Esos 40 Gendarmes del Alacrán
Cuarenta gendarmes criollos, de esos que son herederos del general Martín Miguel de Güemes en la custodia de las fronteras de la Nación, protagonizaron en Malvinas episodios de guerra que en la magnitud del conflicto bélico no pasaron desapercibidos. Tuvieron siete muertos en combate, la mayor proporción de bajas en relación al número de integrantes de una unidad.
Gendarmes especialmente seleccionados integraron, ya casi a último momento, un escuadrón de comandos de Gendarmería Nacional que actuó en Malvinas.
«Esos cuarenta hombres- dice hoy el comandante Hugo Alberto Días- fueron representando a otros 15 mil que quedaron en el continente y que, por la exigencia propia de nuestra fuerza, estaban tan capacitados como los más selectos para cumplir una misión de sumo riesgo.
La naturaleza singular del trabajo profesional del gendarme, que se cumple día a día y siempre, hace que en todo momento esté preparado y sea apto aun en las más adversas circunstancias.
Ello no resta mérito – aclara Díaz – a los cursos especiales e intensivos que recibimos los comandos, que obviamente optimizan el posible rendimiento.
Por eso los que tuvimos la fortuna de ser designados e ir, fuimos consientes de que íbamos a representar a miles de gendarmes de todos los grados que – lo sabíamos y lo sabemos muy bien – hubiera dado la vida, como la dieron muchos, por estar en Malvinas».
Los cuarenta gendarmes llegaron a las islas a bordos de un Hercúleas, el 28 de mayo de 1982, casi a medianoche.
Llegaron en los peores momentos, tras cuatro horas de vuelo, con las luces del avión totalmente apagadas y el coraje casi inaudito de los pilotos de la Fuerza Aérea volando al ras del agua para no ser detectados «Tuvimos el inmenso orgullo – recuerda el comandante Eduardo Miguel Santo – de ser asignados junto a las Compañías de Comandos 601 y 602 del Ejercito, al lado de cuyos integrantes combatimos y tuvimos la posibilidad de seguir aprendiendo, en la guerra lo que ya nos habían enseñado en la paz».
Los cuarenta gendarmes, al mando del comandante José Ricardo Spadaro, tenían la difícil misión – entre otras – de intervenir en operaciones-comando (emboscadas, golpe de mano); avanzadas de combate de infantería, hacer de Policía Militar y participar en arriesgadas tareas de exploración y defensa del último baluarte: Puerto Argentino. Dado a que constituyeron un grupo especial, a la pequeña unidad que formaron se la bautizó con el nombre de «Escuadrón Alacrán»
El «Alacrán», en los pocos días de actuación y hasta el final, cumplió misiones de importancia. Pero la primera de ellas estuvo signada por el infortunio: a bordo de un helicóptero murieron seis de sus hombres.
El sargento ayudante Miguel Víctor Pepe, que estuvo allí recuerda así el luctuoso episodio: «La primera misión nos fue asignada el otro día de nuestra llegada, es decir, el 29 de mayo. Teníamos que ocupar, junto con otras patrullas, determinadas altura que estaban bastante más allá de las primeras líneas argentinas.
Se trataba de cinco alturas.
A los gendarmes nos tocaban las dos laterales. El centro debía ser ocupado por la Compañía de Comandos 601, del Ejército. Como la operación era helitransportada, fuimos embarcados a primera hora en un helicóptero Puma .
Nosotros íbamos al Monte Kent, tras un objetivo muy caro, sobrepasar las líneas inglesas y luego atacarlas por atrás. Todos sabíamos que la situación era muy comprometida, ya por entonces.
Los ingleses se venían con todo. Pero eso no nos amilanó. Por el contrario: encaramos la misión con gran entusiasmo y hasta con ansiedad. No veíamos la hora, el momento de entrar en combate y hacerlos bolsa.
Era nuestra primera acción de guerra real, imagínense. El día 30 retrasados por algunos ataques ingleses, a las 8 de la mañana, se inicio el traslado.
Llevábamos a bordo gran cantidad de explosivos, artefactos que habíamos preparados especialmente para batir al enemigo en retaguardia. Recuerdo que estábamos animados con ganas.
Teníamos plena conciencia del peligro y sabíamos que mucho de nosotros íbamos a morir. Pero le puedo asegurar que en ese momento no pensábamos en la muerte.
Nuestra máxima aspiración era la oportunidad del combate, para demostrar que éramos capases, que estábamos preparados, que podíamos… Minutos después de arrancar el helicóptero nos aproximábamos a la altura, dejando atrás las primeras líneas argentinas. Recuerda que era un día hermoso, soleado, clarito … No no teníamos frío.
Queríamos llegar y operar. Recuerdo que algunos iban en silencio, tal vez pensando en su familia o simplemente en el glorioso significado de combatir por la Patria, y oros comentaban cosas… Las trampas, los explosivos, la sorpresa que se iban a llevar los ingleses con nosotros por detrás… como a la media hora, el Puma se aproximaba ya al lugar indicado.
De pronto sentimos un ruido, un impacto, un fogonazo tremendo en la parte de atrás del helicóptero, donde estábamos todos nosotros. Gritos … estupefacción y la maquina que se va al suelo. Nos había dado un misil ingles en pleno. Terrible.
¡El único helicóptero, que también debía trasladar a las otras cuatro patrulla, había sido impactado! Nos caíamos.
Yo me vi medio mal … No sé si todo me daba vuelta, o era el helicóptero. De todos modo no sé como el piloto logro retardar la caída … Yo creo que con el cohetazo ingles y con la caída estrepitosa perdimos nuestro seis hombres, pero no lo sé.
El gendarme Acosta, un hombre que después murió en combate, y que es una luz para nosotros, logro tirarse antes que la maquina diera en el suelo.
Con gran decisión, se arrojo por una de las puertas y cayó. El nunca dijo nada, pero seguro que la caída lo lastimó muchísimo, porque muchos nos dimos cuenta que se doblaba la espalda de dolor. Pero nunca dijo nada, nunca. Acosta es un ejemplo, un ejemplo … Bueno, el helicóptero cayó. Yo sentí el golpe. Me dejo mal. Me dejo peor. No no puedo definir mal como quedo. Me parece que medio atontado. Pero observo que mis camaradas, con premura tratan de ganar el exterior. El gran peligro eran los explosivos que estaban allí.
.. Recuerdo que vi llamas, vi humo. Recuerdo que vi algo pesadamente las llamas y el humo, y me pareció el final. Pensé que estaba entregado, vencido. No sentí fuerzas.
Ese momento fue tremendo, porque es el momento en que uno ve la muerte, allí. Y todo en segundos, en segundos.
Vi también, desde donde estaba tirado – en la parte de atrás – que era la cabina donde podía estar la salida. Me di cuenta entonces que estaba apreciando todo eso, que estaba vivo, que tenía que moverme porque todo estallaría en un instante más… Trate de moverme, como podía, hacia la cabina.
Recuerdo que llegue y golpeé con ignorancia los vidrios… en ese momento me di cuento que no estaba entregado, ni vencido, pero me preguntaba: ¿Cómo hago para salir de aquí?… Me pareció entonces que una luz venía de un costado… Era el sol por el techo de la cabina. Increíble.
Era la salida, era la vida. Por allí habían salido los otros. Lo vi a Acosta, que me hacía señas desesperado para que saliera. Salí. Nos abrazamos. Yo ya estaba bien lucido. Nos preguntamos: ¿qué hacemos? Yo le cuento que adentro hay más gente. Acosta me dice, «y bueno, ¡vamos!».
Nos acercamos al helicóptero y lo primero que vemos es una mano, que asoma, colgada, detrás de un humo denso y negro. Acosta se prende de esa mano. «Algo tengo que traer», decía. Aparece un brazo, un cuerpo, un hombre: era el subalferez Aranda.
Todo es en fracción de segundos. Yo voy por el otro lado y veo al hoy sargento primero Justo Rufino Guerrero, boca abajo, sobre el suelo. Me dice: «Hermano, sácame de acá». Le dije: «Tranquilo, tranquilo. No quiero hacer más daño del que hay». Tenía las piernas destrozadas, como si se las hubieran cortado con un machete.
Era tremendo. Pero había que sacarlo. En eso viene Acosta, y también se suman el comandante San Emeterio, y Aranda. Como uno lo agarró, yo lo tome del cinto. Lo sacamos, con cuidado, pero rápido. Allí nomás estaban todos los explosivos.
Lo llevamos a unos 25 metros. Acosta decía: «Uno más, un poco más». Temía por el estallido. Pero la idea era dejarlo y volver.
En eso ocurre lo peor: explota todo el helicóptero … en mil pedazos. Nuestro jefe, San Emeterio, conserva la serenidad pese al tremendo dolor, y con gran capacidad de decisión se sobrepone al momento.
Ordena a Acosta formar una patrulla con el resto del personal salvado (éramos 17 los embarcados; hubo seis muertos), y allí quedamos él, el herido Rufino Guerrero y yo.
Lo mirábamos a Guerrero y era imposible que estuviese así y con vida. En ese momento recordé los instantes previos, cuando había pensado que estaba rendido, entregado, y pensé: a lo mejor tengo sangre fría .
A lo mejor eso me permitió conservar la calma. No lo sé. Nunca lo sabré. Si se que en esta primera misión de los gendarmes perdimos a seis hombres que dieron la vida por Malvinas: el primer alférez Ricardo Julio Sánchez, el subalferes Nasif, los cabo primeros Marciano Verón y Víctor Guerrero, el cabo Carlos Pereyra y el gendarme Juan Carlos Treppo, todos ellos condecorados con la Medalla de la Nación Argentina al Muerto en Combate».
Algunos pensamos después que los hombres de Gendarmería tendrían que haber sido convocados antes a Malvinas, que fueron llamados muy tarde, cuando ya la suerte estaba echada a favor de los ingleses.
El sargento Pepe (condecorado con la Medalla de la Nación Argentina al Valor en Combate) piensa que «todo argentino, todo hombre de arma, hubiere rogado por estar desde el primer día»
Relato: La guerra de Malvinas Nº 35