La llegada de los preparativos
Guerra de Malvinas Compania de Comandos 601
La llegada de los preparativos
En 1999, quien fuera el segundo al mando en la 1ra Sección de Asalto, el hoy coronel Horacio Losito, narró en el libro “Así Peleamos Malvinas, Testimonios de Veteranos del Ejército”, el episodio que a sangre y fuego, quedó grabado en la historia malvinera y en la vida de los integrantes de esa Sección.
De la misma forma lo relata el historiador militar, Dr. Isidoro Ruiz Moreno, en su obra “Comandos en Acción”.
“Todo comenzó en la noche del viernes 28, cuando el capitán José Vercesi, jefe de la 1ra sección, recibió la orden de ejecutar una exploración de 40 kilómetros, para informar sobre las actividades de los británicos que habían desembarcado el 21 de mayo, y de los cuales se sabía poco y nada. La realidad nos golpeó bruscamente cuando el mayor Mario Castagneto, jefe de la Compañía 601, a las pocas horas de arribar a las islas, nos impuso acerca de la situación.
Nada iba a ser fácil. Con un panorama contradictorio y confuso comenzamos a planificar la misión. Con un particular cansancio, producto de las tensiones vividas en los últimos días y con falta de sueño, los hombres de la 1ra Sección, reforzados con suboficiales apuntadores de misiles Blow-Pipe, un enfermero y el sargento 1ro Helguero de la Compañía de Comandos 601, nos alistamos para la salida. Partimos a poco de amanecer en dos helicópteros ‘peinando’ las formas del terreno para evitar radares y armas, y tratando de familiarizarnos con el recorrido, en prevención de tener que volver a pie.
Desembarcamos a pocos kilómetros del monte Simons, un cerro de gran altura. No nos imaginábamos que a escasos metros estaba el campamento del enemigo, situado en Teal Inlet Settlement, cuyo jefe era el brigadier Julian Thompson. Cuando se alejaron los helicópteros una extraña sensación nos envolvió.
Un silencio tajante contrastaba con el ruido ensordecedor de los motores. Estábamos en tierra de nadie, a mitad de camino entre la cabeza de playa de los británicos y nuestras posiciones, lejos de cualquier ayuda, confiando solamente en la propia capacidad y creyendo ciegamente en el camarada”, contó Losito.
“Luego de una marcha forzada, llegamos a proximidades de la cima del monte, lugar desde el cual se podía observar con mayor precisión y distancia. A las pocas horas, divisamos un corredor aéreo de helicópteros enemigos que transportaba externamente cañones y bultos en grandes cantidades. Volaban en la dirección general la línea San Carlos – Puerto Argentino. Intentamos informar lo que veíamos, aplicando todos los conocimientos de comunicaciones a nuestro alcance, sin éxito. La interferencia era enorme y no queríamos mantener prendido el equipo durante mucho tiempo para evitar ser detectados. Sin embargo, en uno de los intentos logramos escuchar los partes que trasmitían las otras Secciones de las Compañías; de esta manera, conocimos los resultados del combate en Monte Kent, donde la otra sección de la 602 se enfrentaba con el escuadrón «D» del SAS y con los hombres del Comando 42 inglés.
El saldo fue negativo. Murieron lamentablemente, el teniente 1ro Rubén Márquez, el sargento 1ro Oscar Blas, y el sargento 1ro Raimundo Viltes recibió heridas, que le produjeron la amputación del pie derecho. El 30 de mayo de 1982 amaneció frío pero soleado. A media mañana, el capitán resolvió desplazarse hacia Fitz Roy, a unos 20 kilómetros del lugar. El objetivo era conectarse con una sección de Ingenieros y desde allí poder trasmitir los informes. Comenzamos la marcha sobrecargados, porque también transportábamos armamento y munición de un depósito que había instalado la Compañía de Comandos 601. El desplazamiento sobre la turba se hizo muy dificultoso y agobiante”, describió el oficial.
Ante la posibilidad de pasar mojados otra noche gélida, decidieron hacer un alto en un sitio que el mapa describía como una elevación, pero estaba del otro lado del arroyo Malo. Era una cabaña de ovejeros, aparentemente abandonada. Su nombre: Top Malo House. «Luego de cruzar el arroyo de agua helada y torrentosa, donde algunos cayeron al resbalar en el verdín de las piedras del lecho, abordamos la casa con técnicas apropiadas para el caso, en previsión de que estuviera ocupada por el enemigo. La sección se dividió en dos grupos: uno ocupó el piso superior y el otro, la planta baja. Sabíamos que el estar dentro de la casa no ofrecía seguridad, pero existía una real necesidad de recuperarnos y secar el equipo para poder enfrentar con éxito las futuras exigencias. La decisión que se adoptó ante el dilema planteado, la pagaríamos con sangre horas más tarde…»
Top Malo House antes del violento combate.
EL COMBATE
Se despertaron muy temprano, cuando aún estaba oscuro. No sentían frío después de dormir secos y haberse recuperado físicamente; mientras desayunaban con chocolate caliente y galletitas, comentaban lo que hubieran sufrido de haber permanecido en Monte Simons. Concluido el desayuno, todos comenzaron a alistar sus equipos, ya con buen ánimo para soportar otra jornada de marcha. Eran las ocho y empezaba a clarear. En ese momento oyeron ruidos de aspas de helicóptero. Algunos especularon en un rescate anticipado: no estaban muy lejos de la capital, era el día señalado para ser recuperados, y la zona era la probable.
No era creíble que se tratara de un aparato británico; pero alguien acotó que los argentinos no volaban sin luz. Pasó cerca, a unos cuatrocientos metros, y el sargento primero Pedroso observó: “Me pareció ver que no tiene la franja amarilla. A causa de la bruma se distinguía poco, ni aun recurriendo a los visores nocturnos, y sólo se oían los motores que al rato cesaron.” Reinaba incertidumbre, pero se aceleraron los preparativos para abandonar el edificio. El capitán Vercesi, ya con su correaje colocado aunque sin la mochila puesta, se hallaba en la cocina, y echando rodilla en tierra, intentó comunicarse por radio.
En la planta alta, el teniente Espinosa recorría el horizonte con la mira telescópica de su fusil. De pronto exclamó: “¡me parece que hay gente que viene avanzando! Helguero, respondió ¡No, mi teniente!, deben ser ovejas, que hay muchas por acá.” Un lúgubre presentimiento invadió a Vercesi. A su lado se hallaba el Sargento primero Mateo Sbert, aquel al que mucho apreciaba por haber compartido destinos anteriores y en quien había descubierto algo mucho más importante que un subordinado eficiente. Ante la extrañeza de éste, le tendió la mano, se la estrechó y reteniéndosela un segundo, le dijo con profundo afecto “¡Suerte, Turco!”.
Elementos del M. & A. W Cadre (Cuadro de guerra para la Montaña y el Ártico) habían descendido de un helicóptero a unos mil metros de la posición argentina. Los mandaba el capitán Boswell quien puso a los siete hombres de su grupo de apoyo, comandado por el teniente Murray a ciento cincuenta metros de la casa, mientras con los doce del grupo de asalto la contorneó hacia el sudeste, protegido por una elevación.
Entendiendo que se trataba de tropas especiales argentinas, daba por hecho que tendrían centinelas afuera. Era consciente que por donde se movían, el terreno estaba dominado por una ventana del piso superior. Cuando Boswell consideró que estaba suficientemente cerca de la casa y a la vista de su grupo de apoyo, dio orden de armar las bayonetas, aunque seguía sin dar crédito a la posibilidad de que hubiera personal enemigo justo dentro de una casa… Ante el anuncio de Espinosa del avance de hombres no identificados, el sargento primero Castillo subió la escalera.
Efectivamente distinguió bultos, pero sin precisar su naturaleza, pese a que ya se había levantado el sol y la claridad permitía distinguir mejor el campo. De pronto, un haz de luz se reflejó sobre una de las presuntas ovejas: un soldado británico, inadvertidamente, había hecho espejar el sol de su anteojo de campaña con el cual observaba mejor la casa.
¡Ingleses! ¡Ahí vienen!” resonaron los gritos dentro de la casa. Automáticamente el teniente primero Gatti, como radiooperador, sacó sus claves e instrucciones del bolsillo y las quemó. Todos se pusieron en movimiento para salir; Castillo gritó a Espinosa, mientras se abalanzaba hacia la escalera: -¡Vamos mi teniente! Este le replicó: ¡No, yo me quedo! ¡Desde acá tengo mejor campo de tiro!
En el mismo instante en que abría el fuego, la casa tembló por la explosión de un proyectil antitanque Carl Gustav. Comenzaron los disparos de ambas partes. Los ingleses se incorporaron y avanzaron corriendo; varios de ellos utilizaban lanzacohetes descartables Law de 66 Mm y fusiles lanzagranadas M-79 de 40 Mm. Vibraba la estructura de la casa por los impactos sobre sus chapas exteriores, y cantidades de balas atravesaban las endebles paredes de madera. Los comandos argentinos no vacilaron en abandonar el edificio para combatir mejor desde el exterior.
El capitán Vercesi logró llegar corriendo hasta un alambrado colocado antes del arroyo, y allí, con enorme presencia de ánimo, tomó posición de pie y comenzó a hacer fuego y a recibirlo. “Salimos entre los dos, yo te apoyo”, avisó Medina al teniente Martínez. Al hacerlo, este último sintió que lo golpeaba fuerte en la espalda una granada caída dentro de la casa, y cayó al suelo. Comenzó a arrastrarse. El impacto había sido en la cocina, volteando un panel sobre Medina, al que tiró aturdido contra la pared, pero también pudo salir. Castillo se precipitó escaleras abajo, y al pisar el último escalón sintió la explosión de un cohete detrás, que destrozo e incendió la escalera.
El humo comenzaba a invadirlo todo. Luego de Castillo, Helguero quiso abandonar la casa. Pero una granada que explotó en la puerta, entre ambos, lo hirió en el pecho arrojándolo hacia adentro sobre Pedroso, que venía por detrás. Una granada lanzada con fusil M-79 penetró por la ventana del piso superior, matando instantáneamente al teniente Espinosa. El estallido aturdió a Brun y Gatti, que estaban allí: un acre olor a pólvora se sintió en forma penetrante. La llamarada, el ruido y la sensación de vacío que produjo, conmocionaron a los dos oficiales sobrevivientes por unos instantes. La casa temblaba por los tiros y ya comenzaba a arder. Gatti se recobró del shock causado por la onda expansiva, tomó su fusil y fue hacia la escalera: ésta no existía, era un completo aro de fuego hasta abajo. Sin pensarlo saltó por medio de él.
El teniente primero Brun, al tiempo que Espinosa caía hacia atrás ensangrentado, sintió una esquirla que le cortaba la frente. Supo que la próxima explosión no lo perdonaría, e instantáneamente se zambulló a través del tragaluz. A medida que caía podía oír los balazos que pegaban contra la pared enchapada.
Cayó desde una altura no menor de cinco metros, procurando cubrirse la cabeza, pero recibiendo tan fuerte golpe que quedó completamente aturdido. Merced a su excelente estado físico y a la inmediata reacción no fue muerto en esa oportunidad. A un tremendo dolor en la frente y en la cabeza se sumó que no veía bien: ¡Dios mío perdí un ojo!”, pensó en el acto, aunque la falta de visión le había sido producida por la pólvora que le quemó la cara, y la sangre que le caía en la frente.
Los Comandos habían logrado en su mayoría abandonar Top Malo House. La abnegación de Espinosa, que con su resistencia atrajo el fuego enemigo hacia el segundo piso y la reacción de aquellos de salir para combatir, sorprendiendo a la tropa británica habían impedido el total aniquilamiento de la patrulla.
En forma descuidada, disparando de pie con sus pistolas ametralladoras y lanzagranadas desde la cintura sin cubrirse, los ingleses no tuvieron en cuenta el impulso de la sección de Comandos. Estos avanzaron corriendo hacia el arroyo, al tiempo que tiraban con sus fusiles. Las balas enemigas pegaban en el suelo siguiendo sus huellas. El teniente primero Brun pudo hacer algo más de cincuenta metros hasta que cayó sentado, atontado, sintiendo un constante zumbido en su cabeza a consecuencia de su violento golpe.
De pronto vio venir derecho hacia él una granada.
En forma instintiva la alejó con su mano al llegar, a tiempo que tornaba la cabeza. El artefacto explotó muy cerca, cubriéndole de esquirlas la espalda, y averiando su fusil. Luego sacó la pistola e hizo fuego contra un escalón británico que se aproximaba, pero a los pocos disparos se le trabó. Tomó entonces una granada y la tiró, pero por la conmoción sufrida no advirtió quitarle el seguro.
En esos momentos un tiro le hizo impacto en su pantorrilla derecha. El teniente primero Gatti también había podido salir, llegando ileso a una zanja situada metros abajo de la casa, antes de alcanzar el arroyo Malo. Cerca de Vercesi, Gatti disparaba arrodillado, mientras veía cómo la munición enemiga levantaba el barro a su alrededor. Losito estaba herido. Al abandonar el edificio en medio del humo que lo envolvía y las balas que lo atravesaban, dirigiéndose por la cocina hacia el porche para alcanzar el arroyo, una granada había explotado contra la pared dos metros atrás, derribándolo ensordecido y lastimándolo en la cabeza. Sintió un golpe quemante y un fuerte ardor, pero seguía dueño de sus movimientos.
La sangre le caía detrás de la oreja y por la mejilla. Un grupo de cuatro ingleses ubicados a no más de veinte metros lo dieron por muerto y continuaron disparando sus lanzagranadas contra la casa sin prestarle más atención. Entonces Losito se levantó y medio agazapado vació contra ellos un cargador en automático. Un inglés cayó tocado en una pierna y el resto echó cuerpo a tierra. Luego emprendió la carrera hacia el arroyo, cambiando de posición y disparando a cada rato, perseguido por los proyectiles enemigos, esperando a cada instante un tiro en la espalda. Era su intención cruzar el curso de agua y trepar por la altura del frente.
La casa estaba ubicada en una hondonada, pero a unos cuantos metros antes de alcanzar el arroyo Malo, encontró la zanja y decidió ocuparla. Al darse vuelta para volver para hacer fuego, un impacto en su muslo derecho lo volteó de espaldas en la zanja. Herido dos veces, rodeado de enemigos que avanzaban haciendo fuego y sin posibilidad de reaccionar, se dio por muerto. Un soldado inglés se aproximaba gritando, pero rápidamente le hizo fuego y lo abatió. El sargento primero enfermero Pedroso y el sargento primero Helguero pudieron salir de la casa en llamas y abandonarla a través de una ventana, cayendo aturdidos por los estampidos y echando a correr.
A los quince metros, Helguero se desplomó, doblado por el dolor de su herida en el pecho. Medina se dio cuenta que quedaba solo y que el enemigo estrechaba el cerco. Con la protección que le brindaba el fuego que hacía el sargento primero Sbert, alcanzó la zanja donde sus compañeros estaban tirados y arrodillándose, comenzó a disparar. Los británicos se aproximaban a ellos, y estaban a cincuenta metros, cuando Medina pudo hacer impacto en un inglés, al cual siguió tirándole ya caído por ignorar si había muerto. De pronto sintió un golpe en su pierna izquierda, que no creyó herida por no sentir dolor, al tiempo que algunas granadas estallaban detrás de él, matando al abnegado Sbert, que lo estaba cubriendo. La onda expansiva de varias explosiones simultáneas lo había destrozado por concusión, dañando mortalmente sus órganos internos.
Retrocedió Medina y pudo derribar a otro soldado enemigo. Pero la patrulla de Comandos estaba completamente aferrada. Es indudable que la posición argentina pudo haber sido eliminada sin correr mayores riesgos, atacándola con cohetes y bombas desde el aire. Quizá el M. & A. W Cadre haya imaginado que luego de sus primeros disparos, los refugiados en Top Malo House se rendirían y que no saldrían a combatir afuera; pues lo cierto es que permitiéndoles abandonarla sin estar rodeada por completo, respondieron enérgicamente, haciéndoles fuego desde un flanco mientras avanzaban
Comandos.
Los ingleses no imaginaban tan vigorosa resistencia ni las varias bajas que ocasionarían al equipo de Boswell. Ellos mismos caracterizaron la acción como “un combate fiero y breve». Con todo, por más ardoroso que fuera su ánimo, la primera sección de la Compañía 602 no tenía escapatoria. Ignoraban la presencia de la patrulla del teniente Haddow, que permanecía al acecho detrás del arroyo, oculta en la elevación que lo dominaba. El teniente Daniel Martínez se había guarecido en el cobertizo del fondo, arrastrándose en dirección al agua en medio de los proyectiles que le pasaban por encima o pegaban cerca de él.
Disparó contra un par de soldados que iban corriendo, obligándolos a tirarse al suelo, notando que los ingleses tenían dirigida su atención a la zanja cercana al arroyo donde sus compañeros, en línea, respondían al ataque. Mientras tanto, un británico salió velozmente del depósito de atrás, disparándole, pero Martínez le disparó una ráfaga de FAL haciéndolo caer a tres metros de distancia. El fragor del combate se aumentaba por el ruido de las municiones que explotaban dentro de la casa en llamas. Losito, caído sobre el extremo de lo precaria trinchera había podido observar cómo Medina se movía hacia Sbert al haber éste muerto, y sabiendo que él también iba a sucumbir, agazapado y dificultosamente reinició sus disparos. A veinte metros por la derecha avanzaban dos ingleses a paso ligero, disparándole con sus pistolas ametralladoras.
Losito derribó a uno de ellos. En la otra punta de la línea, Vercesi vio llegar al teniente primero Brun, cubierto de sangre de la cabeza a los pies, quien cayó a su lado. Detrás de los tiradores británicos que avanzaban en cadena, pudo distinguir que cerca de la casa, el sargento primero enfermero Pedroso, arrodillado para cubrir a Helguero, agitaba un trapo blanco indicando que allí había un herido y que no combatía. El jefe de la sección miró a Brun espectacularmente herido y sangrante y le dijo: “Esto no va más”… El oficial le respondió triste y concordantemente: “No, no va más”. Entonces el capitán levantó su fusil, ordenando cesar el combate. Con un setenta por ciento de bajas, no tenía sentido proseguir esa briosa resistencia; sólo quedaban ilesos él mismo, Gatti y los sargentos primeros Castillo y Pedroso.
El teniente primero Gatti lo imitó gritando: “¡Alto el Fuego!, ¡alto el fuego!” Miguel Ángel Castillo no se conformó, e instaba: “¡Todavía no se entregue, mi capitán!” No muy lejos, tirado en la zanja, Losito podía observar que continuaban rebotando impactos en torno a su compañero. Losito gritó desesperado: “¡Gatti, cúbrase; no se rindan, carajo, porque nos van a matar! ¡Mi teniente primero! -le contestaba aquél a Losito-, ¡no tire más que estamos totalmente rodeados! Pero éste no cejó. Dispuesto a morir peleando se preparó para disparar al otro soldado de la pareja que se le acercaba, pero ya no pudo hacerlo: la pérdida de sangre se lo impidió y se derrumbó de espaldas en la zanja. Plenamente consciente todavía, pudo ver que el enemigo se paraba con sus piernas abiertas sobre el borde apuntándole con su pistola ametralladora.
En un instante fugaz se encomendó a Dios, esperando morir rápido. Volvió a levantar los ojos y el inglés le intimó: “¡Up your hand!, ¡up your hand!” (Arriba las manos). Losito estaba muy débil y el inglés, advirtiéndolo, dejó su ametralladora, y quitándole el fusil, tomó al oficial por la chaquetilla para sacarlo, con palabras de aliento. “No problem. No problem, it’s the war” (No hay cuidado, es la guerra). Le hizo un torniquete en una pierna y le inyectó morfina con una jeringa descartable que sacó de su pecho, luego de lo cual le pintó una “M” en la frente. Enseguida pidió auxilio para transportarlo.
Sonaban todavía algunos disparos. Medina, sordo por las explosiones y atento sólo a su frente, mantenía el fuego, y Gatti, nuevamente le gritó: “¡Medina, Gordo! ¡Dejá de tirar que nos matan a todos!”. Cuando el suboficial levantaba sus manos, volvió a ser alcanzado en el muslo de la misma pierna izquierda por una granada, que le produjo una herida impresionante.
Se acercó el cabo primero Valdivieso para ayudarlo pero fue también alcanzado, cayendo al suelo. El fuego cesó bruscamente, por ambos lados.
Miguel Ángel Castillo no quiso correr riesgos: «Yo me quedé tirado», relató, «pensé que si me paraba me iban a poner fuera de combate, así que me quedé en el suelo con el fusil al costado, hasta que llegaron dos tipos a mi lado: apartaron con su pie el fusil, me apuntaron, y por señas me indicaron que me levantara». Todos los británicos avanzaron para tomarlos.
Cada uno de los argentinos permaneció en el lugar en que se hallaba y los hombres de Boswell se apoderaron de su armamento y les hicieron quitar el correaje. Se oían quejidos y órdenes en inglés. ¡Finish the war!, (terminen la guerra), repetía el jefe británico para abortar cualquier reacción desesperada, aunque el estado de los Comandos argentinos tornaba ilusoria cualquier otra medida. A la distancia, Top Malo House terminaba de arder. Al concluir el combate, desde el otro lado del arroyo apareció otra patrulla británica, que corriendo y gritando, abrazó a los vencedores.
La patrulla de Haddow, que había observado todo el combate, avanzó agitando una bandera británica como una señal para ser reconocida.
Los británicos ataron las manos de sus prisioneros mientras los revisaban, y luego volvieron a soltarlos, indicándoles que recogieran a sus heridos y muertos. Ellos también comenzaron a atender a los de uno y otro lado, juntando las armas y correajes de aquellos; algunos mantenían apuntados a los Comandos ilesos. El capitán Boswell, con una libreta en la mano, pasaba lista a voces para conocer sus bajas. Éstas eran relativamente numerosas, dada la iniciativa del ataque y el armamento usado: 5 muertos y ocho heridos. Algunos hombres lloraban en torno a un cadáver que posiblemente fuera del segundo jefe del M. & A. W. Cadre.
Los Comandos argentinos que estaban en mejor estado se dirigieron a ayudar a sus compañeros. Vercesi pasó junto a un herido inglés muy pálido, alcanzado en el pecho, que se hallaba tirado en el suelo apoyado en el regazo de un camarada, quien lo saludó murmurando: ¡Friends, friends! (Amigos). Los que aparentaban estar más graves eran los tenientes primeros Brun y Losito, completamente cubiertos de sangre; el teniente Daniel Martínez fue interrogado para saber si había sido tocado: “No problem”, contestó, ignorante del balazo que había recibido en un pie. En un grupo estaban reunidos Medina, Valdivieso y algo alejado, Losito. Se le acercó Pedroso quien se había hecho reconocer como enfermero, con su brazalete de la Cruz Roja.
Acompañado de su custodio, y controlando el pulso de Omar Medina, le dijo: “Quedate tranquilo; no tengo nada para darte ahora; esto está coagulando bien. Acordate de soltar el torniquete para que circule la sangre.” Al suboficial lo había vendado un inglés.
Otro que se aproximó comenzó a tratarlo con un paquete de curaciones; la hemorragia hizo que el sargento primero se desmayara por un momento.
Recuperado de a poco, fue el teniente Martínez para cargarlo: “¡Cómo pesás!” “A mi no me pasó nada”, le explicó, desconociendo aún haber sido también herido.
Pero al llegar al lugar de reunión, Martínez sintió un dolor como una torcedura; asombrado, hizo un movimiento y pudo ver que le salían borbotones de sangre.ç
Se quitó el borceguí y la media y comprobó que había sido alcanzado en el talón por una bala de fusil M-16, sin orificio de salida. Uno de los militares británicos comenzó a hablarle y Pedroso le tradujo: “Dice que te tapes para que no se enfríe, porque te va a doler. Daniel Martínez volvió a calzarse, ató bien su borceguí y se hizo un torniquete, sintiendo efectivamente mucho dolor», y pasó a ser un herido más.
El suboficial enfermero tuvo una lucida actuación. Prácticamente sin elementos, trató de estabilizar y contener las hemorragias y de calmar a sus compatriotas. Losito comenzó a temblar por la pérdida de mucha sangre y por estar muy mojado. Entonces, Pedroso le sacó el gabán de duvet al pobre Sbert y se lo puso a Losito. Luego, se sentó en la nieve y lo puso sobre su regazo, abrazándolo para darle un poco de calor. Igual procedimiento empleó el teniente primero Gatti con el sargento primero Medina. Los prisioneros, heridos e ilesos, fueron retenidos a un costado de la casa incendiada, hasta que los helicópteros vinieron a llevarlos.
Al teniente primero Brun lo animó el ver a Losito vivo, quien, agotado, débil y dolorido, lo alentó: “Tranquilo, Cachorro, no más”. El médico británico revisó a todos, marcando con una “M” sobre la frente de los inyectados con morfina. La pierna de Medina, desgarrada y con una fractura expuesta, presentaba mal aspecto; Helguero estaba muy preocupado por su herida sobre el corazón, porque ignoraba su profundidad.
Vercesi se notaba sumamente afectado: pidió ir por el cuerpo de Espinosa pero el capitán inglés meneó su cabeza y le dijo que era inútil. El final del abnegado teniente conmovía a todos. Mirando la casa que terminaba de quemarse, Brun murmuró: “Espinosa está ahí adentro…” Luego, la morfina y la solícita atención médica británica, los calmaron, y entonces, agobiados, comenzaron a observar más detenidamente a sus vencedores, pintarrajeados sus rostros y tocados con boinas verdes…
Pero de quienes habían quedado ilesos, tal vez quien más se mostraba mortificado, era el capitán Vercesi. Además de la negativa recibida de ir a buscar a Espinosa, conmovido, con dolor y angustia, agachado al lado del cadáver de su sargento primero Sbert, le decía: “¡Qué me has hecho, Turco!”…
Tomado Faceebok Programa Radial Destino Malvinas