La guerra que no se vió
Clarín, 9 de abril de 1997, Buenos Aires, Argentina
La guerra que no se vió
Por Alejandro Amendolara
Debajo de las aguas del Atlántico Sur se libró, durante el conflicto de 1982, una batalla invisible y desigual de la que hasta ahora no se conocía prácticamente nada: los poderosos submarinos británicos contra dos vetustos sumergibles argentinos. Esta investigación revela que, aún así, la Argentina no estuvo lejos de asestar los golpes que podrían haber torcido el rumbo de la guerra.
Las dos operaciones
submarinas entre dos fuerzas disímiles, separada por un abismo
tecnológico y militar. La Argentina estuvo, no obstante, cerca de
comprometer el desarrollo de la operación británica en el Atlántico sur.
La precariedad instrumental les jugó en contra.
A comienzos de 1982,
la fuerza submarina de la Armada Argentina se encontraba en una etapa
de transición, con un inventario mas bien modesto: solo cuatro unidades.
Dos de ellas eran veteranos sumergibles del tipo GUPPY, de origen
norteamericano, construido a fines de la segunda guerra mundial y
transferidos a la Argentina en 1971: el ARA Santiago del Estero, que
había agotado su vida útil y esperaba pacientemente el fin de sus días
en el calor de algún horno de fundición, y su gemelo, el ARA Santa Fe,
aún en servicio, pero atravesaba dificultades casi análogas.
Para
entonces, y como reemplazo de estas unidades, se estaban construyendo en
Alemania Federal modernos submarinos tipo TR-1700, mientras que en el
país se inauguraba oficialmente el «ASTILLERO DOMECQ GARCIA», una enorme
planta modelo pensada para construir localmente (nunca lo haría) varias
unidades más de este tipo. La primera unidad tenia que ser entregada en
1984 (demasiado tarde).
Dos contra todos
La respuesta argentina a
la real armada británica, que dentro de la OTAN tenia un rol específico
en la guerra antisubmarina, quedaría entonces a cargo de los
sumergibles convencionales tipo 209 ARA San Luis y ARA Salta,
incorporados a la flota ocho años antes del enfrentamiento.
La
participación del Salta tuvo la duración de un suspiro. Antes del
intento de recuperación de las islas Malvinas había estado en talleres.
La
versión oficial de su rápida desafectación da cuenta de que, durante
las pruebas realizadas por este submarino en aguas del Golfo Nuevo, bajo
el mando del Capitán de Fragata Manuel O. Rivero, fue registrada una
inusual generación de ruido, circunstancia que lo hacia fácilmente
detectable a los sonares enemigos. Se adujo que el problema no podía ser
solucionado antes de que finalizaran las acciones bélicas.
De esta
manera, solo quedaron en pie un submarino moderno el San Luis y un
veterano el Santa Fe. A pesar de que inicialmente el San Luis evidenció
complicaciones técnicas en unos de sus motores diesel, su comandante, el
Capitán de Fragata Fernando M. Azcueta, se encontraría en condiciones
aceptables de zarpar.
Las penurias del Santa Fe
El viejo Santa Fe
zarpó de la base Naval Mar del Plata el 27 de marzo del 82’. llevaba a
bordo la Unidad de Tareas 40.1.4, compuesta por 13 buzos tácticos. Su
misión original era la captura del faro San Felipe en Cabo Pembroke (en
Malvinas), y la demarcación de la playa de desembarco para los vehículos
anfibios que participarían de la operación Rosario, el 2 de
abril.Durante la noche del 31, por el periscopio del submarino se
observaron las luces encendidas de Puerto Argentino. De pronto, el
equipo de comunicaciones enmudeció. Hubo que perder tiempo arreglándolo.
A las 1:53 del 2 de abril llegó la confirmación desde el continente:
deberían seguir con la operación. Media hora después se lanzaban al mar
los botes de goma, llevando a los buzos a la costa.El 12 de abril, el
San Luis recibía la orden de zarpar hacia el norte de las islas, pero
fuera de las zonas de exclusión total de 200 millas que había dispuesto
Gran Bretaña en torno del archipiélago.Al regresar el Santa Fe a su
apostadero habitual, su comandante, el Capitán de Corbeta Horacio
Bacain, recibió la orden de alistarse para una patrulla que duraría 60
días, a cuyo efecto embarcaría suficiente combustible, comida y
armas.Debido a la antigüedad del sistema de control de tiro del
submarino, los torpedos solo serían efectivos sobre blancos ubicados a
menos de 2000 yardas. Como misión inicial de su patrulla, el submarino
debía transportar 20 infantes de marina para reforzar la guarnición en
Georgias del Sur.Zarparon la noche del 16 de abril, bajo condiciones
extremadamente precarias.Apenas salió del puerto de Mar del Plata, en el
Santa Fe se manifestaron varios desperfectos técnicos.Y todavía quedaba
por delante un recorrido de casi 1500 millas.Días después, la fuerza de
tareas británica emprendía su travesía hacia el teatro de operaciones
desde la isla Ascensión, una base norteamericana en el Atlántico Sur
(mitad de camino entre Gran Bretaña y Las Malvinas).
El grupo de
buques, incluidos los portaaviones Hermes e Invincible, entró
rápidamente en estado de alerta antisubmarina debido al avistamiento de
supuestos periscopios en las proximidades, que fueron seguidos de varios
contactos de sonar. Entre sus tripulaciones cundió el nerviosismo.
Dos misiones
El
23 de abril, el Santa Fe fue informado desde el continente sobre la
presencia de buques enemigos. Pese a la proximidad de los británicos, el
Capitán Bicain aún tenia restringido el uso de sus torpedos para el
caso de ser atacado. Difícilmente tenia posibilidad de maniobrar para
poder disparar eficazmente su armamento si era detectado. Y el submarino
nuclear HMS Conqueror, estaba en el área dispuesto a consumar su
destrucción.
Tras burlar el bloqueo ingles, en la oscuridad de la
noche de la jornada siguiente el Santa Fe emergió frente a la Bahía
Cumberland y comenzó el desembarco en Grytviken (Is. Georgias) de los
hombres y abastecimiento de refuerzo.
Cerca de la madrugada, cuando
la tarea había sido completada, zarpó navegando en superficie para ganar
velocidad y alejarse. Llevaba una segunda misión mas importante y
ultrasecreta: atacar la línea de reabastecimiento británica entre
Ascensión y la fuerza de tareas, en aguas de Las Malvinas. El plan era
esconderse en las innumerables Caletas de las Georgias de Sur y efectuar
las reparaciones que fueran necesarias, además de recargar sus
baterías.
Blanco de tiro
Entre las nubes bajas y la neblina
matinal que rodeaban las islas, apareció de pronto, un helicóptero
proveniente de la fragata HMS Antrim que avistó al Santa Fe.En unos
segundos el submarino se vio asediado por otros cuatro helicópteros que
le dispararon un torpedo, dos cargas de profundidad y cuatro misiles,
además de ráfagas de ametralladoras.Como toda defensa, su tripulación,
desde la vela del submarino, respondió a los ataques con unos viejos
rifles que tenia a bordo.La lluvia de plomo caída sobre el Santa Fe
provocó daños en su casco que lo obligaron a regresar a Grytviken, donde
horas mas tarde se produjo la rendición de la guarnición Argentina.
Durante el combate, un misil que atravesó horizontalmente la vela, sin
explotar, le amputó una pierna a uno de los marinos Argentinos.Luego de
atacar, y aprovechando la distracción de los británicos por un incidente
que les había costado la vida al suboficial Felix Artuso, tripulantes
del submarino lograron burlar la guardia y abrieron disimuladamente
válvulas y escotillas de la nave, provocando su hundimiento. No solo el
Santa Fe quedo inutilizable sino que también el muelle.El Santiago del
Estero, una virtual chatarra, fue secretamente sacado a remolque de la
Base de Mar del Plata y trasladado hacia Puerto Belgrano. La maniobra
buscaba confundir a la inteligencia británica, que lo creería en
operaciones. Y, efectivamente, aunque el viejo submarino no podía
moverse, creyeron durante el conflicto que estaba operando en patrulla
de alta mar , lo cual los obligo a mantener constante vigilancia y
desvío de recursos bélicos.La perdida de el Santa Fe dejaba a la fuerza
de submarinos, bajo el mando del Capitán de Navío Eulogio Moya
Latrubesse, con solo una unidad operativa: el San Luis, que el 29 de
abril recibió la noticia de que se habían las reglas de enfrentamiento.
Quedaba autorizado a disparar libremente sus torpedos en las zonas de
patrulla al norte de las islas, pero dentro de la zona de exclusión.El
almirante ingles Sandy Woodward, comandante de las fuerzas navales para
la Operación Corporate, había desplegado el 1 de mayo un grupo de tres
buques y helicópteros antisubmarinos cerca del área designada para el
submarino argentino, después de asumir como valido un informe brindado
por la inteligencia británica, que había interceptado y descifrado el
mensaje dirigido desde Mar del Plata al comandante del San Luis.Eran las
22:05 hs cuando, a unas 10000 yardas del blanco escogido y optima
posición del disparo, el Capitán Azcueta dispuso el lanzamiento del
moderno torpedo SST-4 FILOGUIADO.Fueron 3 interminables minutos durante
los cuales se aguardo el sonido de la explosión, pero esta no llego.El
cable que unía al torpedo se había cortado.Los ingleses detectaron la
aproximación del torpedo y se lanzaron furiosamente sobre el San Luis,
la cacería duraría más de 20 hs, pero no fue infructuosa.Mas adelante,
cerca de las 19 hs del 8 de mayo, tuvo lugar un nuevo contacto. Esta vez
no era en la superficie.En las pantallas de la sala de control del San
Luis se observo un desplazamiento inteligente debajo del agua a una
velocidad de 6 a 8 nudos, y a una distancia cerca de 3000 yardas.
Resultaba difícil la identificación del barco. Igual se disparo un torpedo Mk37 antisubmarino.
Transcurrieron
12 interminables minutos hasta que se escucho una explosión. No existen
confirmaciones publicas de las consecuencias de este lanzamiento. Tal
vez, el torpedo dio contra una desafortunada ballena. Tal vez, contra un
submarino británico.
Una nueva decepción
Como parte de los
nuevos desembarcos británicos en las islas el almirante Woodward ordeno a
la fragata Alacrity que recorriese, la noche del 10 de mayo, de sur a
norte y en toda su longitud del estrecho de San Carlos, que separaba las
islas Soledad y Gran Malvina. Debía descubrir si sus aguas estaban
minadas y si existían defensas costeras que pudieran comprometer las
operaciones. El comandante de esta fragata , Capitán Chris Craig, estaba
convencido que se dirigía a una misión suicida. No fue así.Durante su
silenciosa y tensa travesía, detecto un barco de superficie. Ordeno
preparar el cañón de 4.5 pulgadas y luego de algunos minutos efectuó una
serie de disparos, haciendo desaparecer el contacto de sus pantallas.
Había hundido al transporte naval argentino Isla de los Estados, cuya
misión era restablecer de pertrechos a las guarniciones militares
argentinas. Perdido el secreto de su misión, el Capitán Craig ordeno
poner máxima potencia a sus motores para salir del estrecho y alcanzar a
toda velocidad la seguridad de aguas abiertas, donde, además, lo
esperaba otro barco británico.En la boca del estrecho estaba el San
Luis, al que se le apareció, como caída del cielo, la oportunidad (sin
saberlo) de vengar al Isla de los Estados.Las condiciones de ataque
parecían inmejorables para el submarino argentino.De los dos blancos, la
fragata y el Alacrity, escogió a este, que estaba ubicado ente el
submarino y la costa.Luego de preparar manualmente la información para
el lanzamiento (la computadora seguía fuera de servicio), decidió lanzar
dos torpedos SST-4 a una distancia de 5000 yardas.
Era la 01:30 del
11 de mayo. Uno de los torpedos no salió del tubo y el otro volvió a
sufrir el corte del cable de guiado después de dos minutos y medio del
lanzamiento. Poco después, sin embargo, registró una explosión lejana.
Posiblemente contra una roca del fondo del mar.
La velocidad que
llevaban las fragatas británicas impedían al Capitán Azcueta intentar un
nuevo lanzamiento. No comprendía que pasaba con sus torpedos. Informo a
su base sobre el ultimo ataque y, dos días mas tarde, sin posibilidad
de solucionar los percances, recibió la orden de regresar a Mar del
Plata. No volvería a combatir.
Temor en pie
Así y todo, los
británicos seguían temiendo a la amenaza submarina argentina, por lo que
tuvieron un inmenso despliegue de medios y armamento antisubmarino
hasta el fin del conflicto.De hecho, los conflictos 820, 824 y 826, de
helicópteros antisubmarinos, registraron la mayor cantidad de horas de
vuelo de todas las aeronaves que participaron en la guerra, operando
desde los dos portaaviones y desde otros buques adaptados con cubiertas
de vuelo. Durante mayo, Gran Bretaña mantuvo en el aire constantemente a
no menos de cuatro helicópteros antisubmarinos.Tal era el extremo de la
preocupación que, según recientes revelaciones periodísticas
británicas, fueron enviados espías a los astilleros alemanes para
comprobar el grado de avance en los submarinos TR-1700 que allí se
construían para la Argentina.A su vez, los submarinos nucleares
británicos lograron efectivizar el factor de disuasión esperado de ellos
a partir de un hecho clave en la guerra: el hundimiento del Crucero
General Belgrano, el 2 de mayo, por parte del Conqueror.Los submarinos
ingleses cumplieron además misiones de patrullaje, de bloque y de
pantalla de alerta aérea temprana, avisando a los buque de fuerza
principal la aproximación de las aeronaves argentinas.También
infiltraron en las tropas espaciales para recoger información de
inteligencia sobre las fuerzas argentinas apostadas allí. Esta misión
fue realizada a fines de mayo con un submarino convencional, que
resultaba mas adecuado para esas costas.
Pero las fuerzas navales
británicas no las tuvieron todas consigo. El improvisto cambio de aguas
de diferentes temperaturas y salinidad ocasionó serios problemas a los
sonares y a sus operadores, circunstancia agravada por la poca
profundidad de las aguas que rodean al archipiélago.
Ni la flota de
superficie ni sus modernos submarinos nucleares sub-Killer estaban
preparados para un escenario de esas características. Gracias a ello, el
San Luis nunca se encontró bajo peligro importante, pese a operar
dentro de la zona de exclusión. Esa fue su única ventaja dentro de una
lucha marcadamente desigual.
La batalla del rumor mediático
La
guerra de las Malvinas presenta una curiosa dualidad: de un lado puede
observarse como la última conflagración del siglo pasado.
Una
situación colonial en juego, el monopolio y la censura de la
información, así como el intento de colocar una única racionalidad
posible -la de la fuerza- por encima de las negociaciones diplomáticas,
apuntalan esa mirada. Así lo cree la semióloga argentina Lucrecia
Escudero. Pero, a la vez, precisa la investigadora, se trata de una
guerra mediática por excelencia, totalmente «moderna», al desarrollarse
lejos del teatro de operaciones de todos los actores.Una guerra que para
el gran público sólo adquirió visibilidad por medio de la imagen o la
palabra.Los contornos difuminados de un submarino quedan como constancia
de la peculiar batalla informativa del otoño de 1982.En su libro
Malvinas: el gran relato. Fuentes y rumores en la información de guerra,
Escudero recuerda que el 31 de marzo, dos días antes del desembarco
argentino en las islas, Clarín publicó una noticia que parecía proceder
de Londres: los ingleses habían enviado a aguas australes al submarino
atómico Superb.El Foreign Office se abstuvo de comentar la versión. La
prensa argentina había concluido que se estaba frente a la filtración de
noticias militares estrictamente reservadas. En vísperas del
desembarco, el Superb, consignó ese diario, glosando agencias
extranjeras, desplazaba 45.000 toneladas.El 4 de abril, algunos medios
europeos señalaron que el mismo sumergible estaba por zarpar hacia los
mares del Sur a la cabeza de la Task Force. El 5 de abril, la agencia de
prensa DAN (pool de agencias del ex bloque socialista) lo había
avistado a 250 km del archipiélago. Un día más tarde, la Armada
argentina verificó su presencia en la zona, junto con otro sumergible
atómico, el Oracle.El Superb también fue divisado por un piloto
brasileño cerca de Florianópolis (Estado de Santa Catarina, al sur del
Brasil), quien ofreció una prueba fútil: una foto ilegible.La confusión
no había llegado aún a su clímax: Le Monde habló de varios submarinos y
el 12 de abril, Clarín anunciaba la llegada a la zona de sumergibles
soviéticos.Cuando la flota británica estaba realmente en los umbrales
del teatro de operaciones, el Superb se esfumó de escena para darle
lugar a los verdaderos buques y submarinos
El 23 de abril, el Daily Record dijo que el Superb estaba fondeado en costas escocesas. Nunca se había ido de ese lugar.
Sólo en ese momento se reconoció en Buenos Aires que todo había sido un ardid.
Con la colaboración de todos
«¿Quién
inventó el submarino? ¿Los servicios secretos británicos, para minar la
moral de los argentinos? ¿Los comandos argentinos, para justificar su
política agresiva? ¿A quién le había servido la difusión del rumor?», se
preguntó Umberto Eco en el prefacio del libro de Escudero.
La manera
en que creció la historia del Superb a partir de un rumor y «gracias a
la colaboración de todos» despertó el interés del autor de La estructura
ausente. Cada uno aportó su grano de arena en la «construcción» del
submarino.
Así, según Eco, pudo demostrarse «cómo nos sentimos
continuamente tentados a dar forma a la vida con el uso de esquemas
narrativos». Un posible mundo mediático puede ser tan eficaz que puede
llegar hasta modificar el curso del mundo «real».
Pero para que un
relato circule como creíble, precisa Escudero, es necesario una suerte
de acuerdo social. «En esto consiste el valor programático de la mentira
a gran escala.