El Invincible
El Invincible – Capitulo LVII
Muchas versiones han circulado en el mundo sobre la veracidad del ataque al Portaaviones «Invincible».
La integridad de quienes cumplieron esta misión, los que habían estudiado perfectamente la silueta del mismo y aquellos que perecieron en el intento son el mejor testimonio.
Lo que les puedo decir es que, mal que les pese a los ingleses, el día 30 de Mayo de 1982, el portaaviones fue alcanzado por un misil Exocet lanzado por un avión Super Etendard y por las bombas de los A-4C Skyhawk. He aquí el relato de uno de sus protagonistas.
Relata: Alférez Isaac -Piloto de A-4C Skyhawk
Todo empezó el día 29 de Mayo de 1982.
Como yo había tenido hacía muy poco tiempo una misión, me consideré libre y decidí dedicarme a disfrutar de un merecido descanso. Relajé uno a uno mis músculos, puse mi mente en blanco y en ese instante llegó un soldado a decirme que me llamaba el 1er.Teniente Ureta.
—»¡Cambiesé que salimos»— me dijo.
Cumplí la orden.
—¿No me puede adelantar algo; aunque sea cuál es el blanco?… pregunté.
íbamos a otra Base para dispersión de aviones (esto significa cambiar el lugar de asentamiento de los mismos para evitar una sorpresa enemiga en tierra).
—Posteriormente tenemos otra misión de diversión (entiéndase distraer la atención del enemigo), pues los Super Etendard van a salir a buscar al portaaviones.
Despegamos. Enseguida tuve problemas de comunicaciones y una vez juntos en el aire, hice señas de que no escuchaba nada.
Con nosotros también venían el Primer Teniente José Daniel Vázquez, el Primer Teniente Omar Jesús Castillo y el Teniente Paredi.
Navegamos: si ellos subían, yo subía. Si iban rasante, los seguía; si estaban en. final, yo entraba. Aterrizaron y aterricé. Saqué mi avión fuera de servicio, por falla de radio.
En cuanto ingresé a la sala de pilotos, noté un ambiente cargado de electricidad. Eran las 13:10 horas.
Nos llamaron de la sala de operaciones; aún estábamos sin comer ,
—Sentarse ; Tienen que cumplir una misión.»
Pregunté
—»¿Cuál es el objetivo?.»
—»¡¡¡El Portaaviones!!!
Continué copiando, había muchas cosas por hacer y poco tiempo para pensar… ¡Gracias a Dios!…
Minutos después llegó el Mayor Lupiañez y nos dijo:
«—¡Tranquilícense, muchachos, que se suspendió!—
Guardamos todo y nos fuimos a comer.
Mientras comíamos, le dije al Primer Teniente Castillo, que no había estado en la reunión, que el blanco era el Portaaviones: dejó de comer.
—»¡Tranquilícese, está cancelada!, le dije.
—»¡No! ¡está demorada!», me dijo el 1er.Teniente Ureta; entonces yo fui el que dejó de comer.
Más tarde nos dijeron que debíamos cambiar dos aviones de los que trajimos, pues no estaban en condiciones óptimas.
Se fueron el 1er.Teniente Vázquez y el «Piran».
Deambulamos por toda la Base, preocupados, cansados, sin elementos de aseo. Cenamos todos juntos.
Hablé con mi padre por teléfono y le dije que no se hicieran problemas, que debía cumplir una misión difícil y solo quería escuchar su voz antes de salir. El es militar y me entendió. Me despedí pensando que quizás era la última vez que lo escuchaba. Antes de cortar, me dijo:
—¡Tené fe… !
Nos fuimos a dormir a un lugar bastante incómodo; extrañábamos nuestro ambiente. No dormí nada.
Me levanté y pregunté si había alguna novedad, nadie supo darme una respuesta satisfactoria.
Al mediodía del día 30 llegaron los que traían nuestros aviones. Invité al Primer Teniente Castillo a dormir un rato y me dijo que no, pues quería comprar algunas cosas en el aeropuerto para su familia. El 1er.Teniente Ureta aceptó mi invitación.
Dormimos un rato. De pronto sonó el teléfono y realmente ninguno de los dos quería atender, pues presentíamos lo que significaba ese llamado. Vino un soldado y atendió; lo retamos por demorarse en atender (descargando en él nuestros nervios). Era para nosotros; mandamos a pedir un vehículo para darnos un pequeño lujo y fuimos a la Sala de Pilotos.
Llegó la orden y de «diversión» tenía muy poco; era el ataque. Estaba grave la cosa.
Planificamos, hicimos la reunión previa. Era una misión conjunta con los Super Etendard, de los cuales uno solo llevaba el misil «Exocet» y el otro iba como apoyo de radar.
Si fallaban los Super Etendard, dos de los A-4, o un KC-130 de reabastecimiento, nos volvíamos, si encontrábamos piquetes de radar antes del blanco, nos volvíamos, si no encontrábamos el blanco nos volvíamos; todo salió a la perfección.
Los Super Etendard despegaban cinco minutos antes que nosotros.
Nuestro indicativo de Escuadrilla ese día era «zonda».
Rezamos un Ave María en cabecera de pista y despegamos solo cuatro A-4C. Nos reunimos en el aire. A 70 kilómetros de la costa se rompió el horizonte artificial de mi avión y el 1er.Teniente Vázquez me ordenó que me volviera. Desde tierra, el jefe de Escuadrón me dijo que siguiera.
Por haber iniciado el regreso, perdí unos 50 kilómetros, yendo al reabastecimiento en forma individual.
Al Hércules de adelante fueron los Super Etendard y al de atrás nosotros.
Hicimos casi doscientos kilómetros sobre el mar alternándonos en las mangueras de «jugo».
Llegamos al punto de desprendimiento de los KC-130, formamos los dos sistemas juntos —Super Etendard y A4-C—y nos lanzamos con sensación de desamparo, a esa inmensidad azul. Unos cien kilómetros más adelante iniciamos el descenso.
La meteorología estaba mala, con cúmulus nimbus, viento, lluvia y un mar muy encrespado del que volaban nubes de espuma.
Alcanzamos el rasante.
Luego de un tiempo subieron los Super Etendard a cierta altura para chequear con el radar, descendieron, volvieron a subir y así alternativamente.
Yo iba controlando mi navegación. Sabía que a una distancia determinada ellos debían efectuar el lanzamiento.
Cuando mi equipo me indicó la distancia, miré hacia el guía y vi salir el misil que llevaba en su ala derecha; tenía cabeza gris y de su tobera salía una llamarada constante, producto del quemado de su propulsante. Apenas lanzado, inició un ascenso de unos 15°, luego, bruscamente inició un descenso de unos 30° de picada, parecía que iba a estrellarse contra el agua, pero al llegar a ésta, se puso paralelo a la misma y se estabilizó en vuelo rasante. Comenzó a alejarse, dejándonos lentamente atrás, formando una nítida estela con los gases de combustión.
Los Super Etendard, cumplida su misión, iniciaron un viraje y regresaron a su Base. Perdimos de vista al misil.
Un minuto después lo vi frente a nosotros, inconfundible, inmenso, majestuoso; veniamos entrando por la popa del Invincible.
Le avisé al jefe de Escuadrilla; hasta allí el silencio había sido total para los «zonda»:
-¡Al frente el ¡¡¡portaaviones!!!.
Nos empezamos a juntar. Era un instante sobrecogedor, impresionaba. Era la realidad de lo que puede un corazón contra la ciencia.
Iniciamos el ataque, dos de cada lado. Mientras nos acercábamos comenzó a salir humo a ambos lados de la torre (producido por el impacto del Exocet) el que fue aumentando rápidamente su densidad.
Unos 13 kilómetros antes vi una explosión a mi izquierda, la que alcanzó de lleno al 1er.Teniente Vázquez. Siguió el 1er. Teniente Ureta al frente del ataque y el 1er.Teniente Castillo y yo a ambos lados.
Cuando ya llegábamos, a dos kilómetros aproximadamente, otra nueva explosión, cuya onda expansiva sacudió mi avión, abatió al 1er.Teniente «Indio» Castillo, quién fuera como cadete, abanderado de la Escuela de Aviación Militar en Córdoba y primero en su promoción.
Apreté rabiosamente el disparador de mis cañones. Llegué al blanco cuando éste estaba ya cubierto totalmente de humo. Su mole tapó todo frente a mí, oprimí el disparador de mi bomba y salí por un costado, temiendo chocar con su torre, oculta por el humo. El guía también arrojó su bomba delante mío.
Salí por dere cha, seguí al frente, volví por izquierda, puse «G» negativas y luego «G» positivas, inventé maniobras esquivando los misiles que sabía me estaban tirando. Mientras me alejaba, el portaaviones había perdido totalmente sus contornos y solo era una nube de humo en el medio del mar.
Me empecé a preocupar por las fragatas y los Harrier. Volé unos 200 kilómetros rasante.
Comencé a sentir un calor tremendo, por lo que pensé en bajar la temperatura con el corrector de aire que está en el panel derecho, pero para mi sorpresa, mis manos se negaron totalmente a obedecer a mi cerebro y quedaron aferradas a la palanca y al acelerador.
Llamé por radio y nadie me contestó.
Al frente vi un puntito y me dije: —“Sonaste…. tiraste hasta el último cartucho de tus cañones y ahora estás indefenso «. Vi su traje antiexposición color naranja y lo identifiqué, era el 1er.Teniente
Ureta. Me vio, me acerqué y le formé.
Me dijo;
—¡Vamos al reabastecedor!»;
entonces me relajé totalmente, ya que tenía a otro haciéndose responsable de llevarme sano y salvo a tierra.
Fuimos uno a cada KC-130; me costó acertar en la canasta de reabastecimiento. Nos fuimos.
En cierto momento lo vi mirar dentro de su cabina, probablemente sumido en sus pensamientos, por lo que le dije:
—!Uno-dos, mire un poquito hacia abajo, no vaya a ser que nos sorprenda una fragata…»
Perforamos las nubes. Abajo estaba el agua del mar. Vimos la tierra, aterrizamos. La pista estaba llena de gente, lágrimas, felicitaciones, abrazos, interrogantes y más lágrimas.
En la inmensidad de nuestro mar habían quedado para siempre dos valientes argentinos, los Primeros Tenientes José Daniel Vázquez y Ornar Jesús Castillo.
Luego vino la deformación de la información, pero sin embargo ellos enviaron un buque para reparar navíos en alta mar a la zona del conflicto, pidieron a un país sudamericano (Venezuela) que les permitiera repararlo, enviaron dos turbinas del tipo de las que usaba el portaaviones desde el puerto de Portsmourth, fue el portaaviones convencional que más tiempo estuvo en alta mar sin entrar a ningún puerto (evidentemente para que no lo vieran), fue reparado y pintado solo parcialmente, por lo que se notaban dos colores de pintura, entró finalmente al puerto, en Inglaterra, en forma totalmente opuesta a la habitual, evidentemente para que no se viera el lado reparado, un oficial de otro país (Canadá) dijo haber visto, con Oficiales ingleses, la película del ataque (los ingleses se cansaron de mostrar las películas de nuestros ataques y sin embargo este ataque nunca fue mostrado), los ingleses dijeron que se había atacado por error los restos del Atlantic Conveyor.
Evidentemente esto era algo imposible, ya que nuestros pilotos tienen diez décimas, o sea muy buena vista y no podían haber confundido un buque derruido y quemado con el buque insignia de la flota, además había sido atacado el 25 de mayo, incendiándose totalmente, y por lo tanto no podía volver a arder cinco días después. Otra cosa ¿cómo hizo un buque destruido para derribar dos aviones nuestros?.
Cando el orgullo está herido hay algunos que pueden llegar a cambiar las reglas de juego: Los ingleses descubren sus secretos de guerra cada 30 años, pero la campaña de Malvinas será develada recién dentro de 90 años, o sea que ninguno de los que combatió estará vivo para entonces.
…………….
Relato extraidod de: Con Dios en el Alma y un Halcon en el Corazon Compendio de “Dios y los Halcones” y “Halcones sobre Malvinas”, del mismo autor Comodoro (R) Carballo Pablo Marcos CORDOBA, AGOSTO DE 2004 |