Testimonio del Coronel D Julio César Navone

Guerra de Malvinas 1982

Testimonio del Coronel D Julio César Navone

Guerra de Malvinas Grupo de Artilleria 3

Testimonio del Coronel D Julio César Navone
Ex – Jefe de la Batería de Tiro «B» del Grupo de Artillería 3

Es indudable que el Conflicto de Malvinas y los que le sucedieron en el tiempo en diferentes continentes nos permitieron observar a la humanidad transitando entre el ideal de la paz, tan proclamada, y la realidad de la guerra.
Es decir, comprobamos la recurrencia histórica del conflicto armado que descubre, por sus motivaciones profundas, las dificultades objetivas de la diplomacia, hasta en el nivel más alto de la Naciones Unidas.
Siempre ha resultado una tentación irresistible «la continuación de la política por otros medios», donde la irracionalidad de la lucha cruenta entre seres humanos es explicada con la lógica oculta en sus propósitos económicos y geográficos.

Así las cosas, cuando los intereses desbordan a los principios «la primera víctima de la guerra es la verdad», haciendo difícil discernir a la luz de la información disponible el complejo entramado que lleva a los estados a elegir la opción de la guerra.
En mi vida de soldado tuve el privilegio, no sólo de estudiar el arte de la guerra, sino la experiencia de haberla vivido.
La Guerra, ese fenómeno político y social que desborda la razón, dejó en mí valiosas enseñanzas; pero también profundas heridas en mis sentimientos.
Es por ello que ahora pese a que han pasado más de 16 años desde la histórica recuperación de las ISLAS MALVINAS y cuando el juicio racional todavía no puede desprenderse de los apasionamientos, de visiones subjetivas y no pocos intereses, resulta necesario una profunda reflexión, para que, sin suprimir las diferencias de opinión, podamos evaluar correctamente y en su integralidad la grandeza de esta gesta.
Intentaré entonces hoy, con algunas canas sobre mis sienes, con las jinetas de coronel sobre mis hombros, habiendo conformado una hermosa familia con mi amada esposa y mis cinco hijos, llevar mi recuerdo, con humildad, con sencillez, pero con una emoción que se mantiene incólumne, pese al paso de los años, a los difíciles días de ese otoño de 1982 que, a no dudarlo, ha marcado profundamente el devenir de mi vida.

La partida
Los momentos previos a una partida son siempre tristes y difíciles. Atrás se dejan seres queridos, afectos, recuerdos, esperanzas, pero estos sentimientos se magnifican si la partida es quizás para no volver.
Cuando se parte para la guerra el soldado experimenta un sentimiento ambiguo, por un lado el dolor de alejarse de sus seres queridos y por el otro una fuerza incontenible le brota del fondo del corazón diciéndole que ha llegado el momento para el cual se preparó toda una vida.
En mi caso hacía solo quince días que había nacido mi segundo hijo, toda la familia estaba viviendo esta alegría tan profunda; por eso no quise empañar esos momentos de felicidad y en común acuerdo con mi esposa decidimos que se dirigiera a casa de sus padres en la ciudad de Azul, dejándome liberado para concentrarme plenamente en los preparativos previos a la partida.
El 09 de abril de 1982 marchamos a pie hasta la estación Paso de los Libres del Ferrocarril General Urquiza. Todo el pueblo estaba en la calle, nos abrazaban, nos aplaudían, el corazón parecía que me iba a estallar de tanta emoción.
En el medio de la multitud me encontré con un viejo camarada junto a quien años atrás habíamos tenido, en inferioridad numérica, un fuerte enfrentamiento con delincuentes terroristas, en el cual corrimos serio peligro de perder la vida, sino fuera porque con decisión nos protegimos mutuamente por el fuego. No esperaba encontrarlo allí. Me abrazó y me dijo: ¡SUERTE, JUGATE COMO AQUELLA NOCHE!. Ya no pude evitar que una lágrima rodara por mi mejilla. Allí comprendí cuántas esperanzas e ilusiones tenía el pueblo depositada en nosotros. Perdimos la batalla de Puerto Argentino, pero creo en lo más profundo de mi alma que la mayoría de quienes combatimos no los hemos defraudado.
Estaba el pueblo en la calle dándonos el adiós, transmitiéndonos su calor y afecto, sólo faltó que alguien del Comando de Brigada del cual dependíamos hubiera estado junto a nosotros, por lo menos para acercarnos una palabra de aliento.
En Martín Coronado hicimos el traslado al Ferrocarril General Roca y al llegar a la Estación de Olavarría pude ver nuevamente a mi mujer y a mis hijos, quienes desde el andén, con una pequeña banderita argentina entre sus manos observaban silenciosamente el paso del convoy. Con ellos, mis seres queridos, con quienes recién pude reencontrarme cuando fuimos liberados, después de permanecer más de un mes como prisionero, al término de la guerra.
El tren siguió su marcha y luego de más de sesenta horas de viaje el 12 de abril arribamos a la Estación de INGENIERO WHITE.
En esta localidad se reestructuró la organización de nuestra unidad (el Grupo de Artillería 3) designándose para su traslado a la zona de operaciones, en principio, algo menos del 50% de los efectivos que habíamos partido desde PASO DE LOS LIBRES. Esto fue originado por limitaciones en los medios de transporte aéreos que debían llevarnos a las Islas. Estaba previsto que en un segundo oleaje nos completarían los restantes efectivos.
El 13 de abril a las dos y media de la madrugada, la Batería de Tiro «B», que se encontraba a mi mando embarcó en un avión Hércules de la Fuerza Aérea, viajando también en este primer vuelo nuestro jefe, el entonces Teniente Coronel Martín Antonio Balza.
Al tocar suelo malvinense, una fuerte emoción embriagó mis sentimientos, me arrodillé y besé ese querido suelo que había aprendido a amar en mi lejana infancia a través de los relatos de quienes entonces fueron mis entrañables maestros de la escuela primaria.
Al promediar la tarde ya nos encontrábamos en posición, listos para cumplir con nuestra misión.
Habían transcurrido menos de cinco días desde el abandono de la guarnición de paz, en suelo correntino.
Nuestros camaradas que habían quedado en el continente, nunca pudieron cruzar a MALVINAS, y así fue que tuvimos que duplicar nuestros esfuerzos en especial durante los cuarenta y cuatro días que duraron las operaciones.
La vigilia
Los días posteriores a nuestra llegada a MALVINAS, hasta el día del inicio de las operaciones, constituyeron una tensa e interminable vigilia.
Fue en ese terreno hostil, frío y desolado donde aguardamos con serena prudencia la hora decisiva.
Fue en ese ambiente inhóspito donde llegaba al corazón de nuestros hombres, sin distinción de jerarquías, inagotables recuerdos y evocaciones…, el hogar lejano…, los hijos…, la esposa que aguarda…, la madre…, una mujer querida…, los amigos…, nuestras ilusiones y nuestras esperanzas.
Esperar me permitió ver de cerca cuántas fatigas inhabituales, cuántos esfuerzos pausados y silenciosos, fueron aceptados con maduro equilibrio y rostro endurecido en actitud de prevención y prudencia.
Esperar nos significó sentir la sublime satisfacción que da el orgullo de poder dar cumplimiento a una deuda de honor con la Nación.
Había que tener entereza y paciencia, no había otra alternativa que esperar. El problema radicaba en cómo esperar.
Y creo que el Grupo de Artillería 3, supo muy bien cómo aprovechar esta espera, en especial construyendo y perfeccionando los refugios para el personal, los cañones y la munición que llegaron en algunos casos a constituir verdaderas «madrigueras» que a posteriori salvarían muchas vidas.
Además se realizó instrucción de todos los subsistemas que conforman el sistema de armas de Artillería de Campaña (servicio de pieza, observación y dirección del tiro, comunicaciones, etc.) llegando a realizar con los cañones tiros de registro para verificar la puntería.
Se reconocieron también posiciones de CAMBIO (que son las que deben ser ocupadas cuando la principal se vuelve insostenible por la acción del enemigo) y SUPLEMENTARIAS (que son las que se emplean para batir blancos que no pueden ser atacados desde la posición principal) y se realizaron enlaces y coordinaciones con todas las unidades vecinas.
Estas actividades y una correcta acción de mando mantuvo nuestras mentes ocupadas y nuestro espíritu elevado y listo para el combate. Sabíamos que nos esperaba un duro desafío.
El enemigo, materialmente superior, nos aguardaba al acecho. Éste no era nuestro problema, teníamos una tradición a nuestras espaldas que no debíamos defraudar. Los varones de esta tierra jamás midieron la magnitud del enemigo cuanto estaba en juego la justicia de la causa. Y esta era una causa justa y legítima de todo el pueblo Argentino.
La tensa vigilia se quebró en la madrugada del 1ro de mayo cuando dos aviones VULCAN, atacaron el Aeropuerto de Puerto Argentino, pretendiendo cortar la pista de aterrizaje. Nunca lo lograron. En esa fría y húmeda noche de otoño la guerra había comenzado.
El bautismo de fuego y la incomprensión
Pese a tener conocimiento de que la TASK FORCE BRITANICA se encontraba próxima a las costas de Puerto Argentino, en condiciones de comenzar las hostilidades. El gris atardecer del 27 de abril parecía el preludio de una noche tranquila.
Pero eso fue sólo una simple presunción. Aproximadamente a las 20 horas un Radar RASIT del Regimiento de Infantería 3 detectan ecos en el mar al Sur de nuestras posiciones.
Parecía ser que desde una nave principal estarían lanzando al mar lanchones de desembarco.
Rápidamente se da el alerta al Subteniente CAPANEGRA, que se desempeñaba como observador adelantado con la Compañía «B», quien nos ratifica lo que le habíamos transmitido.
Con escasa información, con extremas dificultades para localizar los blancos, comenzamos a cumplir misiones de fuego sobre los «ECOS» que se detectaban en la pantalla del radar.
De esta manera, esa noche, los cañones de la Batería de Tiro «B» fueron los primeros que tronaron en la ISLAS MALVINAS, recibiendo de esta manera su bautismo de fuego.
Habían pasado más de cien años desde que nuestra artillería no entraba en combate contra un invasor extranjero.
Todo el cielo parecía derrumbarse con las explosiones, en toda la isla se oía el hondo retumbar de nuestros cañones y sus relámpagos parecían iluminar el espíritu de quienes, abnegadamente, permanecían expectantes en sus trincheras.
A la madrugada, los lanchones se perdieron en la inmensidad del mar luego de haber soportado sobre ellos más de 160 proyectiles de 105 mm.
Desde la apertura del fuego se encontraba en mi Puesto de Comando el Jefe de nuestra unidad (Tcnl Balza), quien supervisaba personalmente la ejecución de las actividades.
A media noche arribó también a ese lugar el Comandante de la Agrupación de Ejército «Puerto Argentino», quien permaneció junto a nosotros hasta la finalización de la misión. No obstante, por los comentarios que hacía, parecía no entender que la misión de la Artillería es «batir por el fuego una extensa zona tanto en frente como el profundidad», creo que él esperaba encontrar en la costa los lanchones perforados como si se les hubiera tirado desde 150 metros con un fusil y no desde 7 ú 8 kilómetros como realmente lo hicimos.
Era realmente preocupante para nosotros llegar a dudar de que, quien nos mandaba, no supiera cómo emplearnos.
Posteriormente se ratificó que había sido un intento de desembarco de tropas comando que fue abortado por los fuegos de la Batería de Tiro «B». La misión había sido cumplida pese a que nuestro comandante no lo comprendiera.
La llegada del Gran Berta
Durante los primeros días de mayo el enemigo buscó hostigar, perturbar y desgastar a la defensa Argentina mediante dos tipos de acciones: bombardeo aéreo y cañoneo naval.
Contra los aviones británicos, precisa y eficiente fue nuestra Artillería de Defensa Aérea, prueba de ello son los 14 aviones derribados en combate.
Quedaba entonces dilucidar cómo afectar a las fragatas, que noche a noche, posicionadas al sur de Puerto Argentino, aproximadamente a 15 kilómetros de la costa, batían impúnemente nuestras posiciones.
Nuestro jefe propuso entonces al Comandante de la Agrupación Ejército «Puerto Argentino», pedir al continente la asignación de Cañones Citer de 155 mm de fabricación nacional de 20 kilómetros de alcance, para poder intentar con sus fuegos neutralizar a los navíos británicos.
El 14 de mayo de 1982, fue un día frío, ventoso, gris, con copiosas lloviznas, pero fue también un día de regocijo general, al recibir el primer cañón de 155 mm, que a partir de ese momento fue bautizado, humorísticamente, como el «Gran Berta», en evocación de aquel famoso cañón alemán empleado en la Primera Guerra Mundial.
De inmediato se iniciaron detalladamente los reconocimientos para su emplazamiento. No fue una tarea sencilla, ya que este cañón por su gran peso (8.500 kilogramos) y la poca consistencia que presentaba el terreno, obligaron a recurrir a una retroexcavadora y a planchas de aluminio para lograr la sustentación y la firmeza del suelo necesaria para el tiro.
En días sucesivos se recibieron otros dos cañones más, conformando la Batería «D», que pasó a depender de nuestra unidad. Esas piezas de artillería venían provenientes del Grupo de Artillería 101, que tenía su asiento de paz en la ciudad de Junín (Provincia de Buenos Aires).
Inicialmente, a estos cañones se les asignó una misión no común en Artillería: hostigar a los buques enemigos. Su presencia y sus fuegos pusieron término a la impunidad con que las fragatas cañoneaban nuestras posiciones, pero sobre todo cumplieron un importante objetivo psicológico sobre la propia tropa que ya no se sentía tan desamparada.
Esos fuegos fueron ejecutados en su totalidad durante la noche, con el frío entumeciendo las manos y el viento cortajeando los rostros de esos estoicos artilleros que cumplieron más de quince misiones de fuego contra los buques, disparando sobre ellos más de ciento cincuenta proyectiles de 45 kilogramos de trotil y acero cada uno.
Además de este tipo de misiones, la Batería «D» estableció también verdaderos duelos de contrabatería contra la artillería británica y ejecutó fuegos de neutralización y hostigamiento a las mayores distancias incidiendo en la profundidad del campo de combate del enemigo.
Esta batería realizó, durante la campaña, un heroico esfuerzo que fue ampliamente valorado por todos los combatientes que luchamos en las islas. Combatió estoicamente desde el 14 de mayo hasta la noche el 13 al 14 de junio, en que sus piezas se silenciaron por haberse agotado su munición.
No sufrió ninguna deserción durante el combate, alcanzando algunos de sus hombres un desempeño superlativo, transmitiendo el ejemplo de su accionar heroico a sus camaradas.
Qué decir del soldado WULDRICH, que se arrojó con decisión sobre una estiba de pólvora que se estaba incendiando con peligro de explosión, para preservar la vida de sus camaradas, o del dragoneante LOPEZ, que con decisión y valentía vació el cargador de su fusil sobre un avión SEA HARRIER que, en vuelo rasante, atacó la posición. Qué decir de la entrega y sacrificio del Teniente Primero DAFUNCHIO…, del Subteniente PEREZ…, del Suboficial Principal GARNICA…, y de todos los artilleros que integraron la batería, que fue quizás la que recibió los conceptos más elogiosos de los estudiosos de esta guerra, tanto del país como del extranjero.
Podríamos hoy recordar numerosos escritos británicos, que por ser precisamente vertidos por el enemigo de esos días, involucran una gran objetividad, ajena a la natural predisposición de ver las cosas desde nuestro propio punto de vista.
Pero me limitaré a mencionar sólo tres de ellas.
La primera extraída del libro «Una cara de la moneda» que dice:
«Los cañones argentinos de 155 mm que estaban situados alrededor de STANLEY, seguían causando estragos entre las posiciones británicas. Son unos cachorros endemoniadamente malos y desagradables. Te escupen un proyectil y te «estonquea» toda la zona».
En segundo lugar los conceptos expresados por el Brigadier Julian Thompson, Comandante de la Brigada 3 de Comandos Británicos, quien en su obra «No Picnic» al respecto dice:
«Los proyectiles de los cañones de 155 mm se distinguían de los proyectiles de los Obuses de 105 mm y morteros de 120 mm por su fuerte tronar. Cuando tuviera lugar la siguiente fase, sería mejor, pues menos tiempo deberían mis hombres permanecer bajo el fuego de la artillería argentina».
Finalmente rescato la opinión de otro testigo presencial de la guerra, el periodista Charles Laurence, quien a fines del año 1982 escribió al respecto:
«Las tropas británicas enfrentaron a una dura artillería de 155 mm, que dejó tirados a heridos y muertos, pertenecientes a las unidades de asalto».
Pero quizás, corroborando la vigencia de la cita bíblica que dice: «Nadie es profeta en su tierra», escaso fue el reconocimiento que recibió esta batería al regreso de la guerra.
Poco se había escrito de lo actuado. Como la masa de la unidad a la que pertenecía orgánicamente había permanecido en el continente, mínimo fue el interés de recrear para la historia la bravura y el coraje de ese puñado de valientes que dejó las huellas de su accionar heroico en las turbas malvinenses.
Por esas paradojas del destino, cuando corría el año 1994, tuve el privilegio de ser nombrado Jefe del Grupo de Artillería 101, que como expresara anteriormente, era la unidad de la que dependía en tiempo de paz esta batería.
Sentí entonces que tenía una gran obligación, un compromiso de honor, un gran desafío: rescatar del olvido el accionar en combate de la Batería de Tiro «D».
Así, con paciencia y con humildad, recopilando testimonios, investigando en la prolífera literatura que había escrita sobre esta guerra, y buceando en mi memoria para recrear lo que compartimos en los difíciles días de las trincheras, pudimos recomponer este vacío histórico y ponerlo posteriormente a consideración de las autoridades del Ejército.
Así fue que el reconocimiento a estos Artilleros no se hizo esperar y fue plasmado el día 25 de febrero de 1995 cuando la Bandera de Guerra, recibió por parte del Ejército Argentino la condecoración que hoy luce en su corbata y en cuyo reverso puede leerse: «COMBATIO CON GLORIA POR LA LIBERTAD Y EL HONOR ARGENTINO».
Hoy, los herederos de esos valientes compatriotas que tan honrosamente lucharon en esta gesta, tienen el orgullo de lucir en la manga de sus uniformes el escudo «A LOS BRAVOS DE MALVINAS», y en sus corazones, el ejemplo de quienes permanecieron al pie del cañón hasta agotar la munición. El «GRAN BERTA» y los hombres que lo sirvieron tuvieron su justo reconocimiento.
Algunas figuras olvidadas
Durante el desarrollo de este relámpago que fue la Guerra de Malvinas, he presenciado numerosos actos de valor, de desinterés, de generosidad, de renunciamiento, de integridad, y también, por qué no decirlo, algunos de debilidades. Pero creo que tanto unos como otros servirán como ejemplo y guía mientras viva.
Quizás a esta altura de mi relato, podría ahondar en mis recuerdos «Artilleros» de la guerra. Contar, por ejemplo, cuándo y cómo disparamos los 17.000 proyectiles consumidos durante la batalla, o describir el esfuerzo sobrehumano que tuvimos que realizar para acarrear a brazo casi 500 toneladas de munición o profundizar algunos aspectos técnicos o tácticos de las 75 misiones de fuego cumplidas por la unidad, o del sacrificio que significó soportar el frío, el hambre y la incertidumbre del combate, con los efectivos reducidos a poco más de la mitad de lo que determinan los cuadros de organización.
Pero creo que sobre esto ya hay abundante literatura, que servirá para que en el futuro se pueda analizar objetivamente y sin prejuicios el desarrollo de esta guerra.
Es por ello que hoy, con la perspectiva que proporcionan los años, creo que aun para un soldado, recordar el heroísmo, la valentía, el respeto, la amistad, pueden ser más valiosos que el hecho bélico en sí.
Quisiera entonces rescatar en estas líneas algunas virtudes de camaradas quizás olvidados. Algunos ya no están junto a nosotros pero su ejemplo seguirá vivo en mi memoria.
En primer lugar al Tte 1ro DARIO FURQUE. Llegó movilizado proveniente del Liceo Militar General Belgrano. Aunque poco recordaba de artillería, fue designado 2do Jefe de la Batería que se encontraba a mi cargo. Mi primera reacción fue negativa, se entrometía en la cadena de mando alguien a quien no conocía. Pero, con el correr de los días, con humildad, con generosidad, con hombría de bien fue ganándose un lugar en la Subunidad. Su ánimo, siempre fue optimista, el respeto al subalterno fue su norma, su subordinación a mis órdenes un ejemplo.
Se esforzó en los momentos libres por estudiar y llegó a manejar el Centro de Dirección de Tiro como el mejor, su sensibilidad para detectar los problemas lo llevó a ser como un «Termostato» que permitió que en la Batería todo funcionara armoniosamente. En los descansos hablaba a la primera línea para alentar a los sacrificados infantes, les pedía que no aflojaran, que estábamos junto a ellos para apoyarlos con nuestros fuegos. Quizás nunca exteriorizó todo el dolor y la angustia que llevaba adentro.
Al regreso de Malvinas nunca más lo vi. Hoy quiero decirle gracias. Hoy quiero decirle que siento ganas de abrazarlo como aquel 14 de junio cuando juntos lloramos de impotencia ante tanta prepotencia. Gracias, muchas gracias.
También quiero recordar a mi Oficial de Batería, el Subteniente MARTIN. Dormía sólo dos horas por noche y durante toda la campaña fue pozo por pozo llevándole la comida a cada uno de nuestros soldados, sin importarle si quedaba algo para él.
Su firme carácter y su temperamento hacían pensar que había nacido para la guerra, pero era sólo un joven con un corazón tan grande que el servir a los demás era su felicidad.
Era realmente emocionante verlo al término de cada ráfaga de la artillería del enemigo, abandonar su refugio y arrastrarse para llegar a cada uno de nuestros hombres para saber cómo se encontraban y darle su aliento. Jamás durante la campaña exteriorizó el mínimo gesto de debilidad, nunca de su boca partió una queja.
Hoy la vida lo ha puesto nuevamente a prueba, debiendo soportar una cruenta e irreversible enfermedad en uno de sus hijos, pero seguramente su tesón y fortaleza lo ayudará a vencer esta adversidad. La intachable conducta de soldado del Subteniente MARTIN, fue un ejemplo de virtudes donde pretendimos reflejarnos quienes compartimos y sufrimos con él las consecuencias del combate.
Finalmente llega a mi recuerdo al Capitán JULIO CORDERO. Comando y paracaidista, alegre y optimista, capaz de ser hombre y niño a la vez. Estuvo siempre junto a nosotros, nos alentó, nos aconsejó, nos orientó, su imagen sonriente y generosa era una permanente fuente de motivación. Compartió todo, desde el pedazo de pan que había conseguido hasta las lágrimas de la derrota.
Quizás una sencilla anécdota nos sirva para ejemplificar su personalidad.
El Capitán CORDERO era el Jefe de una Sección conformada integralmente por oficiales y suboficiales a la que se denominó «PUMA», que tenía la misión de proporcionar seguridad a las posiciones de fuego. Esta sección no tenía un lugar fijo donde dormir. Normalmente lo hacían donde los alcanzaba la noche.
En una oportunidad, la sección «PUMA», se preparó para descansar cerca de mi batería, en una especie de galpón precario que se encontraba allí.
Ya entrada la noche, se desató una fuerte tormenta con una lluvia torrencial que provocó que un arroyo que pasaba por las proximidades de la «vivienda», se desbordara y comenzara a inundar la misma. Simultáneamente con esto las fragatas británicas iniciaron un intenso bombardeo naval.
Yo me encontraba despierto, de turno en la posición y decidí ir a despertarlo para evitar que el agua le mojara el equipo a él y a su personal.
Y fue allí que escuché de sus labios dos frases que nunca olvidaré. Con referencia a la inundación me dijo espontáneamente: «Estos ingleses hijos de …., le pegaron al tapón de la isla», lo que provocó la risa de todos los que estabamos allí, quitándole dramatismo a la difícil situación.
Pero aún nos mantenía inquietantes el ruido de las explosiones del fuego naval. En ese momento un oficial le preguntó si debían ir a las trincheras a protegerse, a lo que él le ordenó: «Nadie sale del rancho, continuar durmiendo, que lo que esta gente quiere es justamente que no durmamos». Y dirigiéndose a mí, me dice: «Por favor avísame cuando los proyectiles caigan más cerca». Luego de varias noches en donde esos fuegos se reiteraban sistemáticamente, comprendí el sentido de sus palabras de esa noche, ya que el ruido de las explosiones pasó a ser parte de nosotros sin interrumpir nuestro descanso, excepto cuando era realmente necesario.
Así, sencillo, franco, frontal, con gran arrojo y aplomo para la guerra era este soldado ejemplar.
Hoy ya no está entre nosotros, que Dios lo tenga en la gloria.
¿Fueron héroes?. Quizás no, pero estos ejemplos de entrega absoluta sin limitaciones o egoísmos, de esfuerzo silencioso, de sacrificio prolongado, de firmeza de espíritu, de generosidad, de camaradería, creo que no debían quedar sólo en el recuerdo de este humilde soldado.

La preparación, el ingenio y el azar
Una de las grandes enseñanzas que pude internalizar luego de lo vivido en Malvinas es que la guerra para la cual nos preparamos los ciudadanos de una Nación presenta un espectro de situaciones sumamente intrincadas y complejas, donde la lógica, la iniciativa y el azar se dan en cantidades variables. Como ejemplo, trataré sintéticamente de relatar tres episodios diferentes que pudieron resolverse, uno gracias al entrenamiento previo, otro a la imaginación y el restante fue producto simplemente del azar.
Durante 1981, el año previo a la guerra, realizamos en nuestro asiento de paz en Paso de los Libres, un curso de Observadores Adelantados con los Jefes de Compañías de los Regimientos de la Brigada. Estuvo planificado y ejecutado con mucho profesionalismo y los resultados fueron altamente satisfactorios.
El 06 mayo de 1982, ya instalado en MALVINAS, me ordenaron desplazarme en helicóptero a MOUNT LOW (al norte de Puerto Argentino) a tomar contacto con el Jefe de Compañía «A», del Regimiento de Infantería 4, el Teniente Primero Mougthy que se encontraba solo y aislado, para establecer acuerdos para el caso que necesitara fuego de artillería sobre su sector de responsabilidad.
Brevemente le recuerdo los procedimientos que le habíamos enseñado en ese curso realizado en tierras correntinas y le entrego unas instrucciones escritas del Coordinador de Apoyo de Fuego al respecto. Comprobamos las comunicaciones y en pocos minutos más regreso a mi posición.
Esta es la muestra de lo importante que fue la instrucción integrada que previamente habíamos realizado en nuestro cuartel. Este Jefe de Compañía estaba en condiciones de conducir los fuegos para apoyar el combate de su subunidad.
En otro episodio ocurrido el 08 de mayo de 1982, tuvimos que aplicar el ingenio. Nuestro radar Rasit detectó que dos buques enemigos se aproximaban a la costa a una distancia inusual (8.000 metros). Ante esta amenaza se cambió el frente de la Batería y utilizando haz convergente (concentrando todas las piezas), y empleando el Radar RASIT como medio de Adquisición de Blancos batimos la zona durante aproximadamente una hora y treinta minutos.
Así fue como una Batería de Obuses de 105 milímetros Oto Melara, apta para montaña, llanura o para operaciones aerotransportadas fue empleada como artillería de costa.
Finalmente, el azar jugó a nuestro favor cuando durante el cumplimiento de una misión de fuego un proyectil impactó en un helicóptero enemigo que transportaba una pieza de artillería. Esta información fue corroborada por el Observador Adelantado y por el operador de radar del sistema Roland que se encontraba emplazado en proximidades de la batería.
La preparación para el combate, la agudización del ingenio y muchas veces el azar, hacen que tengamos que orientar nuestra educación militar a formar conductores flexibles, idóneos para adoptar rápidas y acertadas resoluciones, aún con un elevado grado de incertidumbre.

Cambios de posición de la Artillería de Campaña
Durante el desarrollo de una guerra, si bien cada día, cada hora, cada minuto, se viven intensamente y dan el marco temporal que puede significar la cruenta transición entre la vida y la muerte, es también cierto que la violencia de la batalla sufre oscilaciones de acuerdo a los planes de los contendientes, en particular de aquel que tiene el patrimonio de la ofensiva. La guerra de MALVINAS no fue una excepción.
Trataré de relatar algunos hechos ocurridos entre el 9 y el 11 de Junio de 1982, días durante los cuales las fuerzas inglesas iniciaron el ataque final sobre la posición de PUERTO ARGENTINO, escalando el fragor de la batalla a su mayor intensidad.
El día 9 de Junio fui llamado al Puesto Comando del Grupo de Artillería 3, y allí, el Jefe de la unidad, me impartió la orden de relevar, por cuarenta y ocho horas, al Jefe de la Batería de Tiro «C» (Teniente Primero Héctor Tessey), como así también a parte del personal de la misma, con hombres de mi batería, para permitir que aquéllos pudieran descansar.
Como consecuencia de su misión, y dada su ubicación geográfica en el terreno (2000 m al Oeste de MOODY BROOK), la Batería «C» era, hasta ese momento, la que había recibido los fuegos de contrabatería más intensos y sostenidos.
Esta batería estaba organizada con 8 piezas (calibre 105 mm Oto Melara, de 10.200 mts de alcance). Debido a la escasa capacidad que presentaba el terreno en esa zona, no permitía ubicar efectivos de artillería de mayor magnitud, sin ofrecer al enemigo un blanco rentable.
Relevamos, en total, a cuatro servicios de pieza, o sea al cincuenta por ciento de los efectivos de la batería.
Durante la tarde del día 10 de junio, adelantamos cuatro piezas a una posición suplementaria, previamente reconocida, ubicada aproximadamente, a 3 Km al Oeste de la posición principal. Desde allí resolveríamos, en alguna medida, el problema de no poder batir determinados blancos como consecuencia de nuestra falta de alcance.
Los fuegos fueron reglados por los observadores adelantados, ubicados en Monte LONGDON (Teniente Alberto Ramos), DOS HERMANAS (Capitán Tomás Fox) y Monte HARRIET (Teniente Daniel Tedesco), y dirigidos por el Centro de Dirección de Tiro del Grupo de Artillería 3.
Recuerdo que los daños causados a los británicos en esa oportunidad fueron importantes, ya que no escatimaron esfuerzos en ejecutar un rápido y eficaz fuego de contrabatería sobre nuestra posición, como así también en atacar la misma con medios aéreos.
Aproximadamente a las 1600 horas, y luego de haber terminado de cumplir una misión de fuego, emergieron, desde detrás del Monte DOS HERMANAS, dos imponentes SEA HARRIER, los cuales volando a baja altura, atacaron la posición.
Esta acción la repitieron aproximadamente media hora más tarde, pero cambiando la dirección del ataque. Tal hecho es una muestra de la importancia que el enemigo daba a nuestra artillería, ya que no vaciló en arriesgar esas costosas máquinas ­ valuadas en más de veinte millones de dólares cada una, para atacar cuatro pequeños obuses.
Al atardecer, nos replegamos a la posición principal. Recuerdo que la noche del 10 al 11 de Junio fue muy dura. La artillería británica ejecutó, sobre la primera línea y sobre nuestras posiciones, un intenso fuego de hostigamiento que no pudimos contestar por estar fuera de alcance. Es destacable recordar que nuestra artillería tenía un alcance de 10,2 Km y la enemiga de 17 Km. Sólo nos quedaba apretar los dientes y rezar.
Era realmente emocionante ver, al término de cada ráfaga del enemigo, a jóvenes oficiales y suboficiales abandonar sus refugios y arrastrarse para llegar a cada uno de los hombres, con el objeto de saber cómo se encontraban y alentarlos. Si todo estaba «sin novedad», un cerrado «sapukay» se elevaba a los cielos malvinenses. La noche fue muy fría y cerrada. Durante esas horas reflexioné sobre la gran responsabilidad que tenía, y pedí a DIOS que nos ayudara para adoptar las medidas más adecuadas, preservar a nuestros hombres y apoyar eficazmente a nuestra infantería.
El 11 de Junio fue un día frío, con cielo claro y soleado. Durante la mañana y la tarde, se sucedieron los adelantamientos y combates desde las posiciones suplementarias. Los fuegos de contrabatería del enemigo resultaron más intensos.
El Teniente RAMOS dirigió los fuegos y reiteró que la reunión de personal y medios de los británicos en su sector, era cada vez más importante. Allí volcamos todos nuestros esfuerzos.
Por la noche, nos replegamos a la posición principal.
Me comuniqué con el Teniente Coronel BALZA, quien me ordenó que preparáramos los medios y el espíritu, porque el enemigo, según los indicios que se disponían, incrementaría durante esa noche el ímpetu de su ataque.
Siendo aproximadamente las 22 horas, escuché la voz del Teniente RAMOS pidiendo fuego sobre su sector.
La misión de fuego fue cumplida. La voz del Teniente RAMOS se silenciaría para siempre a las 4 de la mañana. Aquélla fue la última misión de un soldado ejemplar. Un suboficial del Regimiento de Infantería 7, que se replegaba, me informó que había quedado herido, cubriendo el repliegue de quienes estaban junto a él, mientras hacía fuego con una ametralladora. Nunca lo volvimos a ver. Quizás su cuerpo haya quedado insepulto en el Campo de Batalla o tal vez sea uno más de los que hoy descansan como un jalón de soberanía en el cementerio de DARWIN y en cuyo crucifijo puede leerse: «Aquí yace un soldado Argentino cuyo nombre sólo conoce Dios».
Aproximadamente una hora más tarde, los ingleses iniciaron el avance con sus principales fuerzas de asalto.
Desde la posición, el espectáculo que pude ver y escuchar, proveniente de los combates que se liberaban en primera línea, era realmente dantesco.
Durante el resto de la noche la batalla continuó con creciente intensidad. El personal que se replegaba, algunos gravemente heridos, llegaba hasta nuestra posición. Era conmovedor ver la alegría que exteriorizaban al tomar contacto con propia tropa.
Muchos de ellos colaboraron con nosotros en la tarea de transportar munición desde los lugares de almacenamiento (que por seguridad se encontraban a 100/200 m de las piezas) hasta las bocas de fuego.
Con las primeras luces del 12 de Junio, el enemigo había consolidado sus posiciones sobre los Montes HARRIET, LONGDON y DOS HERMANAS, y comenzó a batir las posiciones del Batallón de Infantería de Marina 5 y del Regimiento de Infantería 7.
La Batería «C», ubicada en medio del Valle del Río Moody, quedó entonces, no sólo dentro del alcance de la artillería británica, sino también de sus morteros pesados.
La munición estaba a punto de consumirse, y las piezas se encontraban enterradas hasta los ejes. Informé de esta situación al Jefe del Grupo de Artillería 3, y luego de unos minutos me ordenó que ejecutáramos un desplazamiento hacia una nueva posición, la cual ya había sido previamente establecida y preparada, al sur de Puerto Argentino.
Uno a uno los obuses fueron recuperados y llevados a la nueva posición, pero uno de ellos, a cargo del Cabo DURAN, se encontraba encajado en el barro de tal manera que, pese a los reiterados esfuerzos realizados, parecía casi imposible su recuperación. No había forma de sacarlo. La única solución era desarmarlo. Con el barro hasta las rodillas, la persistente nevisca y la acción del fuego enemigo, iniciamos la tarea. La operación duró casi una hora. Lo desarmamos por completo, y así, por fin, fue cargado en un vehículo y transportado al nuevo emplazamiento.
A media tarde, y sin novedad, finalizó el cambio de posición.
Un duro combate nos esperaba al día siguiente…

El desenlace de la batalla
Pretender atribuir a cada combatiente una actitud heroica en cada uno de los instantes de esos largos setenta días, no sería una valorización sincera.
Pero creo que deberíamos exaltar en su justa dimensión la actitud valerosa de aquellos que aún a riesgo de su propia vida han realizado acciones que muestran una grandeza de espíritu que los eleva sobre sus pares.
Quisiera hoy con mi recuerdo rendir tributo a dos jóvenes Suboficiales que en los días finales previos al desenlace de la batalla tuvieron actitudes dignas de los mejores elogios.
El día 13 de junio de 1982 fue un día frío, con cielo claro y soleado, durante la noche se habían sucedido intensos fuegos de contrabatería. A la mañana se cumplieron misiones de fuego en forma casi ininterrumpida, estableciendo con el enemigo verdaderos duelos de Artillería.
A unos ciento cincuenta metros de nuestra posición teníamos un depósito de armamento y equipos dentro de un pequeño tinglado. En su interior había dejado de custodia a dos soldados con la misión de no abandonarlo por ninguna causa. A las trece horas, la posición recibe intenso fuego de artillería, miro el depósito y veo que comienza a incendiarse, me acerco lentamente y compruebo que está prácticamente destruido.
Todo hacía suponer lo peor con respecto a la vida de los soldados.
Pero por suerte, en esos momentos, el Cabo RAMON CORREA que había ido a llevarles la comida, ingresó decididamente y arrastró hacia fuera a uno de ellos que estaba herido antes de que el tinglado se quebrara en mil pedazos.
El Cabo CORREA fue herido en la acción, pero protegió y salvó la vida de los dos soldados.
Durante la noche, el Grupo de Artillería 3 apoyó el repliegue del Batallón de Infantería de Marina 5, que al decir del Capitán de Fragata ROBACIO, que era su jefe, estaba efectuando fuegos muy eficaces que contribuían decididamente en la acción que estaban llevando a cabo los bravos infantes de marina.
Durante el combate, el retroceso del tubo de un cañón alcanzó al Cabo FERRERO quebrándole sus piernas. El Suboficial cayó herido pero demostrando un gran espíritu militar se negó a abandonar la posición, gritando y con lágrimas en los ojos se resistió, hasta que por la fuerza fue cargado en un camión UNIMOG y trasladado a un hospital.
¡Qué actitudes tan sencillas, pero qué grandeza encierran!
Quizás hoy, con la perspectiva que dan los años, podamos valorar aún más estas actitudes en hombres que mantuvieron un gran espíritu de lucha pese a que el frío, el hambre y la dureza del combate habían mermado sus energías.
Junto a nosotros, en esos momentos cruciales, como lo hizo durante toda la campaña, se encontraba el periodista y corresponsal de guerra NICOLAS KASANZEW, quien en uno de sus libros recuerda esos momentos de la siguiente manera:
«Los hombres afectados al servicio de las piezas parecían embriagados por el aire que apestaba a explosivos, por el ruido que aturdía. Y la excitación de los artilleros se contagiaba. Era un olor grato, olor a cordita, olor a combate».
«Las baterías de artillería se comportaban como si fueran velas que una vez encendidas continuaban consumiéndose hasta su total agotamiento. No dejaban de disparar hasta que el enemigo hiriera a los servidores o estropeara las piezas o hasta que estas se fundieran. Pienso que esa embriaguez de la batalla que me invadió debe ser aún mayor en los soldados que combatieron y la conservarán como el único gran recuerdo que los hará olvidar los penosos días de las trincheras» .
Durante la mañana la intensidad de los combates fueron decreciendo lentamente, ya casi no se recibían misiones de fuego.
Hacia el mediodía de ese triste 14 de junio se produjo el silencio en el campo de combate.
La defensa había sido quebrada y el cerco táctico se había cerrado totalmente sobre Puerto Argentino, quedando en poder de nuestras fuerzas un reducido espacio de 11 kilómetros de Este a Oeste y de 4 kilómetros de Norte a Sur.
Los británicos controlaban las alturas próximas a la localidad. De allí tenían un excelente dominio visual sobre la totalidad del espacio sobre el cual aún se mantenían tropas argentinas. Desde estos magníficos observatorios y con toda comodidad podían dirigir sus fuegos sobre dicho sector, ya fuera para impedir cualquier movimiento o reacción de propia tropa, como para someterlas a un preciso y demoledor fuego, en el caso de que aún continuaran defendiéndose.
Quebrada cada una de las líneas defensivas, un número considerable de dispersos se iban replegando sobre el caserío. Algunos sólo estaban equipados con su armamento individual, otros ni siquiera lo conservaban.
En general sin munición, carentes de equipos, de abrigo, agotados por el esfuerzo y las tensiones, sin haber recibido alimentos en las últimas cuarenta y ocho horas; muchos de ellos fuera de la conducción de sus jefes naturales, ya sea por el desordenado repliegue de algunas fracciones o por haber caído éstos muertos, heridos o prisioneros y sin embargo pese a la gravedad de la situación general, nuestros hombres seguían estoicos al pie del cañón.
Junto a nosotros, sereno, agotado por las largas noches de combate, pero con gran lucidez para seguir conduciendo la unidad, como lo hizo desde el primer día que arribamos a Malvinas, se encontraba nuestro jefe.
Agradezco a Dios que en combate fui mandado con firmeza y rigor, pero siempre mediante el ejemplo personal. Eso permitió que ese espíritu llegara hasta el último de los hombres y la unidad haya combatido en forma sobresaliente, pero por sobre todo se haya mantenido monolíticamente la disciplina hasta el último día de combate.
Mientras caía sobre Puerto Argentino una fuerte nevisca, ya no se escuchaba el ronco y ensordecedor tronar de los cañones.
Densas columnas de humo se podían apreciar desde diferentes sectores del caserío, que eran el mudo testimonio de las consecuencias de la batalla.
La suerte sobre Puerto Argentino, ya estaba echada, ya no existía ninguna posibilidad de éxito.
La concreción del cerco táctico había planteado crudamente la doble alternativa: aniquilamiento o capitulación.
Y creo profundamente, que en ese momento, con el profundo dolor del recuerdo de quienes regaron con su sangre generosa las turbas malvinenses, con el rostro endurecido por el frío y el cansancio, sólo existía para mi una única posibilidad, seguir combatiendo hasta las últimas consecuencias.
Pero hoy, con una visión más reflexiva de la batalla, puedo llegar a entender que continuar las operaciones sólo hubiera significado un mayor sacrifico de vidas humanas sin una razón valedera.
Creo que el Comandante que rindió las tropas haciendo uso de su responsabilidad, prefirió someterse al juicio de la historia antes que llevar a sus hombres al aniquilamiento sin ninguna posibilidad de alcanzar la victoria.
Los prisioneros de guerra
En la tarde del 14 de junio, habiéndose ya concretado la capitulación, el cese del fuego se mantuvo según lo acordado.
Nos encontrábamos exhaustos, agotados y con una tristeza tan grande que parecía que nuestros corazones podían estallar en mil pedazos. No había ya, nada más por hacer.
Las tropas británicas entraban eufóricas a Puerto Argentino y nuestra bandera volvió a ser arriada del mástil ubicado en la residencia del Gobernador. La guerra había terminado, empezaba para mí y para muchos de mis camaradas una nueva y triste experiencia.
A media tarde, el Teniente Coronel BALZA me ordena reunir al personal, los saluda y los felicita por su comportamiento en combate, pero en el rostro de mis hombres no puede dejar de evidenciarse la gran angustia que sienten por la derrota.
Posteriormente se ordena incinerar toda la documentación e inutilizar las partes vitales del material.
Horas más tarde, llegan a mi posición Oficiales Británicos que me preguntan: Where are your radars? (¿Dónde están sus radares?), convencido de que en la posición teníamos radares de Adquisición de Blancos de última generación como los que ellos utilizaron durante la batalla, a lo que contesté con mi inglés elemental: Radars are my eyes («Mis ojos son los radares»), describiéndole con estas sencillas palabras la gran diferencia tecnológica que nos separaba.
Permanecimos en las posiciones hasta el día 16 de junio, donde nos ordenaron marchar a pie hasta proximidades del aeropuerto.
Al llegar a ese lugar, permanecimos en precarias condiciones por un par de días hasta que nos indicaron que debíamos dirigirnos a Puerto Argentino, para embarcar en el buque británico CAMBERRA de regreso al continente.
Antes de iniciar la marcha, exhorto a mis hombres a mantener la entereza, a adoptar una actitud digna frente al enemigo y, especialmente, a no ejecutar ninguna acción que pueda ser mal interpretada por nuestros custodios y que pueda dar origen a un incidente que ponga en peligro sus vidas.
Durante los desplazamientos, el frío y una tenue llovizna hacía más dramático el momento. Era lamentable ver la desagradable imagen que proporcionaba el equipamiento argentino esparcido a lo largo del camino que nos conducía al muelle, ruta que había sido recorrida previamente por otras unidades.
Al arribar al embarcadero, un soldado mercenario latinoamericano, petiso y regordete, al que luego en el campo de prisioneros bautizamos el «Gnomo», me preguntó mi cargo y mi jerarquía. Le expresé que era el Teniente Primero NAVONE, Jefe de una Batería de cañones y que quienes me seguían eran mis subordinados.
Rápidamente me separó del grupo, dándome escasos minutos para despedirme de mis hombres y me hizo conducir hasta una casa diciéndome que: «Los altos oficiales van a ser llevados hasta el buque (que se encontraba fuera de la bahía de Puerto Argentino) en un helicóptero». No me escuchó cuando intenté explicarle que no era un «Alto Oficial», sino solamente un Teniente Primero. De nada valían mis explicaciones ya que no quedaban dudas de que su decisión ya estaba tomada. Me separaron del grupo y me introdujeron en una vivienda próxima al puerto. Mis hombres afortunadamente fueron llevados en lanchas hasta el CAMBERRA. La casa que ocupábamos comenzó a llenarse. Pasaron varias horas y me reencuentro en ese lugar con varios amigos que combatieron en otras unidades. Fue una muy grata y reconfortante vivencia verlos y comprobar que seguían con vida.
A la madrugada, la sirena del buque británico anunciaba su partida. Era evidente que ese viaje no era para nosotros. Con las primeras luces fuimos embarcados en un helicóptero CHINOOK y trasladados hacia el Oeste. No sabíamos hacia dónde nos llevaban. Volamos sobre el mar con la compuerta del helicóptero abierta, por momentos temí que nuestro futuro fueran las heladas aguas que sobrevolábamos.
Quizás hoy este razonamiento parezca exagerado, pero la guerra sensibiliza hasta las fibras más íntimas, y por momentos resulta difícil discernir entre la razón y la irracionalidad.
Finalmente, llegamos a destino, nevaba, hacía mucho frío y nuestra incertidumbre era cada vez mayor.
El lugar al que arribamos era un pequeño caserío, donde lo que sobresalía nítidamente era la cantidad de vehículos y pertrechos militares británicos que allí se encontraban. Después nos enteramos que estábamos en Establecimiento SAN CARLOS.
Nos desembarcaron y nos colocaron en un corral, cercado por alambre de púas retorcido, algo así como un campo de concentración. En esa situación permanecimos todo el día. El intenso frío calaba nuestro cuerpo, la nieve nos mojaba y el cansancio parecía doblegarnos. No había duda de que querían quebrar nuestra moral. Nunca lo lograron.
Al anochecer nos introdujeron en un frigorífico abandonado donde permanecimos más de 18 días. El lugar era lúgubre, con piso de cemento, sin ventilación, no entraba la luz del sol y la única iluminación era aportada por una lámpara de 50 vatios. El espacio era reducido y si bien en su interior la temperatura era aceptable, la falta de aire hacía que la atmósfera resultara bastante cargada. Las letrinas eran tambores de 200 litros cortados por la mitad, semiocultos sólo por arpilleras, pero ubicados en el mismo local que nos servía de alojamiento y donde también comíamos…, nos turnábamos para realizar la ingrata tarea de sacar los tambores al exterior cuando estos se llenaban.
Salíamos fuera de estos locales por turnos, sólo por espacio de 30 minutos a tomar «Fresh air» (aire fresco), como decían los británicos, férreamente vigilados por nuestros custodios.
No podíamos comunicarnos con los ubicados en recintos contiguos. Nunca pude saber cuántos hombres estábamos en esta situación.
La comida era escasa y se limitaba a algún alimento enlatado. El agua estaba muy restringida, la repartían dos veces al día, por lo que todos tratábamos de almacenarla en alguna lata de conserva vacía que nos hubiera quedado.
En este campo de prisioneros me reencontré con una gran amigo, el Teniente Primero GUGLIELMONE, artillero como yo, pero que en la guerra combatió con las Tropas Comando, ya que ésta era una de sus aptitudes especiales. Juntos compartíamos estos días difíciles, normalmente hablábamos del futuro, intentando limitar a lo imprescindible el comentario de los hechos vinculados con la dura experiencia que habíamos vivido.
Día a día recordaba a mi familia, pensaba en la ansiedad que tendrían por saber algo sobre mi vida, no llegaba a imaginarme cómo estarían mis hijos, pero creo que estos recuerdos me alentaban a querer seguir viviendo.
Un día nos visitó La Cruz Roja Internacional para interiorizarse sobre nuestro estado de salud y nos confeccionó, a cada uno de nosotros, la ficha de Prisionero de Guerra.
A partir de ese momento nuestra incertidumbre se redujo. A través de esta organización la comunidad internacional ya tenía conocimiento sobre nuestros destinos.
Un día, cuando mi pensamiento vagaba en busca de recuerdos, escuché por la radio que tenía uno de nuestros custodios, que se estaba jugando un partido de fútbol de nuestra Selección por el Campeonato Mundial que se desarrollaba en España. En ningún momento se mencionó la guerra, ni mucho menos algo referido a los prisioneros. Me quedó bien claro que nosotros sólo éramos importantes para nuestros familiares.
Ya a esta altura del año las nevadas eran frecuentes y también las neblinas, el espectáculo que podíamos divisar cuando teníamos esos breves recreos, era el de los cerros ya cubiertos con un tenue manto blanco.
El tedio y la incertidumbre sobre nuestro futuro, era una de las características del estado anímico de la mayoría de los prisioneros. Creíamos además, que éramos empleados como rehenes para presionar al Gobierno Argentino a declarar formalmente el cese de las hostilidades sin ningún condicionamiento.
Si hay algo, en tal sentido, que no se le puede reprochar al Reino Unido, es que precisamente no utilizó nuestro sufrimiento para tal fin.
Rumores y comentarios estaban siempre presentes. Permanentemente rondó sobre nosotros la posibilidad de un traslado a la Isla ASCENSION o a GRAN BRETAÑA, sin fecha cierta de regreso.
A fines de junio, nos trasladaron al Buque SAINT EDMUND, a bordo del cúal ya se encontraban otros prisioneros entre ellos el General MENENDEZ.
El ingreso al barco fue precedido por un control general muy detallado, donde nos retiraron todo, hasta los efectos personales, incluído las agendas y apuntes, lo que hace que lo que hoy pretendo narrar sea el resultado de imágenes que se han grabado profundamente en mi memoria.
Este barco era del tipo «Ferry», y normalmente realizaba un itinerario a través del Canal de la Mancha uniendo Gran Bretaña con el Continente Europeo. Por ello, los camarotes eran muy pequeños, ya que son para viajes de poca duración. Cada uno era para dos personas, pero nos colocaron de a tres. Lo compartí con los Tenientes Primero GUGLIELMONE y CABALLERO; nos rotábamos y uno de nosotros dormía en el suelo la noche que le tocaba, según los turnos que nosotros mismos habíamos establecido.
En este lugar mejoraron las condiciones de higiene y alojamiento, que eran las propias del barco, no así la comida que siguió siendo restringida en razón de la sobrepoblación que se encontraba a bordo del buque.
Durante la noche del 30 de junio, el barco navegó de regreso a Puerto Argentino y se fondeó frente a la Bahía de la Anunciación.
Era realmente tedioso vivir todo el día encerrado en un camarote de dos metros por dos metros, que además, como ya expresara, debíamos compartir entre tres.
Un día nos ordenaron tapar los «Ojos de Buey» porque la flota británica esperaba un eventual ataque aéreo Argentino. Ante esta posibilidad el buque colocó un enorme cartel con la sigla POW, que en inglés significa Prisioneros de Guerra. Así se perdió nuestra única diversión que era mirar el mar desde estas aberturas.
Fue también un hecho singular, cuando un día recibimos un pago de ocho libras malvinenses, como sueldo de Prisionero de Guerra, según lo que estipula la Convención de Ginebra. Aún conservo este dinero como recuerdo de aquellos días.
Alrededor del 14 de Julio el Saint Edmund, se dirigió hacia Puerto Madryn, donde arribamos unos días después.
Bajamos de la planchada del buque, con la esperanza de encontrar algún mínimo reconocimiento a nuestro sacrificio. Pero no, los rostros de quienes nos esperaban parecían transferirnos la responsabilidad de la derrota.
Quizás aún la soberbia no les permitía comprender que quienes regresábamos de la guerra, jamás participamos de la irresponsable decisión política que costo tantas vidas. Pero esto también es otra historia…
Mi experiencia como Prisionero de Guerra fue difícil y dolorosa, pero creo que esos días sirvieron para poder reflexionar sobre todo lo vivido durante la Batalla y repensar sobre mi futuro.
Creo que si hubiera vuelto al Continente con la sangre aún caliente por los combates, con el olor a pólvora en mis manos y con el dolor del camarada herido resonando aún en mis oídos, tal vez otro sería hoy mi destino.
El tiempo permite madurar las emociones y los sentimientos, es por ello que esos días fueron para mí fundamentales para reencontrarme con los valores aferrados en lo más profundo de mi ser.
No obstante debo reconocer que, cuando volví de MALVINAS, era un hombre diferente…
El regreso sin gloria
A mediados de julio del 82 regresamos al continente los últimos Prisioneros de Guerra que permanecimos en poder de la Corona Británica.
Muy pocos nos esperaban, el pueblo ya no estaba, nuestros superiores, indiferentes ante nuestra angustia, nos miraban como si fuéramos culpables de la derrota.
El avión que nos traía hizo escala en El Palomar, donde el Jefe del Grupo de Artillería 3 se reencontró con sus familiares. Los otros Oficiales de la unidad, que permanecieron prisioneros con nosotros, también quedaron en el camino. Creo que fui el único Oficial de la unidad que llegó hasta Paso de los Libres.
Los Oficiales que permanecieron en el continente, nos prepararon una recepción de carácter social. Me sentí desubicado en ese lugar, mi familia seguía aún en la casa de los padres de mi esposa en la ciudad de Azul.
A los pocos minutos me retiré del lugar, sentí ganas de estar solo y luego un profundo deseo de reencontrarme con mis seres queridos.
Parecía que quienes nos recibían no alcanzaban a comprender nuestro estado de ánimo o por lo menos así lo aparentaban.
Comenzaría a partir de ese momento un período de expectativas, incomprensiones e ingratitudes como fue el inesperado e indiscriminado relevo de los Jefes de Unidades, que recibían como premio a su esfuerzo tamaña injusticia.
Hoy, a la distancia, podríamos preguntarnos qué fue de la vida de aquellos veteranos de ese relámpago que fue la guerra de MALVINAS.
Creo que al personal de soldados, lentamente, muy lentamente, en base a esfuerzos individuales, más que institucionales, se les fueron otorgando algunos reconocimientos morales y materiales que aún son insuficientes y no alcanzan a cubrir sus necesidades.
En lo que respecta a los cuadros, creo que si se efectuaran estadísticas, éstas permitirían concluir que la mayoría ya no está en la institución.
Muchas bajas se produjeron prácticamente al regreso de la guerra, y como dato interesante se desprende que en ese inmigrar de la fuerza no privó el buen o mal desempeño, ya que desde oficiales y suboficiales que tuvieron conductas heroicas hasta pusilánimes que pudieron comprobar que la carrera de las armas no era para ellos, se fueron alejando, llevando en sus mochilas experiencias y recuerdos. Será tarea de sicólogos y sociólogos, algún día, explicarnos el por qué.
Entiendo que el conflicto armado con el Reino Unido de Gran Bretaña por la recuperación de las Islas Malvinas, es un capítulo de nuestra historia que aún no ha terminado de escribirse.
Posiblemente los resultados adversos del acto de soberanía intentado por nuestro país el 2 de abril de 1982, haya dado lugar a una polémica, que es aún muy activa y vehemente, y que presenta además profundas discrepancias.
Creo que nos falta una perspectiva histórica, algo más alejada de las actuales pasiones, para poder evaluar correctamente y en su integralidad la grandeza de esta gesta.
Sólo el transcurso del tiempo nos ayudará a lograr esta perspectiva.
Deseo finalmente, al culminar este trabajo, expresar mi muy sentido homenaje a nuestros compatriotas que perdieron la vida luchando por nuestros derechos, a sus familiares que sintieron en carne propia el frío de las balas que acabara con la vida de sus seres queridos, a los mutilados y heridos que viven sufriendo las consecuencias del combate y también mi respecto a todos los que lucharon con valor y patriotismo, con quienes compartí los difíciles días de las trincheras.
Quienes aún permanecemos en la institución asumimos el compromiso de mantener siempre latente, en las futuras generaciones de oficiales y suboficiales, un sentimiento de gratitud y respeto a los Veteranos de MALVINAS.
Siguiendo sabios consejos borroneados entre mis apuntes, doy fe de que «he tenido mucho cuidado de no tomar con liviandad las acciones humanas, de no deplorarlas, ni maldecirlas, sino de comprenderlas»


Texto extraído del libro «Así peleamos Malvinas –
Guerra de Malvinas

 

2 comentarios

  1. Guillermo Lopez dice:

    Gracias Cnl Navone por abrir su corazón y contarnos un poco de lo que fue su experiencia. Tuve el privilegio de conocerlo y compartir tiempo con usted cuando fui soldado en el año 84 en la Ec de Artilleria, usted fue mi Capitan y yo su soldado asistente. Una gran persona. Un abrazo. Siempre lo recuerdo.

  2. VICTOR ANGEL SERRA dice:

    Cnel. NAVONE

    Estoy sumamente conmovido por su relato , mi nombre VICTOR ANGEL SERRA soldado clase 59 , Batería Comando y Servicios Gada 101 Ciudadela. Admiro su valentía y honor junto a tantos miembros del Ejercito Argentino combatientes de Malvinas . Estuve bajo su mando y siempre recuerdo sus cualidades personales como hombre y oficial . Nos tocó vivir el conflicto con Chile y ud como Teniente nos brindaba aliento y sabiduría . Dios y la Patria lo honre como un soldado que dio todo de sí para cumplir su juramento de lealtad a la Patria .
    Ciudadano VICTOR ANGEL SERRA DNI 12 841 494 ROSARIO SANTA FE.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *