Panorama político Los dos frentes de combate
Clarín, Domingo 25 de abril de 1982, Buenos Aires, Argentina
Panorama político
Los dos frentes de combate
Por Ricardo Kirschbaum
Con un ojo controlando los movimientos de las naves británicas,
ubicadas en las cercanías de las Georgias del Sur, y con el otro sobre
las gestiones diplomáticas que se desarrollan en Washington, el Gobierno
argentino se apresta a dar batalla en ambos frentes.
Las opciones diplomáticas, por ahora, son fundamentalmente dos y se despliegan simultáneamente.
Por
un lado, la Argentina se mantiene en el ámbito de la mediación
norteamericana; por el otro, reclamará la aplicación del Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca.
Ambos caminos son paralelos
y, en absoluto, complementarios. Para ser más exactos, la apelación al
TIAR constituye la dramática comprobación de que la misión de Alexander
Haig está al bordo mismo del fracaso.
El telón de fondo de las
gestiones lo constituye la inminencia de una confrontación bélica con el
Reino Unido. Si ello ocurre -varias fuentes consideran que un choque
armado será inevitable- otra será la historia.
Pero vamos por partes.
El
canciller Costa Méndez no tiene, en principio, prevista entrevistarse
hoy con Haig. Sin embargo, fuentes de Washington estiman posible un
contacto apenas el ministro argentino ponga sus pies en la capital
norteamericana.Se supone que los esfuerzos de Haig por romper el
estancamiento de la mediación son tan intensos como los esfuerzos que
despliega por evitar la aplicación del TIAR, una perspectiva que irrita
al Departamento de Estado y a la Casa Blanca.
Pero las posiciones
de Londres y Buenos Aires son distantes. El plan argentino, elaborado
trabajosamente durante las maratónicas negociaciones con Haig,
constituye la máxima concesión que puede hacer el gobierno de Leopoldo
Galtieri. Eso quedó absolutamente claro para el mundo oficial cuando
sondeó la opinión de su frente interno, tanto el militar como el civil.
La
propuesta tiene un aspecto clave, subrayado por la Junta Militar en su
declaración pública, y es el referido al tiempo limitado del plan de
transición. Ese límite -que Haig solo se comprometió a transmitir a
Londres, aclarando que el gobierno de Margaret Thatcher lo rechazaría-
es el 31 de diciembre de este año.
Quizá, admiten algunas fuentes diplomáticas, ese lapso aún pueda flexibilizarse, pero no demasiado.
Con
ese margen de negociación, escaso por cierto, viajó Costa Méndez,
encabezando una comitiva en la que sobresale la presencia de un
representante de cada una de las armas. Allí estarán cl general Héctor
Iglesias, secretario general de la Presidencia; el contralmirante Benito
Moya, jefe de la Casa Militar; y el brigadier José Miret, secretario de
Planeamiento.
Está implícita que estos jefes militares llevaron
consigo las posiciones mínimas que cada una de las armas tiene respecto a
la negociación. Y solo ellos sabrán hasta que punto tas propuestas que
surjan de las conversaciones con Haig tienen posibilidad de progresar o
no.
Haig, por su parte, se encuentra en una posición cada vez más
difícil.Urgido por la inminencia de un choque bélico, apremiado por la
intransigencia de su mejor aliado en Europa, y desconcertado por la
firmeza de los argentinos, el Secretario de Estado trata, afanosamente,
de que la negociación no se interrumpa. Cree, con cierta lógica, que
mientras el gobierno de Ronald Reagan esté directamente involucrado en
los esfuerzos por evitar la guerra, las partes en conflicto medirán sus
actos. La Argentina está tratando de evitar un mayor deterioro de sus
relaciones con Washington.
Una fuente oficial admitió anoche que
los vínculos con EE.UU. estaban «tirantes». La creencia en las FF.AA.
que Haig cumplió un papel «parcial» en beneficio de Gran Bretaña, en la
mediación, ya determinó un desaire diplomático: ningún militar concurrió
a una recepción organizada por la embajada de la Unión en Buenos Aires.
En
la misma misión norteamericana aquí se adoptaron ciertas prevenciones,
en la hipótesis de un fracaso de la mediación y de un inmediato ataque
británico.
Fuentes confiables dijeron que la embajada de EE.UU. puso
en práctica disposiciones destinadas a situaciones de emergencia. El
personal que no es imprescindible habría viajado a Montevideo, en tanto
se habría reforzado el dispositivo de seguridad en el interior de la
misión diplomática y se habría eliminado cierta parte de los archivos.
Las
mismas fuentes dicen que esta reacción es normal y de reglamento en
situaciones de tensión. Pero en esos ámbitos también se sostiene que
existe cierto temor de una reacción antinorteamericana, aunque la
consideran alejada de la realidad.
Con todo son síntomas claros del momento por el que atraviesan las relaciones con Washington.
¿Qué ocurre si se produce un ataque británico a las islas en medio de los esfuerzos de Haig?
Una
fuente del Departamento de Estado, en Washington, respondió de esta
manera a la consulta de Clarín: «seria una torpeza, casi similar a la
decisión argentina de apelar al TIAR».
La táctica argentina para
obtener el mayor consenso posible en la reunión de mañana está dirigida a
lograr la aplicación de uno de los artículos del Tratado -el sexto- y,
así, una condena a la agresión británica.
Una acelerada
negociación, en la que sobresale la idoneidad del embajador Raúl
Quijano, intenta obtener un texto de resolución que reciba el apoyo de
catorce países, el mínimo requerido para que sea aprobada.
La tarea no es fácil y, hasta este momento, no se llegó a la cifra requerida por el reglamento.
En
primer lugar, los 18 votos obtenidos para la convocatoria al TIAR no
deben llevar a deducciones simplistas. Representan, naturalmente, un
respaldo al reclamo argentino de que se encuadre el conflicto en el
TIAR, pero no sería prudente avanzar más allá de ese punto.
En
segundo lugar, el gobierno norteamericano considera que el país
«agresor» es la Argentina. Lo acaba de decir claramente la embajadora de
ese país en las Naciones Unidas, Jeane Kirkpatrick, una personalidad
que hasta hace días despertaba elogios de los militares argentinos.
Y la opinión norteamericana tiene fuerte repercusión en un foro como la OEA.
Antes
de continuar con ese análisis habría que referirse a la reacción
argentina por la abstención colombiana, que realmente sorprendió a
nuestro país.
Dicen, los que saben, que el presidente Galtieri
envió una carta personal al presidente de ese país, Julio Turbay Ayala,
recriminándole diplomáticamente esa defección.
Respecto a la reunión
de mañana, hay gestiones intensas para que el canciller de Brasil,
Ramiro Saraiva Guerreiro, asuma la presidencia del cónclave.
La diplomacia brasileña tiene un notorio escepticismo sobre la eficacia del sistema interamericano y de la OEA, en particular.
El
pedido para que acceda Brasil a presidir la reunión se lo formuló el
teniente general Galtieri a Joao Figueiredo, telefónicamente.
Los
temperamentos a seguir en la reunión del TIAR dependerán, obviamente, de
las circunstancias. Pero es muy probable que la diplomacia argentina se
incline por pedir que la sesión continúe abierta mientras dure la
crisis.
Así, si se produce un ataque británico el órgano de consulta podrá ser convocado inmediatamente.
Al
mismo tiempo, si hay un choque armado la Argentina solicitará una
sesión urgente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Llegado
ese caso, la naturaleza de las decisiones de los países miembros del
TIAR serán cualitativamente distintas y se modificarán las relaciones de
fuerza que actualmente se perciben en el seno de la OEA.
Hay votos altamente inseguros: Por ejemplo, el de Haití, normalmente proclive a acompañar decisiones de Washington, o el de México, cuya relación con la Argentina sigue trabada, entre otras razones, por la situación de Juan Manuel Abal Medina.
Todo está profundamente imbricado, vayamos ahora al frente interno argentino.
Con
un pie en la guerra, el país continúa debatiéndose eh una grave
situación económica, que seguramente se ahondará si se desata la
conflagración.
El ministro Roberto Alemann sigue confiando en su
muñeca para capear la crisis, pero uno de sus allegados sugirió que el
primer tiro que se dispare cambiará abruptamente la situación.
La
suspensión de 7.200 obreros mecánicos muestra la faz cada vez más
preocupante de la situación social y, por supuesto, sería absurdo
apostar en estas circunstancias a que mejorará.
En los más altos
niveles de la Presidencia se insiste en que no es éste el mejor momento
para introducir cambios económicos pero es imprescindible que en este
esfuerzo nacional las cargas sean, al menos, parejas.
Existe un
proyecto de modificación en la «instrumentación económica» que ya llegó a
la Secretaría General de la Presidencia, aunque la fuente consultada
señaló que aún no se determinó con precisión cuáles serán los cambios.
Se
sabe, sin embargo, que en la reunión de altos mandos del Ejército del
fin de semana pasada varios generales preguntaron por la evolución de la
situación económica en esta emergencia.
Similar es la preocupación
del frente político que ha brindado un generoso, aunque crítico, apoyo a
las Fuerzas Armadas en esta grave coyuntura.
Los contactos
oficiales con los partidos mantienen un nivel cordial y hay algún jefe
de la multipartidaria que se ufanó esta semana de tener un «teléfono
rojo» con el ministro del Interior, Alfredo Saint Jean.
Esta línea de
comunicación está siendo usada frecuentemente, se admite. Pero,
también, existe conciencia entre los políticos de que deben levantar el
pie del acelerador y continuar apareciendo diferenciadas de la acción
oficial en la crisis.
Y es legítimo que esto suceda.
La
multipartidaria continúa elaborando su nueva propuesta «a media
máquina», por citar una frase muy usada estos días. El radical Carlos
Contín, cuyo entusiasmo en la postergación de los reclamos partidarios
despertó una buena polvareda en el pentágono político y entre sus
propios correligionarios, sostiene que la propuesta de la
multipartidaria no debe ser igual para los
tiempos de guerra que para las épocas de paz.
Los
primeros borradores insisten en la necesidad de una drástica
modificación de la política económica y una reubicación de la política
exterior argentina.
El intransigente Oscar Alende se despachó contra el canciller Costa Méndez en la reunión con Saint Jean.
El
aspecto más destacado, en lo político, es la presión de democristianas e
intransigentes, con la apoyatura de cierto sector del peronismo, para
reclamar una convocatoria a elecciones generales para mediados de 1983.
Francisco
Cerro le señaló a Saint Jean que las posiciones europeas respecto de
esta crisis, podrían modificarse si el Gobierno alienta un cronograma de
normalización institucional, en lo que habría coincidido Rafael
Martínez Raymonda, compañero de viaje del titular democristiano en el
breve periplo por el Viejo Mundo.
Los desarrollistas, por su
parte, sostienen que «es falso» que haya que callar las discrepancias
con el Gobierno y han difundido un crítico documento, que fue calificado
como «poco oportuno» por un vocero del Ministerio del Interior.
El
MID sostuvo que hay que distinguir entre la acción militar que recuperó
el archipiélago, que debe ser apoyada, y la decisión política del
Gobierno que la puso en funcionamiento.
Planteó agudos interrogantes
sobre todos los flancos de la operación, dejando en claro que para el
desarrollismo se actuó con gruesas imprevisiones políticas y
diplomáticas, aludiendo también a la contradicción existente entre la
soberanía territorial que se recupera y la soberanía económica que se ha
perdido desde 1976.
Para esta corriente política, es
imprescindible un inmediato cambio de la política económica que ha
dejado al país en un estado de gran «vulnerabilidad» interna y externa.
Esa es la única manera -agregan- de «dar respaldo eficaz a nuestros soldados y diplomáticos».
El
Gobierno° sostiene que se mantiene permanentemente informado al frente
político-sindical. Exponentes de estos ámbitos, sin embargo, ponen en
dada estas afirmaciones y reclaman estar constantemente al tanto de la
evolución de los acontecimientos.
Preguntado un funcionario sobre los
planes políticos que elabora el Gobierno frente a esta situación,
respondió sinceramente: «Vea: todos, sin excepción, estamos con la
cabeza metida en esta grave emergencia. Si esto se resuelve, recién
podremos hablar de planes y de cambios, que los habrá …»
¿Habrá cambios?.
La
duda persiste en los círculos políticos y sindicales, dónde se comenta
con ironía el temor que se advierte en ciertos funcionarios por la
«boleta que pasarán partidos y sindicatos, cuando aclare la crisis.
El
presente, sin embargo, muestra un rostro de gravedad. Es ocioso hablar
del futuro, decía un político avezado, cuando estamos con la guerra
golpeándonos a las puertas.