La Presión Británica al Batallon de Infanteria de Marina 5

Guerra de Malvinas 1982

La Presión Británica al Batallon de Infanteria de Marina 5

Batallon de infanteria de Marina 5

Batallon de Infanteria de Marina 5 – La Presión Británica

La Presión Británica

Poco duro la tregua del primer ataque. Exactamente a las dos, apenas media hora después de retirarse, los británicos lanzaron una segunda ola de asaltos, pero con tropas «frescas»: habían reemplazado a los hombres de la Guardia Escocesa que combatieron la primera vez, por otro de las mismas unidades, descansado y con todo su armamento.

-¡Señor ! ¡ se vienen de nuevo ! grito uno de los vigías desde la boca de un poso cercano a Vázquez , quien, con la mirada de su cuerpo fuera, comenzó a dirigir las alarmas sobre determinados blancos, a pedir el estado de la munición y básicamente a dar las órdenes de fuego.

De nuevo el combate generalizado, todos tirando contra quien estuviese cerca. Otra vez el infierno del combate de infantería, donde se entremezclaba el tableteo de las ametralladoras, las explosiones de granadas, cohetes y proyectiles de diverso calibre, los disparos de los fusiles y los grito de los heridos.

A las 12,30, el grupo del suboficial primero Julio Castillo, en el extremo derecho de la sesión trataba de contener la embestida enemiga., con Castillo estaba el cabo segundo Almilcar Tejada, que habían viajado a Malvinas con el teniente Vázquez y el dragoneante José Luis Galarza, un muchacho que se habría destacado en ese grado y a quien Castillo quería como un hijo «Ese es mi pollo» decía con orgullo.

Tres soldados británicos salieron de atrás de un montículo rocoso y disparando mientras corrían, mataron a la joven Galarza.

El cabo Tejada, echado a unos siete metros de distancia, giró la ametralladora MG con la que hacía fuego hacia el sur y comenzó a disparar en dirección al enemigo, derribando a los que se acercaban a la carrera.

Castillo, al ver la forma en que habían caído su de dragoneante, se incorporó, furioso, en momentos en que otros tres ingleses avanzaban hacia él, desde unos 15 a 20 metros.
¡ Ingleses hijos de punta a ! grito e intentó disparar su fusil automático.

Pero un tiro en el pecho que salió por la espalda abriéndole un herida de 20 centímetros, lo tiró hacia atrás violentamente.

Tejada giro otra vez la ametralladora y disparos sucesivas ráfaga hasta que los tres ingleses cayeron. Se arrastró hasta Castillo, con la esperanza de que hubiera querido, pero surge ese había fallecido instantáneamente ().

Castillo, Tejada y Galarza habrían aguantado estoicamente el avance enemigo, ya que el extremo derecho de la 4ta Sección, donde ellos estaba, era el sitio que recibía todo los ataques.

Los británicos que desde el oeste llegaban al centro y la de izquierda de la Nácar, habían pasado primero por el extremo derecho donde eran «filtrados» por el Castillo y tejada Sólo en el primer asalto avanzaron por el Sur y por el Oeste.

Con la muerte de Castillo, tejada pasó a ser el único jefe que le quedaba a Vázquez en la punta derecha de su sección.

El único para la base órdenes y alentar a la tropa. El teniente Silva intentaban defenderse como podía. El combate y eran intensisimo y el enemigo aparecía detrás de una piedra tanto a tres metros como a veinte. dos de los conscriptos que estaban con él cayeron herido por una ráfaga de ametralladora.

Sin dar un instante Silva dejó la protección de su pozo y comenzó a arrastrar a uno de los conscriptos, buscando el reparo de una roca.

Casi treinta metros lo separaban de lo que estimo que era un buen refugio para ese hombre que, de todas maneras, sin tiempo ni medios para curarlo moriría en poco minutos más. Quédate aquí _ y le dijo, tratando de la le animó . Te pondrá bien. En cuanto pueda regresaré a buscarte.

Por favor no te mueva. El conscriptos con sus dos manos tomándose el estómago del que brotaba mucha sangre, miro fijó a su jefe, en silencio, sin pronunciar palabra, tal vez de despidiéndose para siempre. Tranquilo, tranquilo.

Regreso enseguida _ insistió Silva.
Arrastrándose y evitando ser un blanco del nutrido fuego, hizo el camino de vuelta. Jadeando, se metió en el pozo donde estaba un FAP abandonado, pues el soldado a cargo había sido muerto, y comenzó a disparar hasta que se le trabó.

_ ¡Alcánzame algo para tirar! _ le pidió al conscriptos Rodríguez, de la sección del teniente Vázquez .

Rodríguez, que estaba ubicado cerca, se aproximó y le entrego un fusil.
_ Gracias, algo es algo _ dijo Silva intentando que una sonrisa se dibujaba en su cara en merecida.

Poco a poco, en una avance en perfecta formación los británicos se fueron afianzando. Las bajas de los hombres de la nácar fueron en aumento, al mismo tiempo que se le incrementa el número de los ingleses mezclados entre los pozos de la sección.

¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué durante el primer asalto y pese a la intensidad del combate de los infantes argentinos tuvieron tan pocas bajas?

La respuesta surge un ante un rápido análisis: porque la cuarta sección estaba entera y había apoyo mutuo entre los conscriptos. Cada pozo era apoyado por los pozos de sus costados.

Cada uno protegía la espalda de lo otro, el costado del otro. De ahí que los ingleses tuvieron que combatir no contra un pozo sino contra varios a la vez.

Pero en el segundo asalto, los británicos comenzaron a utilizarse una táctica que rápidamente le dio muy buenos resultados: tres o cuatro hombres, agazapado a diez o doce metros de distancia, se levantaban simultáneamente y corría en dirección al pozo más cercano.

Se le podía tirar a matar a uno o dos, pero un paro de ellos llegaban al pozo matando a los que allí estaban. Un precio caro, pero cuando así procedían el resultado era siempre el mismo.

Las granadas de mano en esos casos eran inútil. los infantes argentinos utilizaban granadas americanas M-67, inservibles para frenar a un hombre que se acercaba corriendo a un pozo, ya que sólo explotaba con 5 o 6 segundos de retardo, por lo que las distancia de combate cuerpo a cuerpo la tornaban inapropiadas.

Así paulatinamente, la desproporción de las fuerzas de hizo cada vez más evidente. A Vázquez, más que las bajas, le preocupaba no poder sacarse de encima a sus enemigos; impedir que fueran ocupando las posiciones en la forma en que lo estaban haciendo. Le pidió a Fochesatto que lo comunicara con el teniente Villarraza:

Verde, aquí Verde 4. _Verde ¿Que ocurre con los refuerzos?
Aguante que están por salir. _Recibido. Minutos antes de las tres de la madrugada, un soldado de ejército se arrastró hasta el pozo donde estaba Vázquez y grito:

-¡Mi teniente! ¡Mi teniente! Le dieron al subteniente Silva.

¿Qué le pasó ?
_ Le dieron un tiro en el pecho y uno en el brazo tira sangre por la boca (*)
¿ Está vivo ? Si mi teniente.

_ Bueno, arrástralo con cuidado, metelo en un pozo y trata de hacerle alguna curación.
«¿Qué puedo hacer?», «¿Que le puedo decir?», pensó Vazquez. Pero cinco minutos después el mismo soldado regresó.
_ Mi teniente, el subteniente Silva murió.

Vázquez perdía así un oficial muy valioso, que permanentemente arengaba a sus hombres para que combatieron y que transmitía las ordenes en forma constante, allí donde la voz de Vázquez no llegaba.

¿Qué había movido al soldado a regresar para avisar que Silva había muerto? ¿para que arriesgarse ?
Esa necesidad de informar tan sólo la muerte de un jefe hay que buscarla en un sentimiento que se da en todo combatiente: no hay peor cosa para el que maten a su jefe. Lo destruye.

Su jefe, que es la única esperanza de salvación, por qué es el que más sabe. Si el jefe, que es el más adiestrado y el que más sabe murió, ¿qué esperanza le queda a él, que sabe menos y esta menos adiestrado? ¿Quién lo sacará de problema?

Además su jefe, por la misma rutina de la vida militar, es el que atiende los problemas de los subordinados. Ha muerto quien atendía sus problemas.

Y ahora ¿Quién se ocupara de él? ¿Quien le va a decir «córrete de ahí que te van a matar» o «cubrir» o «apunta para allá»? ¿Quien va a organizar el repliegue? Nadie.

El jefe en combate y todo. De ahí que con la muerte de los jefes se incrementa de inmediato la muerte de los subordinados. Caen en la desesperanza, en la desorientación, en la inseguridad, y es cuando los conscriptos comienzan a tener reacciones dubitativos, temerosa, inseguras, sobre todo en el combate cercano, en el que sobrevive el que tienen reflejo más aptos.

El otro no.
Ese conscripto se arriesgó dos veces por dos motivos: primero, quiso ver la posibilidad de que salven a su superior herido, y segundo, si su jefe moría quería ser tomado por otro, escapar a la idea de que quedaba desprotejido. Una reacción muy humana. Una de las tantas facetas de la guerra.

Vázquez no tuvo tiempo de pensar en la muerte del subteniente Silva. Una ametralladora comenzó a tirarle desde una pared de piedra ubicada un poco más arriba de su pozo.

Lo británicos lo tenían perfectamente localizado y ni bien asomaba la cabeza para impartir órdenes, recibía una andada de proyectiles.

No podía dejar de dirigir el fuego, aún en un forma entrecortada. «Te voy a reventar», dijo entre dientes, con rabia, y tomando una granada antitanque la disparó en dirección a la ametralladora que le vomitar fuego.

De inmediato tiro otra, era la suerte no lo acompañaba: una pego la base de la piedra y la otra siguió de largo. Era inútil, no podía abatidos .

_ ¡ Gasco! ¡Gasco! ¡ tírale a esa ametralladora! _ grito Vázquez aún conscripto ubicado a su izquierda y al que había ascendido ese mismo día. «Cosas de guerra», pensó. Se había tomado la atribución de ascenderlo a dragoneante en pleno combate, pues le tenía mucha confianza.

_ ¡ Gasco! ¡Gasco! ¡ No seas hijo de puta! ¡ No me dejes solo ahora !
Sabía que el conscripto estaba vivo. Entonces, ¿ por qué no contestaba?
El dragoneante estaba tratando de destrabar la ametralladora. «Menos mal», exclamó cuando logró hacerla funcionar. sin perdía el tiempo dirigió el fuego hacia quienes atacaban a Vázquez, dejándolo fuera de combate.

La situación era desesperante. Vázquez decidió bajar para hablar por radio, lo que generalmente y estaba a cargo del suboficial Fochesatto, pero cuando se trataba de algo muy importante lo hacia personalmente.

Alentar al pozo, lo primero que hizo fue apretar la tecla del equipo; en forma instantánea desaparecido el ruido característico de los aparatos que están receptando. Bajo tierra se escuchaba bien todo lo que ocurría afuera: las explosiones, los gritos, los disparos.

Las detonaciones hacían temblar el suelo y estremecían a esos hombres que, sin embargo, ya les importaba poco la forma en que morirían. Eran conscientes de que posiblemente no saliesen con vida de ese pozo. Pero también estaban convencidos de que los ingleses no se le llevarían de arriba.

De pronto alguien hablo en inglés, ahí nomás, casi la boca del pozo. Vázquez y Fochesatto se quedaron petrificados.

¡Al diablo ! ¡ No van a meter una «pepa» por el agujero ! exclamó Fochesatto.
Vázquez tenían la costumbre de dejadas afueran dos fusiles, uno con la granada antitanque puesta y apuntando en una dirección y el otro en dirección opuesta.

En la desesperación se llevó por delante la radio, pero igual saltó fuera del pozo y tomo el fusil que tenía más a mano: el de la granada antitanque. A unos 7 metros, tirado cuerpo a tierra, de costado, un soldado británico hablaba por radio, y listo para meter una granada dentro del pozo, Vázquez no lo penso dos veces; apuntó y disparó.

El proyectil antitanque que pego a menos de medio metro del inglés, cuyo cuerpo saltó desplazado.

En esos instantes, en el medio sector oeste del teniente Vázquez, pero más hacía la derecha, un inglés llegó hasta uno de los pozos de zorro.

El conscripto Feliz Ernesto Aguirre, a unos 30 metros vio al enemigo pero le falto rapidez para deducir si era un ingles o no, algo perfectamente aceptable teniendo en cuenta la confusión propia del momento, dado que el ataque británico era incesante.

¡Si, es un inglés ! exclamó Aguirre y disparó su fusil.

Fue tarde. Un segundo antes de recibir un impacto en la espalda, el soldado tuvo tiempo de activar una granada de mano incendiarias y arrojarla dentro del pozo. El estallido fue inmediato. Lenguas de fuego salieron del interior, como buscando más víctimas. Un soldado salió rápidamente.

Era una tea humana. Sin titubear se desprendió una manta en forma de poncho, revolcándose por el suelo. Le pareció increíble que no estuviese quemado. Como un resorte se irguió y giro la cabeza en uno y otros sentido buscando un arma.

A poca distancia había un fusil, lo tomó, se arrastro hasta otro pozo y se metió en un interior para seguir combatiendo.

Vázquez volvió a comunicarse con el teniente Villarraza.
_ ¿Que pasa con los refuerzos? _ exclamó sin ocultar su preocupación.
Ya están marchando, están en camino fue la respuesta, una mentira piadosas, ya que los refuerzos no se habían puesto en marcha.

Lo cierto era que el apoyo que necesitaba Vázquez y no llegaba y la situación empeoraba cada vez más. Las bajas iban en aumento.

Munición no abundaban., En ese instante, Vázquez tomo una decisión: solicitar nuevamente fuego de artillería.
Que tiren los morteros pidió por radio en un intento por sacarse de encima a los ingleses .

_ No, los morteros no porque en estos momentos están cumpliendo otra misión de fuego.
_ Bueno, entonces que tiren los 106 _ reclamo refiriéndose a la sección de morteros 106,6 mm, con seis piezas ubicada retaguardia entre el puesto de comandos del teniente Villarraza y el BIM 5 .

_ Recibido.
Pocos minutos después, los proyectiles de los mortero comenzaron a hacer temblar lugar, aliviando algo las presiones de los británicos, pero sólo un breve tiempo.

A las 3,30 de la madrugada, la ametralladora ubicada en el centro de la 4ta sección quedó sin municiones. El conscripto Aguirre y otros tres hombres que la servían continuaron disparando con sus fusiles.

A las 4, la ametralladora del extremo izquierdo envió una aviso «Munición consumida». Hasta esa hora Vázquez había mantenido el control sobre su sección.

Sus ordenes eran cumplidas y se le informaba de cuanto ocurría, incluida la bajas que se iban produciendo. Sin duda, el sector más afectado era el centro y el del extremo derecho.
A partir de las 4,30, los ingleses comenzaron a ocupar los pozos de zorro.

Ni en mataban hombre le sacaban y se metían en ellos. Así las cosas, los infantes de marina se encontraron con que a 7 o 10 metros a la izquierda o a la derecha, a atrás o adelante, en el sitio donde pocos minutos antes estaba un compañero, era ocupado por un enemigo.

La situación se había tornado desesperante, insostenible. Cada vez habría más ingleses disparando sorpresivamente desde los pozos. Vázquez sabía que no podía resistir mucho tiempo más. Tampoco disponía de mucho tiempo para pensar.

Entonces tomó la decisión: batir la sección con su propio mortero calibre 60, con los cincuenta y cuatro proyectiles disponible . Una decisión terrible, el verdadero manotazo de abogado. Otra cosa no podía hacer. Salvo rendirse o morir irremediablemente. El intento valía la por.

Como el mortero es un arma de tiro cuervo, si se lo colocaba bien parado, tiene una distancia mínima de disparo. La única forma de batir su propia posiciones es sacándole el bipode. Eso fue precisamente lo que hicieron: le sacaron las patas, le pusieron dos cajones de municiones para sostener los… Y quedó paradito.

Rotela dijo Vázquez dirigiéndose al dragoneante que hacía las veces de jefe de pieza , secundado por el conscripto Güida y otro al que aprobaban «Pankuka» _ ¿Tiene Güida puesto el guantes ?

_ Sí señor. Está listo.
Güida con un guante colocado en su mano derecha para protegerlo de calentamiento de el tubo, sostenía con la otra el proyectil. Con sus ojos fijos en el mortero , esperaba ansioso la orden para el primer disparo.


¡Fuego ! gritó Vazquez.
Comenzaron por el extremo derecho de la posición que ocupaba, pasando por el Centro y llegando al extremo izquierdo. Uno tras otro fueron explotando, provocando temblores y abundante humo y terronazos.

En vano intentaron corregir la dirección de los disparos: un tubo sostenidos por cajones y con inclinación dada por la mano de un soldado, no podía asegurar mucha precisión. Los resultados fueron pobres; a pesar de sufrir numerosas bajas, los ingleses no retrocedió.
Además de ser muchos, estaba bien protegido en los pozos de zorro.

¡Esto se va al carajo! exclamó Vázquez :Así no podemos continuar por mucho tiempo más .A ver si puedo comunicarme con el comando. Se acercó a la radio y comenzó a llamar al capitán Robacio.

Señor, aquí el teniente Vázquez _ dijo con voz angustiada.
Sí, capitán Robacio. Estábamos tratando de comunicarnos con usted.

En gran parte del peso del combate esta centrada en su sección. ¿Qué quiere que hagamos?
_ Señor. ¡Tire con los obuses contra nosotros!

El pedido significaba ser batido por la propia artillería, nada menos que con abuse de 105 mm, los proyectiles mas grandes que tenían y capaces de destruir los pozo de zorro. De todas formas no saldrían vivos.

Robacio alejó el tubo de su oreja y dudo un instante.
_ Pero Vázquez…
_Señor, por favor, tire ya mismo. Esto es insostenible.
_Bien, así lo haré. Continuemos al habla.

Se dio vuelta y dirigiéndose a su ayudante le dijo:Ordene abrir fuego con los 105 sobre las posiciones del teniente Vázquez.

Ya mismo. Pronto.
El primer disparo cayo lejos del blanco, exactamente a unos 500 metros. El terreno muy blando de las Islas y la intensa actividad a la que habían sido sometidas las piezas de artillería terminaron por desencajarlas totalmente.

Señor, mando corrección, Alargar 900, derecha 500 – exclamo Vázquez.
Normalmente, la corrección en un tiro de artillería no es tan exagerada. De ahí la respuesta del capitán Robacio:

Tranquilícese Vázquez. Esa corrección es imposible.
Tapando el tubo del teléfono de campaña, le dijo a su ayudante:

Este pobre pibe, ya debe estar mal de la cabeza.
Pero Vázquez no estaba mal de la cabeza. Realmente el disparo había pegado lejos. Como el segundo tiro tardaba en llegar, el teniente gritó desesperado:

¡ Que esperan! ¡Tiren! ¡Tiren! ¡Nos están haciendo pelota!
Llega el segundo tiro. Largo, lejos de la posición.

¡Pero esta artillería de mierda, no sirve para un carajo! ¡Métanse los cañones en el culo!
Vázquez estaba hablando nada menos que con su comandante. La muerte segura de él y de sus hombres lo desesperaba. Quería detener a los ingleses a toda costa. Tenia que hacerlo. No había otra alternativa.
De pronto, el tercer tiro pegó en la Sección.

¡Bien! ¡Así! ¡Así! – grito por radio -. Bien, señor, así. Señor perdóneme.

Esta bien, hijo. Trate de aguantar _ dijo Robacio consiente del difícil momento por el que estaban pasando sus hombres.

A partir de ese momento los obuses de 105 comenzaron a batir la posición guiados por el oficial de la central de fuego de la batería de artillería, teniente Oscar González, un intimo amigo de Vázquez, que sabia perfectamente que estaba tirando contra su amigo y que lo más probable es que éste muriera ante el tremendo poder de fuego de esas piezas.
Pocos minutos después cesó el infierno desatado por las explosiones. Sin embargo, los ingleses estaban ahí, en su pozos.

Aproximadamente a las 5, el enemigo inicio su tercer asalto, en el que no hubo pausa como ocurrió entre el primero y el segundo, sino que al no quedar tantos británicos combatiendo, apareció otra oleada de refresco. La otra diferencia con las dos anteriores fue que no ocurrió de manera orgánica, no atacaron en perfecta formación.

Otra vez Vázquez reclamó los refuerzos, obteniendo una repuesta similar;
«Están en camino». Entonces insistió con el apoyo de los morteros de 81 mm del suboficial Cuñe, quien a pesar de tener otras misiones de fuego, había estado batiendo la zona de Vázquez con tres de sus piezas

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