Vivencias de un Artillero
Vivencias de un Artillero – Capitulo XVII
Mientras los aviones de la Fuerza Aérea Argentina, se enfrentaban en desigual duelo a la tecnología colonialista; en la tierra, junto a su cañón, o su «fierro», como le llaman ellos, los artilleros de la Fuerza Aérea Argentina, unidos estrechamente a sus heroicos camaradas de la especialidad de las otras Fuerzas Armadas; producían estragos en los Harriers ingleses, que tanto les temían y que no pudieron destruir la pista de Puerto Argentino, de más de 1.250 metros de longitud; mientras nuestros Caza-Bombarderos se cansaban de impactar en las Fragatas de solo 120 metros.
Relata: Cabo Primero Ruíz – Artillero de la Fuerza Aérea Argentina
El día 1° de mayo abrimos fuego ¡ por fin !, con nuestros cañones tras una larga espera.
Era aproximadamente las 08:30 horas de la mañana cuando, gracias a la posición privilegiada que tenía nuestra pieza (cañón), vimos que los Harriers iniciaban un ataque contra las instalaciones y la pista de Puerto Argentino.
Al principio estaban lejos de la distancia en que es efectiva nuestra munición, pero en mi desesperación por repeler el ataque, les tiraba igual. De pronto uno de ellos, en su escape, ingresó en la zona de alcance de mi arma pasando al costado de mi posición. Cuando comenzó a volar sobre el mar, abandonó el vuelo bajo y ascendió, apareciendo desde atrás de una duna. En ese momento comenzó un viraje hacia nosotros, quedando en planta con la parte superior del avión, o sea la cabina, hacia mi, lo puse en el centro de la mira, estaba tan cerca que ocupaba gran parte de ella. Le hice una ráfaga corta y vi que casi todos los proyectiles daban en el blanco; mientras tanto el Soldado Porcel, de pie junto al cañón, le disparaba con su fusil FAL. Los trazantes hirieron el metal, arrojando delgadas columnas de humo por los orificios de salida.
Los soldados comenzaron a gritar:
-«¡¡¡Se cae, Cabo Primero!!!» –
mientras veíamos que el avión impactaba contra el agua y producía una especie de ebullición, semejante a la que se observa cuando sumergimos un hierro caliente en un líquido. No vimos nada más.
Siguieron sus ataques, cada vez más alejados y con mayor altura. Comenzaron a tirarnos «por sobre el hombro», como decíamos nosotros, ya que lanzaban la bomba con altura, mientras iniciaban un ascenso, y luego se iban.
Estábamos en la segunda quincena de mayo, era la mediatarde. Los Harriers continuaban bombardeando sólo en altura, pues en vuelo bajo habían sufrido muchas bajas.
Vimos pasar a dos de ellos volando muy alto, dejando una estela tras de si, fuera de nuestro alcance. De pronto uno dejó de estelar, lo que significaba que había ascendido o descendido.
Súbitamente un Soldado gritó:
-«¡¡¡Se está descolgando desde atrás de esa nube!!!». –
Lo vi y le apunté, tiré una ráfaga, quedó corta (explotó antes del blanco), era demasiado pronto.
La segunda vez que disparé hice una ráfaga más larga y me di cuenta de que le estaba pegando, por lo que seguí tirando; de pronto inició el ascenso apuntando con su nariz al cielo, mientras arrojaba sus bombas, las que cayeron muy cerca de mi posición; dos explotaron y una no.
Cuando parecía que iba a caerse hacia atrás por falta de sustentación1 explotó en una llamarada roja con mucho humo y se desintegró. Restos calcinados comenzaron a caer perezosamente, mientras una burbuja de aire caliente quedaba en el lugar donde antes había un avión.
Mientras me recuperaba de la turbación provocada por el momento vivido, escuchaba, lejana la voz de un camarada de otro cañón que informaba a los gritos:
-«¡¡¡Jefe, Jefe, Gato 2 llama; el fierrito 6 ha hecho un nuevo derribo!!!» (fierros se les llama a los cañones en nuestra jerga).
Otro día, un Harrier eligió un mal lugar para hacer un paseo.
Lo vimos pasar lateral a Puerto Argentino, a unos 3 o 4 kilómetros y 1.000 metros de altura.
Una pieza de artillería del Ejército Argentino le tiró e hizo impacto en su fuselaje.
El piloto hizo todo al revés, en lugar de buscar vuelo rasante, ganó altura, con lo que ofreció más blanco y disminuyó su velocidad.
Le siguieron pegando, vimos como «chorritos» de fuego que entraban en el aluminio.
Se perdió en las nubes y pensamos que había escapado, pero pronto lo vimos aparecer cayendo en tirabuzón, con la tobera 2 al rojo vivo; y poco después apareció el piloto, colgado de su paracaídas color naranja.
El avión entró como una tromba en el agua, hubo un burbujeo y nada más.
Uno de nuestros helicópteros despegó para rescatar al piloto, el que aparentemente venía muerto, pues no se movía, pero debió regresar por alerta roja. Una vez pasado el peligro, fueron el helicóptero y un Pucará a buscarlo, pero ya no estaba en superficie.
Pero el día que quedó marcado a fuego en mi vida y revivo constantemente, fue el 1° de mayo, cuando comenzaron las hostilidades y entré súbitamente en una guerra. Recuerdo que el Capitán Dalves, quien junto con el Capitán Savoia, recorrían continuamente las posiciones viendo que necesitábamos, se acercó al cañón del Cabo Principal Bartis, cuando un Harrier hizo un pasaje tirando con sus dos ametralladoras; inmediatamente el Soldado Claudio Viano, ascendido a Dragoneante por su comportamiento, tomó su fusil FAL y con mucho entusiasmo comenzó a tirarle al avión, mientras gritaba; –
-¡¡¡Le veo los ojitos rojos al inglés!!!
No eran los ojitos, eran las balas trazantes, que venían picando en el suelo y formando dos caminos de muerte, los que milagrosamente pasaron a ambos lados del soldado, y se perdieron detrás de él, sin hacerle el menor daño.
Evidentemente, nació de nuevo.
A la tarde, y como fin de un día inolvidable, presencié en primera fila el ataque de los Mirage V «Dagger» a tres fragatas que nos estaban cañoneando.
A dos de ellas le pegaron, (a una la hirieron muy gravemente; no entiendo porqué nunca se habló de esa Fragata, ni se la dio como averiada o hundida, cuando yo la vi explotar y quedar totalmente cubierta de humo).
Tres de nuestros halcones aparecieron sorpresivamente desde atrás del Faro, tan sorpresivamente que, de acuerdo al relato del Mayor «Picho» Fernández, al Capitán Bationi que no los vio venir, lo sorprendió el ruido de los aviones que le pasaron medio metro arriba de la cabeza.
Cuando entraron al mar, me parecía que en cualquier momento iban a comenzar a levantar agua por lo bajito que iban. Por muy poco no chocaron con dos helicópteros gringos que estaban corrigiendo el tiro de los buques.
Luego vi como los proyectiles de sus cañones impactaban en las fragatas y como sus bombas entraban limpiamente en dos de ellas, a la tercera le erró el piloto.
En la más cercana a la costa comenzó a salir humo y la otra explotó pero no se hundió.
Posteriormente se comenzaron a alejar lentamente, con su soberbia y el reuma a cuesta, pues una iba visiblemente inclinada hacia un costado; (escorada) la que le pegó el «Dagger» que iba adelante.
Quizás cuando se digan las verdades sobre esta guerra, me llegue a enterar de su nombre.
1- Sustentación: significa que el avión puede deslizarse en el aire, volar, sin caerse, sostenido por el empuje del motor, la forma de la superficie de las alas y su propia velocidad.
2 -Tobera: lugar por donde salen los gases de escape del motor
Relato extraidod de: Con Dios en el Alma y un Halcon en el Corazon Compendio de “Dios y los Halcones” y “Halcones sobre Malvinas”, del mismo autor Comodoro (R) Carballo Pablo Marcos CORDOBA, AGOSTO DE 2004 |
2 comentarios
Gracias a nuestros héroes, y ojalá la historia Los recuerden y se sepa la verdad!
Apasionante relato!!.. viva la Patria!!