Tírele un granadazo», le ordenó a García Quiroga, quien lanzó una granada que explotó en el jardín. «Mr. Hunt is going to get out», dijeron desde adentro. Pasaron dos minutos y nada. Insistió García Quiroga; esta vez la respuesta fueron ráfagas de ametralladora.
«Jefe -le dijo García Quiroga a Giachino- si no entramos nos cocinan». «Sí, hay que entrar», afirmó Giachino; y de un salto llegó hasta la puerta de la gobernación, que fue derribada dando lugar a un largo pasillo; allí cayó Giachino al entrar, mortalmente herido, atrás cayó también el teniente García Quiroga. «Sentí que me arrancaban el brazo -dice García Quiro ga-. Fue como un hachazo, luego un empujón leve, indoloro y fuego en el abdomen. Pensé en hablar, no sé qué dije, llamé a mi mujer y me caí contra un pequeño cobertizo contra el que se incrustaban las balas».
También el cabo enfermero Ernesto Urbina fue herido gravemente al socorrer a sus jefes. «Me encontraba cruzando fuego con el enemigo -dice Urbina- cuando escuché que alguien pedía un enfermero, llamándome por mí apellido; era el capitán Giachino (… ) que estaba malherido. Tomé la decisión de ir». Allí fue herido Urbina: «Corrí tres o cuatro pasos -dice- y de pronto sentí un golpe a la altura de la cintura que me levantó en el aire y caí de espalda».
Así pasaron tres horas, hasta que los heridos pudieron ser retirados.
El gobernador inglés’, mientras tanto, había decidido parlamentar: se comunicó por radio con el destructor Santísima Trinidad y pidió encontrarse con el jefe de las fuerzas argentinas frente a la Iglesia Católica de Puerto Stanley. El contralmirante Busser aceptó la invitación y partió acompañado de los capitanes Roberto Roscoe y Oscar Monnereau, los tres desarmados. «En ese momento -cuenta Busser- se acercó el Teniente Coronel Seineldín ofreciéndose voluntario para ir conmigo.
Con todo gusto hubiera deseado llevarlo a Seineldín, no sólo por él, sino porque siendo un oficial del Ejército hubiera querido que me acompañara. Pero Seineldín estaba vestido como un comando, con su cara pintajarreada de negro y con un chaleco cargado de granadas.
Su aspecto era lo menos tranquilizador que podía imaginarse. Le dije que por ese motivo no lo llevaba. El lo comprendió».
Busser, Roscoe y Monnereau se dirigieron entonces a la casa del gobernador portando bandera blanca y acompañados, a mitad de camino, por el vicecomodoro Gilobert y el secretario general de la gobernación británica.
«Tuve una extraña sensación -dice Busser, al entrar en la residencia del representante la Corona-, me parecía estar sentado en la butaca de un cine viendo una película con un tema colonial del imperio británico, una película del período colonial inglés en la India».
Busser, Monnereau y Roscoe entraron en el despacho de Mr. Hunt, completamente desordenado por el combate y con las máquinas de cifrar y las claves destruidas. El gobernador se negó a darle la mano e intimó a Busser a abandonar las islas. «No pude menos que admirar -dice Busser- la sangre fría