Punto nodal en el pleito austral
Clarín, Sábado 1° de mayo de 1982, Buenos Aires, Argentina
Punto nodal en el pleito austral
Por Enrique Alonso
La, principal preocupación de los analistas que enfocan el tema de las
Malvinas es no quedar desfasados por los acontecimientos. Como la lucha
contra los teletipos es imposible, en algún momento hay que hacer un
alto en el camino. Conviene entonces atenerse a los hechos, que son como
una roca, antes de intentar algún vuelo panorámico.
La semana que
transcurre ha mostrado dos hechos muy importantes. Uno, es la votación
realizada en la OEA, bajo los términos del TIAR. El otro, la posición de
Estados Unidos, expresada por el presidente Reagan y el canciller Haig.
Vayamos por partes.
La Argentina obtuvo un importante resultado en
el debate realizado en Washington por los cancilleres americanos. Ese
resultado es irreversible y fue la admisión por la organización
hemisférica de nuestro derecho histórico de soberanía sobre las
Malvinas. Ello de alguna manera circunscribe la materia de discusión.
Incluso para quienes no aceptan en la organización
hemisférica la
reconquista por el gobierno de Buenos Aires del archipiélago es una
verdad no desmentida que esas islas pertenecen a nuestro país.
La
segunda novedad prioritaria es el análisis que Washington hace del
estado actual del pleito. A pesar de que el presidente Reagan ha
ordenado una serie de medidas que pueden ser consideradas como sanciones
económicas, y a pesar también de que no emitirá un informe positivo
ante el Congreso si se tratara de la exportación de material militar a
la Argentina, el secretario de Estado, general Alexander Haig, reiteró
la disposición de su país a prestar
asistencia para el logro de un
arreglo. Señaló adicionalmente que «un resultado estrictamente militar
no puede durar, pues finalmente debe haber un resultado negociado que
sea aceptable para las partes interesadas», pues de lo contrario «todos
enfrentaremos una hostilidad e inseguridad interminables en el Atlántico
sur».
Debio despejar una incógnita. Es evidente que Estados Unidos
se siente estrechamente ligado al Reino Unido. Por ello, según Haig,
«responderá positivamente a requerimientos de suministro de material
para las fuerzas británicas», aunque «desde luego, no habrá
participación militar directa de Estados Unidos».
La actitud norteamericana fue severamente comentada por el canciller argentino, Nicanor Costa Méndez.
Tratemos
de ubicarnos en este panorama El hecho de que se siga hablando de
negociaciones no se contradice con la posibilidad -abierta al escribir
esta nota- de un choque armado en el Sur. Si se produce el ataque
británico sobre las Malvinas, las Fuerzas Armadas argentinas están
preparadas para repelerlo. Tienen un excelente grado de preparación y
una moral muy alta.
Están, además, defendiendo un fragmento de la Patria.
Pero
la comunidad internacional se halla verdaderamente preocupada por la
situación del Atlántico sur. En Estados Unidos prevalece el temor a un
avance soviético en el área. En Europa muchas cancillerías se preguntan
cómo quedarán las relaciones con América latina después de este
episodio. Las naciones hermanas del hemisferio sostuvieron la soberanía
argentina sobre las islas. Todos miran con cierto recelo la posibilidad
de que se generen
turbulencias a partir de lo que era una situación perfectamente acotada.
Esto
quiere decir, simplemente, que muchos gobiernos con los que la
Argentina ha mantenido siempre cordiales relaciones se hallan muy lejos
de cerrar el caso. En Europa, el Tratado de Roma establece solidaridades
que se han manifestado ante el requerimiento de Londres. Pero si la
flota británica atacara en las Malvinas, el caso tendría honda
repercusión en países de la
Comunidad Económica que tienen importantes comunidades radicadas en nuestro país. El ejemplo cabal es el de Italia.
En
otros casos se analiza la inconveniencia de que el conflicto sea
llevado a alguna forma de internacionalización. Ello podría producirse
si los acontecimientos no son cuidadosamente controlados. Ocurre que el
mundo moderno tiene, entre los dos polos de las superpotencias, una gran
diversidad de situaciones nacionales, que no pueden ser sacrificadas.
La cautelosa actitud europea en el caso de Polonia señala la renuencia
de las naciones intermedias a reaccionar en ciertas situaciones con
esquemas globales. En el supuesto de que no se tuviera en cuenta la
especificidad de las situaciones nacionales (y el caso, de las Malvinas
es una honda
reivindicación histórica del pueblo argentino, que no
quiere ver su territorio desgarrado), lo que se registraría es un avance
de las más allá de sus zonas de seguridad, tal como quedaron expresa o
implícitamente establecidas al término de la Segunda Guerra Mundial.
Además, hay países europeos con extensos intereses en diversas partes de América latina.
De
manera que no seria desatinado suponer que existan algunos esfuerzos
(ni siquiera al nivel de una gestión de buenos oficios, pero como aporte
amistoso de ideas y puntos de vista) para contribuir a la restitución
de los canales de negociación. La visita realizada ayer por el embajador
de Alemania Federal a la Cancillería fue considerada por algunos
observadores
como un intento en ese sentido. E igual actitud se
atribuye a algunos países del área, que, como Brasil, no pueden ofrecer
buenos oficios porque han votado a favor del derecho argentino pero que,
sin embargo, desearían una situación estabilizada en esta parte del
mundo.
Es que la actividad bélica del Reino Unido en las Malvinas
estaría destinada, de producirse en una escala mayor, a generar una
apasionada reacción latinoamericana. Piénsese en otros episodios del
pasado. Se trata ahora de un país de los considerados «grandes» en la
región cuya presencia internacional no se ha caracterizado por favorecer
inclinaciones izquierdistas.
Júzguese como se quiera el rumbo de
los acontecimientos -y en tal sentido las palabras de Haig son
ilustrativas-,lo cierto es que la acción británica no admite
connotaciones ideológicas que vayan más allá de un estricto y estrecho
colonialismo.
Es por eso que cobran de pronto importancia los
«canales» a través de los cuales, en todos los tiempos, los más
enconados adversarios han mantenido contacto (piénsese en las
conversaciones de Kissinger con los chinos antes del restablecimiento de
la amistad sino-estadounidense). En tal sentido se señala que el
secretario general de las Naciones Unidas ha mantenido una estricta
prescindencia en cuanto a sus opiniones en el tema de las Malvinas,
salvo
la exhortación global a preservar la paz entre las partes. Si se
concretan iniciativas susceptibles de reatar la negociación, habrá que
tener en cuenta esta circunstancia. El hecho de que la Organización de
los Estados Americanos (OEA) haya calificado de importantes las
gestiones ya realizadas por el general Haig, al tiempo que
compatibilizaba su declaración con el
marco general de las Naciones
Unidas, es otra indicación en el sentido de que no puede haber una
incompatibilidad final entre la indudable «dureza» de Washington,
acentuada en las últimas horas, y la apertura negociadora en la cual
debe verse un gesto de auténtica amistad hacia las dos partes
involucradas, más allá de la suerte que la iniciativa corra.
Ello
señala el punto nodal de la situación que estamos viviendo. La Argentina
no busca la guerra, aunque está perfectamente dispuesta a enfrentarla.
Lo prueba la forma pacífica en que reconquistó el archipiélago austral,
tras 149 años de gestiones infructuosas. El tributo de sangre en esa
operación corrió por cuenta de los argentinos que recuperaban su
territorio. No fue impuesto a los soldados ocupantes, británicos. Ello
es perfectamente demostrativo del ánimo que inspiró esa acción.
La
disposición anímica para enfrentar el combate -si este combate nos es
impuesto- es justamente lo que permite seguir hablando de negociación.
Es que en los momentos de mayor riesgo, cuando lo que está en juego es
el porvenir de la nacionalidad, es preciso mantener la cabeza serena y
la mente abierta a todas las posibilidades que permitan alcanzar con
honor los fines procurados. Esos fines, en el caso de las Malvinas son,
claramente, el reconocimiento por la potencia anteriormente ocupante de
la soberanía argentina, sin perjuicio del respeto a los intereses de los
pobladores del archipiélago.
Entretanto, la solidaridad popular, que
surge espontánea desde todos los rincones del país y muchos de América,
está mostrando a los observadores extranjeros (y entre ellos a los
muchos periodistas aquí congregados) que la reconquista de las Malvinas
es un tema no ya emocional sino conmovedor de todas las capas sociales.
Todas las calificaciones que el intelecto provea
contra el intento
persistente del colonialismo en América son menos elocuentes que ese
alineamiento seguro e instintivo en torno de una de las grandes banderas
nacionales. Esa fraternidad práctica es un elemento de la cuestión, que
no debería ser olvidado por nadie. Porque vale por ayer, por ahora y
por mañana.