Panorama internacional Cuando son muchos los mitos que caen

Guerra de Malvinas 1982

Panorama internacional Cuando son muchos los mitos que caen


Clarín, Sábado 29 de mayo de 1982, Buenos Aires, Argentina

Panorama internacional
Cuando son muchos los mitos que caen

Por Enrique Alonso

A medida que el conflicto austral se va haciendo más amplio y enconado, en torno a él se producen toneladas de información. Cabe entresacar algunos testimonios. que merecen ser destacados. Como las palabras pronunciadas por el jefe V de Intereses Aeronáuticos, brigadier Francisco Arnau, en la ceremonia evocativa del 102° aniversario del nacimiento de Jorge Newbery.
Arnau señaló, en presencia del comandante en jefe del arma, que el recuerdo del pionero de la aviación argentina alcanzaba un sentido muy especial en momentos en que «la Fuerza Aérea está jugando un papel decisivo en el sur del país». Nadie como Newbery -señaló- «supo adivinar o vislumbrar el futuro que a la aviación le cabía en su patria: una aviación nacida al conjuro del valor, de la inteligencia y del esfuerzo de todos, los civiles y los militares. Una aviación integrada, que cubriese las necesidades de servicio público y las de defensa. Una aviación producida, construida en el país, madre de una industria. Una organización que proveyese a la formación de sus tripulantes».
Es difícil decir más cosas con menos palabras. Arnau rechazó todo elitismo al recordar la vertiente civil que llevó a la grandeza de la aviación argentina en el momento mismo en que los pilotos militares realizan admirables proezas en los cielos australes. Mostró de qué manera un mismo elemento de vinculación sirve a las necesidades de la civilidad proveyéndole comunicaciones y transportes, y de la milicia lo cual se alcanza mediante planes coherentes de integración. Explicó la necesidad de que las armas de la Patria sean construidas en el país, generando ‘las industrias apropiadas.
Y así entroncó en la vigorosa y amplia corriente de los teóricos del poder militar que explicaron siempre (como Savio en el Ejército y como Storni en la Armada) que el brazo armado se potencia con los músculos de la industria y que la compra externa nunca podrá reemplazar la fabricación nacional de los elementos de la defensa.
No es un punto de discusión teórica. El General San Martín nunca dejó de alentar el coraje. Alguna vez dijo que si nos faltaba todo para combatir el poder colonial lo combatiríamos «en pelotas». Pero no por ello dejó de articular la fuerza económica de las provincias bajo su gobierno para remontar el ejército de Cuyo y dotarlo de todos los elementos necesarios para el cruce liberador de los Andes y las consiguientes batallas. En realidad, ése fue uno de nuestros primeros intentos industrialistas, contradicha luego por los teóricos de la importación que valorizaban los negocios del puerto en desmedro del crecimiento homogéneo del interior del país.
La apuesta del acero o de las graderías o de la fábrica de aviones (pionera en América latina y luego lamentablemente sobrepasada por empresas de otros países que comenzaron inspirándose en ella), la férrea decisión de construir el cañamazo económico del poder nacional (que es una de las condiciones de la victoria), el temple del carácter para resistir las tentaciones del abalorio importado (así sea la máquina más sofisticada) cuando el mismo sirve para el retroceso industrial propio y no contribuye a aumentar nuestra capacidad tecnológica son hechos que jalonan nuestra historia militar.
Estudiarlos es tan importante como el repaso de las grandes batallas y de los planes estratégicos.
No solamente por la indudable ventaja de producir aquí lo que otros pueden negarnos afuera. También porque es necesario solventar sin asfixia las compras imprescindibles. El país debe estar en condiciones de proporcionar los recursos para el financiamiento de su defensa y ello no ocurre cuando la maquinaria productiva está funcionando a un tercio de su capacidad o cuando sectores de la industria han caído en lo que contemplativamente pudiéramos
llamar «desuso».
La fuerza de las naciones depende en mucho de lo que son capaces de producir, del capital que tienen acumulado, de las técnicas que han incorporado, de la calificación alcanzada por la mano de obra, del tejido social solidario que todo ello ha ido conformando. Con la peculiaridad que, cuando se cuenta con todo esto ceden las dudas de propios y extraños, el
respeto por las causas nacionales se patentiza mejor y muchos conflictos pueden ser evitados o, si se producen, son felizmente superados.
De manera que el discurso del brigadier Arnau en el homenaje a Newbery alcanza profundo significado para hoy y para mañana. ¿Por qué? Porque no se trata de palabras rituales. Esta vez, los hombres de la Fuerza Aérea -lo mismo que sus compañeros de la Marina y el Ejército- están peleando denodadamente en el Sur. Allegarles las mejores condiciones para el triunfo no es tarea vana.
Esto es así, a la vez, porque quienes pelean con heroicidad en el Sur están defendiendo las condiciones para la necesaria negociación del conflicto con Londres. La expedición punitiva está muy lejos de haber sido un paseo. El costo bélico y político para Gran Bretaña y sus asociados es muy alto. Hay, desde luego, un desnivel de fuerzas que debe ser tomado en cuenta. La potencia extracontinental es un país desarrollado y tiene el apoyo de Estados Unidos. Esa disparidad es la que conmueve la conciencia de las naciones latinoamericanas, cuyos representantes volvieron a ovacionar el jueves, en la OEA, al canciller argentino, Nicanor Costa Méndez, cuyo discurso fue un claro mensaje a los hombres de Washington exhortándolos a poner su peso decisivo del lado de la paz y no a favor de Londres. Las expresiones de Haig, recomendando «magnanimidad» al gobierno de la señora Thatcher, sonaron ominosas en los oídos de los pueblos del sur del río Bravo. En América se está cavando un doloroso y estéril abismo.
Pero están comenzando a caer muchos mitos del pasado. Ahora se ve que la solidaridad hemisférica era, para Estados Unidos, un camino de una sola mano. Pero esto fue patente también en lo pasado. Los países de América latina se dejaron envolver por una adormidera. Postergaron sus causas nacionales para sentirse partícipes de una empresa global. Las grandes gestas de Occidente, la lucha contra el despotismo, por la democracia, por la expansión del capitalismo, por la libertad científica, por la aventura tecnológica, eran verdaderamente exaltantes. Pero en la propia casa ello se resolvía en dictaduras clásicas, minorías iluminadas, elecciones sujetas a fraude, relaciones anacrónicas de producción, ninguna acumulación de capital, escaso acceso a la tecnología y, además, aculturación, enfermedades, degradación humana.
La solidaridad hemisférica había sido muchas otras veces puesta a prueba en lo pasado. En Nicaragua, el gobierno de Arbenz tocó los intereses de una empresa bananera y cayó, víctima de una expedición punitiva de mercenarios,
antes siquiera de que la OEA hubiera podido ensayar alguna respuesta lúcida a su ardiente demanda de asistencia. En Santo Domingo hubo una intervención colectiva porque el Departamento de Estado había descubierto un par de
docenas de comunistas, y debido a eso el gobierno legítimo de Bosch no pudo concretarse. Ahora, en Malvinas, el gobierno de la señora Thatcher ha configurado un infierno helado, pero no hay unanimidad en el hemisferio para
volver esa agresión a su cauce, como tampoco hay luz verde en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas , para determinar el cese del fuego.
De manera que todo el coraje será poco para defender al país mientras surge alguna instancia negociadora. Los éxitos no deben actuar como espejismos; sería suicida ignorar la fuerza del oponente. Los retrocesos, tampoco deben conturbar el ánimo: ninguna debilidad allanará el camino de la paz. Pero el país, sin triunfalismos y sin derrotismos, debe en cambio asumir el hecho de que estamos en un duro y cruento conflicto, que requerirá las acciones de la retaguardia en medida similar a los sacrificios registrados en el frente. Y en ese sentido es mejor ir resolviendo desde ya todos loa problemas que traban a esa retaguardia y le impiden dar lo mejor de sí para sostener el esfuerzo de guerra.
Como los sucesos se desenvuelven a toda velocidad, es muy difícil suponer cuál será el panorama que encontrará Su Santidad, el Papa, cuando el 11 de junio pise el suelo argentino. Esa visita, sin embargo, comienza a ser desde ya inspiradora. El lema de la paz con justicia; de la paz con honor, que ha levantado Juan Pablo II, tendrá amplia resonancia en la grey católica, que es amplísima mayoría entre nosotros. Será un elemento más de clarificación de las conciencias, conturbadas por el contenido trágico de los hechos que estamos afrontando. Es, en verdad, como si nuestra historia hubiera entrado en una aceleración portentosa. Lo cual entraña la obligación de pensar con rápidos reflejos, de abandonar toda complacencia por los sistemas que han entrado en crisis y plasmar un porvenir que podamos defender sin bajar los ojos ante nuestros hijos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *